Arquitectos frente a constructores | Francesc Peirón

Arquitectos frente a constructores | Francesc Peirón

Publicat el 14 de Desembre de 2013 a La Vanguardia – CULTURA

La Fundación Mies van der Rohe Barcelona lleva un cuarto de siglo premiando la arquitectura europea. Publicado el 14 de Diciembre de 2013 en La Vanguardia – CULTURA

La Fundación Mies van der Rohe Barcelona lleva un cuarto de siglo premiando la arquitectura europea. Como dice su directora, Giovanna Carnevali, no deja de ser “un observatorio” desde el que se hace posible “entender el espíritu de nuestro tiempo”.

Carnevali aludió hace unos días a esta atalaya o mirador, que sitúa a Barcelona como referente, en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, una cima indiscutible del arte contemporáneo. Esta comunión entre ambas instituciones marca un punto de reflexión. Facilita un puente de comunicación entre la arquitectura del Viejo Continente y la del Nuevo Mundo, entre el peso de la cultura y el poder económico.

La sesión convocada en Manhattan, en la que participaron figuras relevantes de la teoría y la práctica arquitectónica, sitúa el debate en cómo el pensamiento europeo ha sido, y todavía es, exportado a Estados Unidos.

En estos 25 años de premios, explica Carnevali, Europa ha experimentado una edad de oro arquitectónica (más de 2.400 proyectos nominados). Numerosos edificios prominentes se han difuminado por la geografía europea. En ese recorrido se observa desde la implantación de los Erasmus al impacto de la reciente crisis. Ambas circunstancias ha propiciado una movilidad creativa, un trasvase de ideas que no sabe de peajes físicos. Así que, ¿la cultura de Europa sigue exportando valores como experiencia educativa, criterios y formas de construir un paisaje? O cómo se formuló en el debate, ¿dónde estamos?

“Dudo que existan las fronteras de la época de Le Corbusier”, sostiene Bernard Tschumi, arquitecto, escritor y profesor. Se calificó de “inadaptado” al reiterar que “el tiempo ha cambiado” ante la fluidez existente entre uno y otro continente.

En “Le Corbusier, atlas del paisaje moderno”, una exposición que cerró este septiembre en el MoMA y que viajará a Barcelona y Madrid en el 2014, este Leonardo del siglo XX, defensor del “estilo internacional” en la arquitectura, se constata el peso de esa distancia a causa de sus proyecciones revolucionarias. Sólo en su etapa final pudo erigir un edificio en Estados Unidos, el Carpenter Center en la Universidad de Harvard, dadas las reticencias que despertaba en este país.

El universo es más líquido, como señala Tschumi, pero la velada evidenció que aún hay compuertas que frenan la libre circulación. El iraní Mohsen Mostafavi, decano en la escuela de diseño de la Universidad de Harvard, subraya que los profesores europeos copan las escuelas estadounidenses. Si bien en lo académico se da esa comunicación, a nivel práctico persevera la distancia. Lo confirma el español Alejandro Zaera-Polo, decano de Princeton y que se presenta como americano en cuanto a formación: “Los europeos están más acostumbrados a la práctica”.

Según Pedro Gadanho, el conservador jefe de arquitectura en el MoMA, fija las diferencias por la influencia económica, aunque desde un punto de vista negativo. “La educación arquitectónica en EE.UU. es cara -remarca- y los estudiantes llegan a la vida profesional con una gran carga por los créditos que han necesitado para formarse. Esto dificulta hacer una carrera más experimental, que busque novedades. En Europa, a pesar de la crisis, se sigue haciendo esta búsqueda”.

Gadanho reconoce que posiblemente ya no haya una influencia tan pronunciada como en la época del propio Mies o de Walter Gropius, sí, “la arquitectura está más globalizada”, pero persiste la diferencia.

“La arquitectura estadounidense es más comercial, más corporativa y pierde la idea de concepto cultural que todavía mantiene en Europa y el premio de la fundación barcelonesa es una constatación del edificio como hecho cultural”, asegura.

Bajo su consideración, las crisis también ha jugado un papel en esa influencia. Muchos profesionales europeos se han visto obligados a emigrar a Estados Unidos. “Están ganando concursos en todo el país -matiza-, por lo que aportan más innovación. A los jurados les gustan y hace que se descarten maquetas más banales”.

Sería algo así como arquitectos frente a constructores.Como dice su directora, Giovanna Carnevali, no deja de ser “un observatorio” desde el que se hace posible “entender el espíritu de nuestro tiempo”.

Carnevali aludió hace unos días a esta atalaya o mirador, que sitúa a Barcelona como referente, en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, una cima indiscutible del arte contemporáneo. Esta comunión entre ambas instituciones marca un punto de reflexión. Facilita un puente de comunicación entre la arquitectura del Viejo Continente y la del Nuevo Mundo, entre el peso de la cultura y el poder económico.

La sesión convocada en Manhattan, en la que participaron figuras relevantes de la teoría y la práctica arquitectónica, sitúa el debate en cómo el pensamiento europeo ha sido, y todavía es, exportado a Estados Unidos.

En estos 25 años de premios, explica Carnevali, Europa ha experimentado una edad de oro arquitectónica (más de 2.400 proyectos nominados). Numerosos edificios prominentes se han difuminado por la geografía europea. En ese recorrido se observa desde la implantación de los Erasmus al impacto de la reciente crisis. Ambas circunstancias ha propiciado una movilidad creativa, un trasvase de ideas que no sabe de peajes físicos. Así que, ¿la cultura de Europa sigue exportando valores como experiencia educativa, criterios y formas de construir un paisaje? O cómo se formuló en el debate, ¿dónde estamos?

“Dudo que existan las fronteras de la época de Le Corbusier”, sostiene Bernard Tschumi, arquitecto, escritor y profesor. Se calificó de “inadaptado” al reiterar que “el tiempo ha cambiado” ante la fluidez existente entre uno y otro continente.

En “Le Corbusier, atlas del paisaje moderno”, una exposición que cerró este septiembre en el MoMA y que viajará a Barcelona y Madrid en el 2014, este Leonardo del siglo XX, defensor del “estilo internacional” en la arquitectura, se constata el peso de esa distancia a causa de sus proyecciones revolucionarias. Sólo en su etapa final pudo erigir un edificio en Estados Unidos, el Carpenter Center en la Universidad de Harvard, dadas las reticencias que despertaba en este país.

El universo es más líquido, como señala Tschumi, pero la velada evidenció que aún hay compuertas que frenan la libre circulación. El iraní Mohsen Mostafavi, decano en la escuela de diseño de la Universidad de Harvard, subraya que los profesores europeos copan las escuelas estadounidenses. Si bien en lo académico se da esa comunicación, a nivel práctico persevera la distancia. Lo confirma el español Alejandro Zaera-Polo, decano de Princeton y que se presenta como americano en cuanto a formación: “Los europeos están más acostumbrados a la práctica”.

Según Pedro Gadanho, el conservador jefe de arquitectura en el MoMA, fija las diferencias por la influencia económica, aunque desde un punto de vista negativo. “La educación arquitectónica en EE.UU. es cara -remarca- y los estudiantes llegan a la vida profesional con una gran carga por los créditos que han necesitado para formarse. Esto dificulta hacer una carrera más experimental, que busque novedades. En Europa, a pesar de la crisis, se sigue haciendo esta búsqueda”.

Gadanho reconoce que posiblemente ya no haya una influencia tan pronunciada como en la época del propio Mies o de Walter Gropius, sí, “la arquitectura está más globalizada”, pero persiste la diferencia.

“La arquitectura estadounidense es más comercial, más corporativa y pierde la idea de concepto cultural que todavía mantiene en Europa y el premio de la fundación barcelonesa es una constatación del edificio como hecho cultural”, asegura.

Bajo su consideración, las crisis también ha jugado un papel en esa influencia. Muchos profesionales europeos se han visto obligados a emigrar a Estados Unidos. “Están ganando concursos en todo el país -matiza-, por lo que aportan más innovación. A los jurados les gustan y hace que se descarten maquetas más banales”.

Sería algo así como arquitectos frente a constructores.