Publicado el lunes, 16 de junio del 2014 en el Blog “Del tirador a la ciudad” del EL PAIS
Consulten también el artículo de Lluís Domènech “Axa desembarca a l’isola de S. Pietro a Venècia”
¿Apunta la Bienal de Venecia el camino hacia la arquitectura del futuro? ¿Reflexiona sobre la del presente? ¿O más bien permite entrever los últimos coletazos de quien se resiste a dejar el cetro? Publicado el lunes, 16 de junio del 2014 en el Blog “Del tirador a la ciudad” del EL PAIS
Consulten también el artículo de Lluís Domènech “Axa desembarca a l’isola de S. Pietro a Venècia”
¿Apunta la Bienal de Venecia el camino hacia la arquitectura del futuro? ¿Reflexiona sobre la del presente? ¿O más bien permite entrever los últimos coletazos de quien se resiste a dejar el cetro? En la recién inaugurada edición, comisariada por fin –se resistió a varias ofertas de hacerlo alegando falta de tiempo- por el holandés Rem Koolhaas, el arquitecto más influyente del mundo ha tachado la arquitectura actual de ficción. También ha declarado que, basándose en tres valores -la seguridad, el confort y la sostenibilidad (que, según él han remplazado a la libertad, la igualdad y la fraternidad)- la arquitectura tiene un futuro poco prometedor. Merece la pena recordar que Koolhaas, que ha decidido aprovechar esta edición de la Bienal para investigar (la evolución del retrete por ejemplo) y ha descartado –dice- la presencia de los últimos trabajos de los arquitectos estrella es, él mismo, una estrella.
Hace una semana, en Barcelona, el que fuera primer ministro holandés entre 1982 y 1994, Ruud Lubbers, dio una importancia muy distinta a la sostenibilidad en el foro organizado por la asociación Arquitectes per l’ Arquitectura celebrado en Roca Gallery. El economista y alto comisionado de la ONU para los refugiados preside hoy el centro de investigación energético de su país y, tras dejar claro que él sí considera la sostenibilidad un asunto esencial para la arquitectura –y por ende para la vida, claro- dio un único consejo: “apartar la sostenibilidad de cualquier idea de negocio, esto es, apartar el control de manos de los empresarios y de los políticos”, dijo el político holandés.
La advertencia del ex primer ministro contrasta con la pataleta de Koolhaas por la reducción del campo de actuación de los arquitectos a una superficie de dos centímetros (la que oculta los componentes industriales de los edificios) en contraposición a la solidez de la antigua construcción. En las últimas décadas, hemos visto argumentar a Koolhaas con gran elocuencia a favor de una cosa y su contraria. A favor del caos como condición sine qua non de las ciudades y a favor de los edificios monumentales –como su rascacielos con bucle para la sede de la televisión China en Pekín- como elemento ordenador capaz de contribuir a la democratización de un país.
Así las cosas, esta indagación realizada por Koolhaas en Venecia -que busca recuperar la huella de proyectistas y personajes raros que, como él, fueron más allá de las convecciones proponiendo vivir en un plano inclinado, por ejemplo- enlaza con los intereses defendidos por su arquitectura de ir más allá de lo esperable y evitar perpetuar modelos tipológicos. Sin embargo, criticar la pérdida de control del arquitecto frente a la factura industrial sería, paradójicamente, criticarse a sí mismo por haber defendido también esa investigación o por haberla utilizado para levantar sus “mensajes” arquitectónicos. ¿Se puede hacer una arquitectura y defender otra por escrito? ¿Contribuye eso a la riqueza de la disciplina? Puede que sí. Pero puede también que, con 70 años, una obra atrevida y controvertida en varios países y, sobre todo, a la cabeza del club de las estrellas, Koolhaas –que ha sido un arquitecto fundamental para el siglo XX- ya no sirva como guía para el siglo XXI. La impresión que da –dedicando más tiempo que nadie (4 años) a preparar una Bienal y solicitando más tiempo que nadie (6 meses) para poder exponer los resultados- es que sigue haciendo y opinando lo que más le conviene en cada ocasión. Es evidente que ese discurso que viste el interés privado de interés colectivo juega con fuego. La diferencia con otras frases incendiarias que buscaron epatar antes es que ya no está el mundo para fuegos de artificio. Así, decir que la sostenibilidad no importa es tan nocivo como llamar a cualquier inmueble bioclimático o ecológico sin que este lo sea. Ambas actitudes cínicas recuerdan a la mítica de Frank Lloyd Wright cuando le hablaban de las goteras sobre el comedor: “que cambien la mesa de sitio”. Los tiempos han cambiado y puede que no sea de arquitectos tan imaginativos como al margen de la sociedad de quienes convenga recibir (quien la necesite) doctrinaEn la recién inaugurada edición, comisariada por fin –se resistió a varias ofertas de hacerlo alegando falta de tiempo- por el holandés Rem Koolhaas, el arquitecto más influyente del mundo ha tachado la arquitectura actual de ficción. También ha declarado que, basándose en tres valores -la seguridad, el confort y la sostenibilidad (que, según él han remplazado a la libertad, la igualdad y la fraternidad)- la arquitectura tiene un futuro poco prometedor. Merece la pena recordar que Koolhaas, que ha decidido aprovechar esta edición de la Bienal para investigar (la evolución del retrete por ejemplo) y ha descartado –dice- la presencia de los últimos trabajos de los arquitectos estrella es, él mismo, una estrella.
Hace una semana, en Barcelona, el que fuera primer ministro holandés entre 1982 y 1994, Ruud Lubbers, dio una importancia muy distinta a la sostenibilidad en el foro organizado por la asociación Arquitectes per l’ Arquitectura celebrado en Roca Gallery. El economista y alto comisionado de la ONU para los refugiados preside hoy el centro de investigación energético de su país y, tras dejar claro que él sí considera la sostenibilidad un asunto esencial para la arquitectura –y por ende para la vida, claro- dio un único consejo: “apartar la sostenibilidad de cualquier idea de negocio, esto es, apartar el control de manos de los empresarios y de los políticos”, dijo el político holandés.
La advertencia del ex primer ministro contrasta con la pataleta de Koolhaas por la reducción del campo de actuación de los arquitectos a una superficie de dos centímetros (la que oculta los componentes industriales de los edificios) en contraposición a la solidez de la antigua construcción. En las últimas décadas, hemos visto argumentar a Koolhaas con gran elocuencia a favor de una cosa y su contraria. A favor del caos como condición sine qua non de las ciudades y a favor de los edificios monumentales –como su rascacielos con bucle para la sede de la televisión China en Pekín- como elemento ordenador capaz de contribuir a la democratización de un país.
Así las cosas, esta indagación realizada por Koolhaas en Venecia -que busca recuperar la huella de proyectistas y personajes raros que, como él, fueron más allá de las convecciones proponiendo vivir en un plano inclinado, por ejemplo- enlaza con los intereses defendidos por su arquitectura de ir más allá de lo esperable y evitar perpetuar modelos tipológicos. Sin embargo, criticar la pérdida de control del arquitecto frente a la factura industrial sería, paradójicamente, criticarse a sí mismo por haber defendido también esa investigación o por haberla utilizado para levantar sus “mensajes” arquitectónicos. ¿Se puede hacer una arquitectura y defender otra por escrito? ¿Contribuye eso a la riqueza de la disciplina? Puede que sí. Pero puede también que, con 70 años, una obra atrevida y controvertida en varios países y, sobre todo, a la cabeza del club de las estrellas, Koolhaas –que ha sido un arquitecto fundamental para el siglo XX- ya no sirva como guía para el siglo XXI. La impresión que da –dedicando más tiempo que nadie (4 años) a preparar una Bienal y solicitando más tiempo que nadie (6 meses) para poder exponer los resultados- es que sigue haciendo y opinando lo que más le conviene en cada ocasión. Es evidente que ese discurso que viste el interés privado de interés colectivo juega con fuego. La diferencia con otras frases incendiarias que buscaron epatar antes es que ya no está el mundo para fuegos de artificio. Así, decir que la sostenibilidad no importa es tan nocivo como llamar a cualquier inmueble bioclimático o ecológico sin que este lo sea. Ambas actitudes cínicas recuerdan a la mítica de Frank Lloyd Wright cuando le hablaban de las goteras sobre el comedor: “que cambien la mesa de sitio”. Los tiempos han cambiado y puede que no sea de arquitectos tan imaginativos como al margen de la sociedad de quienes convenga recibir (quien la necesite) doctrina