Entrevista al arquitecto venezolano, co-fundador del estudio LAB.PRO.FAB y autor de diversas obras en las que destacan, por encima de todo, los procesos participativos de larga duración y que ha estado en Barcelona dirigiendo el taller de Participación para los alumnos de Máster en Cooperación Internacional de la School of Architecture de UIC Barcelona
Supongo que esta ciudad le trae buenos recuerdos. Aquí gano el Premio del Festival de Arquitectura EME3 el año 2011 por su obra Tiuna el Fuerte. Han pasado cuatro años desde entonces. ¿Qué queda de aquel proyecto urbano? ¿Alcanzaron sus objetivos, trabajan todavía en ello o quedó en el intento?
Usamos el tiempo como una herramienta de proyecto. La arquitectura ni empieza con la primera piedra ni termina con la inauguración. La construcción es un capítulo más, aunque muy importante. La importancia está en la programación de lo que se proyecta, los contenidos y sus posibles transformaciones. En el momento de ser premiados en EME3 estábamos al 30% de lo planificado. Actualmente, 4 años después, hemos alcanzado el 50%. Después de una década entendemos que es un tema de ciudadanía más que de construcción de la infraestructura física.
Por el desarrollo que planteas, parece que os apropiáis, en el sentido positivo del término, de ámbitos más propios de otras disciplinas, como la sociología. Aun así el momento de cristalización, de realización objetual de la arquitectura, es inevitable.
Lo que planteamos es una dimensión amplia de nuestro rol disciplinar, una que comienza en los sistemas de organización antes de intervenir el lugar, de generar arquitectura sobre el tejido social y experimentar con nuevos modelos urbanos. Muchas veces, no existe un problema hasta que no se realiza el edificio, genera incluso problemas donde no los hay. El edificio suele ser el foco de conflicto.
Parece que ustedes salen a la calle a buscar su oportunidad, que no esperan en el despacho.
Actualmente se habla de los concursos como una forma de democratizar la práctica, pero los concursos están dirigidos y muchas veces no atienden las demandas públicas. Más que pretender solventar los problemas se trata de sumarse a ellos y encontrar la manera de validar el trabajo profesional no solo como expertos sino como ciudadanos comunes. Los recursos empleados para licitar concursos se podrían invertir directamente en el desarrollo de proyectos con una visión amplificada del fenómeno urbano.
En cualquier caso, tampoco parece que esta arquitectura en las zonas de oportunidad que comentábamos, de tan largo proceso, pueda ser rentable para un estudio profesional.
Aun así, sigue siendo mejor que el sistema de concursos. Digamos que se trata de una arquitectura lenta de rápido ensamblaje. En ocasiones, hemos sido capaces de construir la base sobre la cual desarrollar el resto en tan solo seis meses. Este ahorro de tiempo nos ayuda a acercarnos a procesos de participación y colectividad. Aun así, parte de nuestro trabajo también está en encontrar nuevos espacios para el campo de acción disciplinar, especialmente para darle una nueva dimensión en la actualidad. Entender cómo podemos acercarnos a lo que nos gusta hacer, pertenecer al sistema y operar articuladamente sobre este.
¿Cree que este tipo de intervenciones son extrapolables a España?
Parte de la idea es dejar que cada territorio opere según sus propias reglas, centrar el funcionamiento de estos en protocolos de colectividad, participación y cooperativismo. En España hay muchas oficinas, grupos y colectivos en la búsqueda de espacios de oportunidad. Se debería centrar la discusión de la arquitectura contemporánea en aspectos próximos a la realidad, como la ausencia del dominio público, las obsolescencias urbanas, lotes urbanos desactivados, modelos de domesticidad y la proliferación de asentamientos informales efervescentes que sustentan a través de micro economías complejas.
Cuando etiqueta la arquitectura con la palabra social, parece que caigamos en el epíteto.¿No está en el propio significado de la palabra arquitectura, de manera indisociable, el adjetivo social? La arquitectura, de por si, debe ser pensada y ejecutada para las personas, otra cosa es que no se haga.
Lo social es inherente a la práctica, está implícito en nuestro campo de estudio. Entiendo la peligrosidad del mundo de las etiquetas. Lo que empieza con buena voluntad se puede tornar perverso con el tiempo. Ya pasó en su día con la arquitectura sostenible. Al final lo convierten en gadgets al ridiculizar el concepto inicial, tornándolo a favor de una sociedad basada en el consumo como objeto.
En otro orden de cosas, y centrándonos en el resultado del objeto producido, ¿Cree usted positivo generar los edificios para un tejido social al que se pretende cambiar con la reutilización de los propios residuos que genera? ¿No estigmatiza de manera inconsciente el lugar que se aspira a mejorar?
La estigmatización se produce en el momento que un material de segunda mano se convierte en un objeto que no reconoce su posibilidad de ser reinsertado y pasar a una segunda o tercera vida, sin ser subestimado o subvalorado. Muchos de los protocolos que hemos empleado se han convertido en políticas urbanas, e incluso han sido articulados al plan de estado, de manera que la comunidad determina sus propias mejoras.
¿No teme entonces la burocratización y, en consecuencia, la perversión de estos procesos genuinamente espontáneos?
Parece inevitable. Pero hemos conseguido centrar el foco hacia estos puntos. La implicación del aparato público es muy importante, aunque también tenga aspectos negativos en cuanto a la figura del populismo y el asistencialismo. Creemos en que se mantenga la identidad y el sentido de comunidad de las partes implicadas y de quienes viven los lugares y habitan los territorios.
En la transición de Chávez a Maduro ¿Ha habido algún cambio significativo para la manera en que practica la profesión?
No creo que haya tenido un impacto significativo, Venezuela pasó por un proceso de reforma constituyente durante el periodo presidencial de Chávez, en un intento de diluir el cuerpo burocrático, borrar el sistema piramidal de sociedad y apostar por un sistema organizado por células geopolíticas que buscaban horizontalizar el poder.
Quizá demasiado presidencialista para algunos, razón de su fracaso. Incidiendo de nuevo en su práctica de la profesión, he podido ver que, en otros países, participan en intervenciones artísticas como LIGA. Parecen actuaciones alejadas del contenido social tangible del que me ha venido hablando hasta ahora.
El arte para nosotros sigue siendo una práctica social que pone en evidencia la estructura que soporta el andamiaje social, y las instalaciones políticas lo someten a revisión. En el caso de LIGA, queríamos empapelar un espacio con la cantidad ingente de planos y copias de copias que se necesitan burocráticamente para llevar a cabo una obra y ensamblarlos a través de elementos de oficina: ganchos de carpeta, clips y papeles, todo lo que el arquitecto necesita para visar y justificar los procesos de construcción en arquitectura.
Cuando se entra en este mundo, se puede perder de vista el objetivo final de la arquitectura.
Es peligroso. Pero hay que diferenciar bien entre la denuncia y el cuestionamiento a través del arte y el oficio de arquitecto. Defendemos el rigor disciplinar. Al máximo. No entendemos la profesión sino como un oficio al servicio de la gente. Aun así, creemos que con cuidado se pueden mantener ambas prácticas, enriquecer las unas con las otras y recuperar la experimentalidad en el oficio.