Una ventana con vistas panorámicas | Llàtzer Moix

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Publicat el 5 de febrer de 2014 a La Vanguardia

Recopilación Phaidon publica una antología mundial de la arquitectura del siglo XX, con obras de figuras internacionales y de estrellas locales.Publicado el 5 de febrero de 2014 en La Vanguardia

Recopilación Phaidon publica una antología mundial de la arquitectura del siglo XX, con obras de figuras internacionales y de estrellas locales.

A diferencia de las obras literarias o de las musicales, que con raras excepciones podemos disfrutar sin salir de casa, la arquitectura sigue siendo un arte “de campo”. Es decir, un arte que se percibe, con insustituible intensidad y precisión, mediante la “experiencia espacial” in situ.

Esta particularidad ha convertido a los arquitectos en grandes viajeros, dispuestos a recorrer Finlandia para descubrir los trabajos de Alvar Aalto, o de volar a India para conocer la obra de Le Corbusier en Chandigarh; y, de ahí, saltar a Dhaka (Bangla Desh) para acercarse a la Asamblea Nacional proyectada por Louis Kahn… Pero incluso los más infatigables trotamundos arquitectónicos emprenden el último viaje sin haber visitado incontables edificios dignos del desplazamiento. Por una sencilla razón: son muchos y están dispersos, lo que hace casi imposible su conocimiento directo y, a menudo, el mero conocimiento de su existencia.

Atlas de arquitectura mundial del siglo XX (Phaidon), cuya edición española ha llegado recientemente a las librerías, es una obra monumental que intenta luchar contra esa dispersión, contra la imposibilidad de abarcar todo aquello digno de atención que nos ha dado la arquitectura mundial. Lo hace con una limitación temporal, como se indica en su título, y con la lógica limitación numérica, pero sin grandes restricciones espaciales o geográficas, puesto que documenta cientos de obras todavía en pie levantadas en un total de 97 países de seis áreas planetarias: Oceanía, Asia, Europa, África, América del Norte y América del Sur.

Calificamos esta obra de “monumental” tanto por su continente, de tamaño inusual, 800 páginas y 7,3 kilos de peso (8,4, si incluimos el envoltorio ad hoc para su transporte), como por su contenido, que incluye 3.800 fotos y 1.300 dibujos de los 757 edificios seleccionados, obra de 699 arquitectos; y, también, cuarenta mapas realizados ex profeso, relativos a la ubicación geográfica de los edificios, y también a los flujos comerciales entre naciones o a los flujos migratorios de los arquitectos, al clima o a la evolución en altura de los edificios. Dicho sea a modo de botón de muestra: a fines del siglo XX, la mayor era la de las torres Petronas de Kuala Lumpur, con 452 metros; hoy, la de la torre Jalifa en Dubái, con 830 metros.

Honestamente, y debido a lo apuntado en el primer párrafo, se hace difícil afirmar o negar que la selección reunida en esta obra sea la ideal. En cualquier caso, viene avalada por seis grupos territoriales, integrado cada uno por un centenar y medio de historiadores, académicos o arquitectos, y coordinados y filtrados desde Londres por un comité editorial dirigido por Emilia Terragni (quien ya hizo un trabajo similar en una obra anterior de tonelaje comparable, editada también por Phaidon, el Atlas Phaidon de arquitectura mundial del siglo XXI). Pero siempre cabe valorar dicha selección extrapolando a partir de las tradiciones que nos son más cercanas, como la de España, representada con 25 obras, entre ellas piezas indiscutibles, como el cementerio de Igualada de Enric Miralles y Carme Pinós o el Museo Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry, y con alguna que quizás ha desplazado a otra de mayor mérito. Y cabe valorarla también a partir de criterios numéricos, como son esas 27 obras francesas frente a las cinco portuguesas; o esas 35 japonesas frente a las diez que suman China y Corea del Sur juntas. Ahora bien, es sabido que toda antología suscita discusiones. Y conviene añadir que una obra como esta carece de parangón sobre lo que ha sido la arquitectura del siglo XX; que realiza un esfuerzo global para ilustrarnos, desde una óptica abierta, sin un particular sesgo occidental; y que está atenta tanto a los grandes nombres de todos bien conocidos como a interesantes figuras de proyección local con, hasta ahora, menor difusión.

En resumen, el resultado de este esfuerzo colectivo es un festín, una grande bouffe arquitectónica, de prolongada ingesta y de más larga digestión, en la que se combinan platos ya conocidos y apreciados con otros de remotos sabores exóticos; donde la huella del Movimiento Moderno es determinante pero no excluyente, admitiendo manifestaciones de lo vernáculo o de lo que parecen contagios de culturas constructivas y plásticas ajenas; y donde resulta entretenido rastrear parentescos e inspiraciones, que a veces se dan entre países vecinos, y que a veces son de una dimensión transoceánica: ecos gaudinianos en Mauritania, brasileños en Mozambique, italianos en Barcelona, etcétera.

A diferencia de las obras literarias o de las musicales, que con raras excepciones podemos disfrutar sin salir de casa, la arquitectura sigue siendo un arte “de campo”. Es decir, un arte que se percibe, con insustituible intensidad y precisión, mediante la “experiencia espacial” in situ.

Esta particularidad ha convertido a los arquitectos en grandes viajeros, dispuestos a recorrer Finlandia para descubrir los trabajos de Alvar Aalto, o de volar a India para conocer la obra de Le Corbusier en Chandigarh; y, de ahí, saltar a Dhaka (Bangla Desh) para acercarse a la Asamblea Nacional proyectada por Louis Kahn… Pero incluso los más infatigables trotamundos arquitectónicos emprenden el último viaje sin haber visitado incontables edificios dignos del desplazamiento. Por una sencilla razón: son muchos y están dispersos, lo que hace casi imposible su conocimiento directo y, a menudo, el mero conocimiento de su existencia.

Atlas de arquitectura mundial del siglo XX (Phaidon), cuya edición española ha llegado recientemente a las librerías, es una obra monumental que intenta luchar contra esa dispersión, contra la imposibilidad de abarcar todo aquello digno de atención que nos ha dado la arquitectura mundial. Lo hace con una limitación temporal, como se indica en su título, y con la lógica limitación numérica, pero sin grandes restricciones espaciales o geográficas, puesto que documenta cientos de obras todavía en pie levantadas en un total de 97 países de seis áreas planetarias: Oceanía, Asia, Europa, África, América del Norte y América del Sur.

Calificamos esta obra de “monumental” tanto por su continente, de tamaño inusual, 800 páginas y 7,3 kilos de peso (8,4, si incluimos el envoltorio ad hoc para su transporte), como por su contenido, que incluye 3.800 fotos y 1.300 dibujos de los 757 edificios seleccionados, obra de 699 arquitectos; y, también, cuarenta mapas realizados ex profeso, relativos a la ubicación geográfica de los edificios, y también a los flujos comerciales entre naciones o a los flujos migratorios de los arquitectos, al clima o a la evolución en altura de los edificios. Dicho sea a modo de botón de muestra: a fines del siglo XX, la mayor era la de las torres Petronas de Kuala Lumpur, con 452 metros; hoy, la de la torre Jalifa en Dubái, con 830 metros.

Honestamente, y debido a lo apuntado en el primer párrafo, se hace difícil afirmar o negar que la selección reunida en esta obra sea la ideal. En cualquier caso, viene avalada por seis grupos territoriales, integrado cada uno por un centenar y medio de historiadores, académicos o arquitectos, y coordinados y filtrados desde Londres por un comité editorial dirigido por Emilia Terragni (quien ya hizo un trabajo similar en una obra anterior de tonelaje comparable, editada también por Phaidon, el Atlas Phaidon de arquitectura mundial del siglo XXI). Pero siempre cabe valorar dicha selección extrapolando a partir de las tradiciones que nos son más cercanas, como la de España, representada con 25 obras, entre ellas piezas indiscutibles, como el cementerio de Igualada de Enric Miralles y Carme Pinós o el Museo Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry, y con alguna que quizás ha desplazado a otra de mayor mérito. Y cabe valorarla también a partir de criterios numéricos, como son esas 27 obras francesas frente a las cinco portuguesas; o esas 35 japonesas frente a las diez que suman China y Corea del Sur juntas. Ahora bien, es sabido que toda antología suscita discusiones. Y conviene añadir que una obra como esta carece de parangón sobre lo que ha sido la arquitectura del siglo XX; que realiza un esfuerzo global para ilustrarnos, desde una óptica abierta, sin un particular sesgo occidental; y que está atenta tanto a los grandes nombres de todos bien conocidos como a interesantes figuras de proyección local con, hasta ahora, menor difusión.

En resumen, el resultado de este esfuerzo colectivo es un festín, una grande bouffe arquitectónica, de prolongada ingesta y de más larga digestión, en la que se combinan platos ya conocidos y apreciados con otros de remotos sabores exóticos; donde la huella del Movimiento Moderno es determinante pero no excluyente, admitiendo manifestaciones de lo vernáculo o de lo que parecen contagios de culturas constructivas y plásticas ajenas; y donde resulta entretenido rastrear parentescos e inspiraciones, que a veces se dan entre países vecinos, y que a veces son de una dimensión transoceánica: ecos gaudinianos en Mauritania, brasileños en Mozambique, italianos en Barcelona, etcétera.