La bañera | Llàtzer Moix

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Publicat el 31 de gener de 2014 a La Vanguardia

Hay, al menos, dos maneras de reformar o ampliar un museo. La primera pasa por intentar que la nueva intervenciónPublicado el 31 de enero de 2014 en La Vanguardia

Hay, al menos, dos maneras de reformar o ampliar un museo. La primera pasa por intentar que la nueva intervención, aún sin renunciar a la voz propia, aún sin renunciar a la voz propia, guarde cierta armonía con la vieja. La segunda es buscar el contraste, cosa que tiene peligro pero siempre da qué hablar. En Amsterdam hay ejemplos recientes de ambas maneras. El primero es la ampliación del Rijksmuseum, de los sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz. El otro es el de Benthem/Crouwel en el Stedelijk Museum, objeto de esta nota.

La ampliación del Stedelijk ha sido apodada La bañera, un nombre que, de entrada, no aporta brillo a la tipología museística. Ni de salida, como se verá. Junto a la sede original -un decimonónico trabajo de ladrillo de A.W. Weissman, que evoca el neo renacentismo del XVI-, Benthem & Crouwel han levantado un único volumen con hechuras de bañera (o de gran lavamanos), cuyos bordes se estilizan por dos lados de cornisa, dibujando un voladizo protector, a doce metros del suelo. La idea de concentrar allí servicios dispares (auditorio, salas de exposición y demás), para liberar la sede histórica, quizás fuera ya arriesgada. Pero el modo en que esta bañera se eleva sobre sus patas, para acoger en planta baja una cafetería acristalada y la nueva área de acceso (donde se apelotonan la tienda, la guardarropía y las taquillas) no mejora las cosas. Y las aparatosas cajas de escaleras que suben a plantas superiores o bajan a sótanos alimentan por igual la sensación de que el museo podría haber crecido con más fortuna. Por no hablar de la torre cercana a la ampliación, a la que han sido desplazadas las instalaciones.

Dicho lo mejorable, pasemos a lo mejor: esta ampliación, de 127 millones de euros, logra el objetivo de dar la vuelta al museo y encarar su entrada a la explanada cultural de Amsterdam en la que coexiste con el Rijks, el Van Gogh o el Concertgebow. Y ha doblado la superficie expositiva con holgadas salas subterráneas y ha conseguido tránsitos cómodos entre el edificio viejo y el nuevo.

“Todas las formas de nuestra obra son consecuencia de las funciones que alberga”, reiteró una y otra vez Crouwel durante una reciente visita a su obra, como si él fuera el primero a quien le costara admitirlo. Y añadió: “Ha resultado ser un edificio icónico, pero no era esa nuestra intención”. ¡Menos mal! Cuesta imaginar qué forma hubiera adoptado su edificio de abrigar tal intención. ¡Ay, lo icónico!, guarde cierta armonía con la vieja. La segunda es buscar el contraste, cosa que tiene peligro pero siempre da qué hablar. En Amsterdam hay ejemplos recientes de ambas maneras. El primero es la ampliación del Rijksmuseum, de los sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz. El otro es el de Benthem/Crouwel en el Stedelijk Museum, objeto de esta nota.

La ampliación del Stedelijk ha sido apodada La bañera, un nombre que, de entrada, no aporta brillo a la tipología museística. Ni de salida, como se verá. Junto a la sede original -un decimonónico trabajo de ladrillo de A.W. Weissman, que evoca el neo renacentismo del XVI-, Benthem & Crouwel han levantado un único volumen con hechuras de bañera (o de gran lavamanos), cuyos bordes se estilizan por dos lados de cornisa, dibujando un voladizo protector, a doce metros del suelo. La idea de concentrar allí servicios dispares (auditorio, salas de exposición y demás), para liberar la sede histórica, quizás fuera ya arriesgada. Pero el modo en que esta bañera se eleva sobre sus patas, para acoger en planta baja una cafetería acristalada y la nueva área de acceso (donde se apelotonan la tienda, la guardarropía y las taquillas) no mejora las cosas. Y las aparatosas cajas de escaleras que suben a plantas superiores o bajan a sótanos alimentan por igual la sensación de que el museo podría haber crecido con más fortuna. Por no hablar de la torre cercana a la ampliación, a la que han sido desplazadas las instalaciones.

Dicho lo mejorable, pasemos a lo mejor: esta ampliación, de 127 millones de euros, logra el objetivo de dar la vuelta al museo y encarar su entrada a la explanada cultural de Amsterdam en la que coexiste con el Rijks, el Van Gogh o el Concertgebow. Y ha doblado la superficie expositiva con holgadas salas subterráneas y ha conseguido tránsitos cómodos entre el edificio viejo y el nuevo.

“Todas las formas de nuestra obra son consecuencia de las funciones que alberga”, reiteró una y otra vez Crouwel durante una reciente visita a su obra, como si él fuera el primero a quien le costara admitirlo. Y añadió: “Ha resultado ser un edificio icónico, pero no era esa nuestra intención”. ¡Menos mal! Cuesta imaginar qué forma hubiera adoptado su edificio de abrigar tal intención. ¡Ay, lo icónico!