La rehabilitación para adaptar las ciudades a la transición ecológica y tecnológica y disponer de vivienda de alquiler asequible ha de ser una de los instrumentos para la salida de la crisis
Publicado en El Periódico el 27 de mayo de 2020
Nuestras viviendas, junto con los edificios, calles y plazas que configuran nuestro entorno construido, constituyen de forma silenciosa y estable la base de nuestro bienestar. Imaginémonos por un instante sin ellos: en un descampado, sin nada que nos proteja, o en la oscuridad de una cueva. Sin techo, sin paredes, sin ventanas. Sin escuelas, ni hospitales. Sin calles, ni plazas. El contraste nos permite ver hasta qué punto la arquitectura define nuestra calidad de vida, estructura nuestra sociedad y describirá las costumbres y prioridades de nuestro tiempo a las generaciones futuras. Las ciudades y edificios en los que vivimos ahora responden a los requerimientos y deseos de las generaciones que los construyeron y ya no atienden adecuadamente a los nuestros.
En primer lugar, los cambios acelerados en nuestras formas de vida, trabajo y ocio y las necesidades de accesibilidad y de protección de la salud requieren una adecuación funcional cada vez más profunda de nuestro parque construido. En segundo lugar, la lucha contra la emergencia climática exige la transformación energética de la mayoría de las viviendas existentes. Y, en tercer lugar, solo adaptando parte de ese parque se podrá atender la creciente demanda de vivienda con alquiler asequible.
Antes de la pandemia ya éramos conscientes de estos retos. La Agenda 2030 subraya la necesidad de mejorar nuestras ciudades como condición para preservar el bienestar de las personas y la sostenibilidad del planeta. En el conjunto de la UE se está acelerando la renovación urbana y países como Francia y Alemania mantienen tasas anuales de rehabilitación de entre el 1,5% y 2%. Porcentajes muy superiores al de España, que sigue rezagada en un 0,2%, desperdiciando el potencial de una actividad económica esencial para la transición ecológica y tecnológica.
El confinamiento para contener la propagación masiva del coronavirus nos ha situado ante una crisis económica y social sin precedentes. Pero también nos ha hecho habitar nuestras viviendas de formas distintas y ha agudizado nuestra conciencia sobre el valor que aporta su arquitectura en nuestro bienestar personal y familiar. Si la construcción, que aún no se había recuperado de la crisis anterior, entra en una nueva recesión, España se enfrenta a la pérdida de casi un millón de empleos. Pero, a diferencia de otros sectores, detenidos o ralentizados, tiene un gran potencial de crecimiento dirigida hacia la rehabilitación arquitectónica y la renovación urbana. Solo alcanzando los niveles de rehabilitación de nuestros vecinos europeos, donde esta actividad ocupa a alrededor del 4% de la población activa, crearemos más de 400.000 empleos directos, cualificados y estables para cumplir con los planes de Europa y, además, actuarán como tractor de otros sectores.
La crisis provocada por el coronavirus es profunda y, en plena cuarta revolución industrial, cualquier prioridad también debe servir para avanzar en los grandes retos que ya teníamos fijados. No se trata de ser ‘resilientes’ para recuperar una situación anterior ya insostenible. Ahora, necesitamos ‘transiliencia’: dar un salto adelante en la dirección hacia la que queríamos dirigirnos. Es preciso que un plan nacional de renovación urbana, coordinado entre todas las administraciones públicas y consensuado con el sector, reactive la construcción como motor económico necesario para desarrollar la Agenda Urbana Española y el Green New Deal que se impulsa desde la UE, aprovechando al máximo los fondos que se movilicen.
Teniendo en cuenta que la mayoría de las viviendas y edificios pertenecen a pequeños propietarios, las políticas de rehabilitación han de estar orientadas a impulsar sus decisiones con un marco normativo y económico adecuado, con incentivos fiscales y ayudas directas que retornarían con creces a las arcas públicas en fiscalidad restante y ahorro en prestaciones de desempleo evitado, como planteamos desde el CSCAE en el documento ‘Propuestas para reactivar el sector de la construcción’.
En otros momentos de nuestra historia con cambios profundos similares, la arquitectura de las ciudades se transformó para encajar en el nuevo contexto, convirtiéndose en motor de renovación, y nos recuerda la determinación de esas generaciones que se negaron a ser víctimas del cambio, dando un salto hacia adelante. Ahora, vuelve a ser necesaria esa apuesta transformadora de nuestras ciudades, entendida como un proyecto colectivo que, dentro del escudo social que necesitamos, también nos proyecte hacia un futuro mejor.