La férrea fiscalización urbana es un freno para nuestra economía, pero esto no es nuevo

Juan Manuel Zaguirre Fernández

La férrea fiscalización urbana es un freno para nuestra economía, pero esto no es nuevo

Juan Manuel Zaguirre Fernández
Publicat el 19 de desembre de 2013 a el Diari de Tarragona
Afortunadamente la sociedad civil está tomando cierto protagonismo en lo que a propuestas urbanas se refiere. Y esto no es un hecho menor que deba ser obviado por las instituciones, al contrario, es motivo de profunda reflexión sobre el papel regulador que juegan las administraciones en su conjunto. Coincidiríamos en la necesidad de regulación administrativa, pero no todos coincidiríamos en justificar los medios utilizados hasta ahora. Y es que algo no ha funcionado en nuestra compleja regulación urbanística que, entre más cosas, no supo evitar la especulación, ayudó a multiplicar el valor del suelo y –de momento- no ha conseguido articular de modo eficiente nuestro territorio.
Las recientes iniciativas que han generado algún debate urbanístico, y que nos afecta directamente, no surgen precisamente de los ayuntamientos, tanto el “Forum sobre model de ciutat” en Tarragona, como el “Eix 2015” en Reus o incluso el “Forum CAT21” de la Societat Catalana d’Ordenació del Territori en Barcelona, son iniciativas paralelas a la acción de gobierno que recogen este testigo olvidado en la larga carrera de nuestros gobernantes hacia la salida de la crisis. Grave olvido si tenemos en cuenta la estratégica repercusión que tienen las decisiones que afectan a la planificación de nuestras ciudades.
Hay que agradecer el impulso de estas interesantes iniciativas, pero a la vez, también hay que pedirles que muestren mayor valentía en sus determinaciones y que actúen sin prejuicios urbanos. Que no se estanquen en los aspectos más atractivos y que afronten en profundidad los retos más relevantes que hoy nos muestra la realidad social. La desregulación que demandan muchos sectores de nuestra economía también es muy necesaria en el ámbito urbanístico. La férrea fiscalización urbana, a todos los niveles, es un freno para nuestra economía. Pero esto no es nuevo.
El largo listado de obligaciones urbanísticas quita el aliento hasta al más valiente. Sin embargo no quisiera dirigir la mirada a estas conocidas ataduras de índole administrativo, me interesa –sobre manera- focalizar hacia los conceptos más importantes que se han convertido en “tabús urbanísticos” precisamente por los prejuicios que les afectan. Me refiero a la densidad, a la ocupación, a la altura, a la compacidad en definitiva. Es decir, a todos aquellos índices que inciden directamente sobre el paisaje de nuestras ciudades, sobre la proximidad de sus ciudadanos y sobre la eficacia de sus mecanismos urbanos.
Estas iniciativas, que todavía siguen activas, y otras muchas que puedan sumarse han de superar el recelo a la compacidad urbana a la hora de plantear sus propuestas. La ciudad inteligente no será solo aquella que nos ayude a estacionar nuestro vehículo más rápidamente, será también la que sepa conjugar mejor el verbo compactar, ya que de ello dependerá la sostenibilidad económica de las ciudades. Movilidad, aprovechamiento, optimización y amortización es otra forma de referirse implícitamente a la compacidad que puede generar el buen uso de la densidad urbana y a la que las nuevas tecnologías ayudarán a construirse equilibradamente, pero sin olvidar que los criterios de coste-beneficio van a ser los que marcarán el camino. Adelantarse a este escenario seria promover una reflexión urbanística en este sentido, y los foros anunciados deberían hacerse eco de esta inquietud. Fijémonos en que nuestra mayor intensidad urbana se vive en las zonas más densas de las ciudades, que son por cierto las más sostenibles desde un punto de vista urbanístico y que poco a poco también lo son en otras disciplinas. Lejos de esta perspectiva sostenible tendremos a perpetuidad las extensiones urbanas que nos han procurado un paisaje de repetición; el de los ensanches desproporcionados, el de las casas adosadas y el de los polígonos-jardín que presumían de densidades inferiores a 15 viviendas por hectárea.
Para que no nos confunda la gran escala practiquemos un urbanismo más interesado en los procesos urbanos más compactos, estando más atentos a la transformación que a la expansión alentada por interminables planes generales que, dicho sea de paso, debieran moderarse en su número. Animo pues a considerar de mayor importancia el debate sobre la compacidad urbana para contribuir a la sostenibilidad de nuestro urbanismo, que como un efecto boomerang nos sacude varios lustros después de su aprobación sin posibilidad de rectificar lo construido.

Publicado el 19 de diciembre de 2013 el el Diari de Tarragona
Afortunadamente la sociedad civil está tomando cierto protagonismo en lo que a propuestas urbanas se refiere. Y esto no es un hecho menor que deba ser obviado por las instituciones, al contrario, es motivo de profunda reflexión sobre el papel regulador que juegan las administraciones en su conjunto. Coincidiríamos en la necesidad de regulación administrativa, pero no todos coincidiríamos en justificar los medios utilizados hasta ahora. Y es que algo no ha funcionado en nuestra compleja regulación urbanística que, entre más cosas, no supo evitar la especulación, ayudó a multiplicar el valor del suelo y –de momento- no ha conseguido articular de modo eficiente nuestro territorio.
Las recientes iniciativas que han generado algún debate urbanístico, y que nos afecta directamente, no surgen precisamente de los ayuntamientos, tanto el “Forum sobre model de ciutat” en Tarragona, como el “Eix 2015” en Reus o incluso el “Forum CAT21” de la Societat Catalana d’Ordenació del Territori en Barcelona, son iniciativas paralelas a la acción de gobierno que recogen este testigo olvidado en la larga carrera de nuestros gobernantes hacia la salida de la crisis. Grave olvido si tenemos en cuenta la estratégica repercusión que tienen las decisiones que afectan a la planificación de nuestras ciudades.
Hay que agradecer el impulso de estas interesantes iniciativas, pero a la vez, también hay que pedirles que muestren mayor valentía en sus determinaciones y que actúen sin prejuicios urbanos. Que no se estanquen en los aspectos más atractivos y que afronten en profundidad los retos más relevantes que hoy nos muestra la realidad social. La desregulación que demandan muchos sectores de nuestra economía también es muy necesaria en el ámbito urbanístico. La férrea fiscalización urbana, a todos los niveles, es un freno para nuestra economía. Pero esto no es nuevo.
El largo listado de obligaciones urbanísticas quita el aliento hasta al más valiente. Sin embargo no quisiera dirigir la mirada a estas conocidas ataduras de índole administrativo, me interesa –sobre manera- focalizar hacia los conceptos más importantes que se han convertido en “tabús urbanísticos” precisamente por los prejuicios que les afectan. Me refiero a la densidad, a la ocupación, a la altura, a la compacidad en definitiva. Es decir, a todos aquellos índices que inciden directamente sobre el paisaje de nuestras ciudades, sobre la proximidad de sus ciudadanos y sobre la eficacia de sus mecanismos urbanos.
Estas iniciativas, que todavía siguen activas, y otras muchas que puedan sumarse han de superar el recelo a la compacidad urbana a la hora de plantear sus propuestas. La ciudad inteligente no será solo aquella que nos ayude a estacionar nuestro vehículo más rápidamente, será también la que sepa conjugar mejor el verbo compactar, ya que de ello dependerá la sostenibilidad económica de las ciudades. Movilidad, aprovechamiento, optimización y amortización es otra forma de referirse implícitamente a la compacidad que puede generar el buen uso de la densidad urbana y a la que las nuevas tecnologías ayudarán a construirse equilibradamente, pero sin olvidar que los criterios de coste-beneficio van a ser los que marcarán el camino. Adelantarse a este escenario seria promover una reflexión urbanística en este sentido, y los foros anunciados deberían hacerse eco de esta inquietud. Fijémonos en que nuestra mayor intensidad urbana se vive en las zonas más densas de las ciudades, que son por cierto las más sostenibles desde un punto de vista urbanístico y que poco a poco también lo son en otras disciplinas. Lejos de esta perspectiva sostenible tendremos a perpetuidad las extensiones urbanas que nos han procurado un paisaje de repetición; el de los ensanches desproporcionados, el de las casas adosadas y el de los polígonos-jardín que presumían de densidades inferiores a 15 viviendas por hectárea.
Para que no nos confunda la gran escala practiquemos un urbanismo más interesado en los procesos urbanos más compactos, estando más atentos a la transformación que a la expansión alentada por interminables planes generales que, dicho sea de paso, debieran moderarse en su número. Animo pues a considerar de mayor importancia el debate sobre la compacidad urbana para contribuir a la sostenibilidad de nuestro urbanismo, que como un efecto boomerang nos sacude varios lustros después de su aprobación sin posibilidad de rectificar lo construido.

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