El arquitecto barcelonés, fallecido este lunes a los 96 años, empezó a trabajar en 1959 en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, donde su personalidad dejó una huella profunda
Publicado en La Vanguardia el 20 de Octubre de 2020 | Félix Solaguren-Beascoa, catedrático y director de la ETSAB/UPC
Federico Correa obtuvo el título de arquitecto en el año 1953. Se asoció con su compañero de colegio, Alfonso Milá, con quien desarrolló toda su labor profesional hasta la muerte de este último.
Poco tiempo después y en una visita de obras al aeropuerto de Barcelona acompañando a Coderch coincidió con Robert Terradas, autor de las mismas y por aquel entonces catedrático de la ETSAB.
En una conversación durante la visita le comentó que estaría interesado en impartir docencia en nuestra escuela. Terradas se lo presentó al entonces director, Amadeu Llopart, y fue contratado como Ayudante de clases prácticas de la asignatura “Elementos de Composición” en 1959.
En 1962 fue nombrado encargado de curso de esa asignatura para que en 1965 pasar a ser Adjunto contratado de la asignatura de Proyectos I.
Cuando Federico Correa entraba en el aula, desaparecía cualquier tipo de murmullo. El silencio se hacía dueño de la situación
Junto a otros compañeros, el 13 de septiembre de 1966, se le abrió un expediente disciplinario como consecuencia de su posicionamiento frente a los acontecimientos políticos de aquel año. Fue apartado de la docencia por un período de dos años que se convirtieron en once.
Regresó a la ETSAB como catedrático contratado en 1977 para la asignatura de Proyectos I siendo director de la institución el también catedrático Oriol Bohigas.
Accedió al cuerpo de catedráticos numerarios en 1986, siendo profesor emérito los años 1991 y 1992.
De porte severo y elegante; vestía como un dandy.
Pulcro, guapo, alto, moreno, de caminar firme, algo distante, pero siempre puntual y dispuesto.
Cuando Federico Correa entraba en el aula, desaparecía cualquier tipo de murmullo. El silencio se hacía dueño de la situación. Él, vestido casi siempre en tonos tostados, medía sus palabras de manera precisa sin levantar nunca el tono de la voz, no lo necesitaba. Su presencia imponía.
Rara vez aparecía en la ETSAB a primera hora, pero alargaba sus clases hasta bien entrada la tarde.
Ese aire de lord inglés o de conde italiano serían dignos de un buen retrato.
Seguramente el inglés Thomas Gainsborough sería el pintor más adecuado para reflejar su porte. La pintura sería al óleo pues al insistir y enfatizar determinados aspectos reflejarían más claramente su personalidad.
Creo que nunca, en este caso, se pudiera conseguir el mismo resultado con otra técnica diferente.
Pero si fuera un autorretrato la reflexión cambia. Federico utilizaba lápices de colores de una manera magistral. Nosotros, al ver al maestro, también los usábamos. Creíamos que al recurrir a la misma técnica conseguiríamos los mismos resultados. Imposible.
Una de las “novedades” que introdujo en la ETSAB, cuando reingresó en 1977, fue la del dibujo, no sólo de estatua, sino del cuerpo humano. Para ello consiguió que, en el aula situada en la planta baja, vinieran a posar modelos de carne y huesos desnudos de pies a cabeza. Esto que es normal en cualquier escuela de Bellas Artes supuso una auténtica revolución en nuestra escuela. Venían gentes de las facultades vecinas, e incluso llegó a haber alguna queja formal de profesores de otras asignaturas al ver sus aulas vacías. Todos estábamos dibujando en aquella gran sala donde no entraba ni un alfiler.
El 13 de septiembre de 1966 se le abrió un expediente disciplinario como consecuencia de su posicionamiento frente a los acontecimientos políticos de aquel año
Su docencia en la asignatura de Proyectos I proponía unos ejercicios iniciales de los estudios que se convirtieron en hitos que marcaron a distintas generaciones. En ellos introducía al alumno en el mundo de las medidas, de las proporciones y de los materiales, de la posición urbana e, incluso, de la relación entre los objetos.
El interés sería el recabar en lo pequeño, en las texturas, en los colores, en los detalles, en los encuentros mediante “el diseño de una habitación”, o el “de un vestíbulo”. Lo cotidiano se elevaba así a unos niveles de exquisitez que bien reflejaría en su obra profesional.
Evidentemente una personalidad así ha dejado una huella profunda en la ETSAB, ha definido el ADN de nuestra escuela.
Federico Correa dejó su impronta en la ETSAB con estos ejercicios iniciales y también con infinidad de detalles y anécdotas que hacían que su aura mítica aumentara.
También presidía Tribunales de Proyectos Final de Carrera (PFC) que es el último trabajo de la carrera donde el alumno debe ser capaz de exponer en un único ejercicio todos los conocimientos que había adquirido en la carrera.
Alguna vez yo asistía a aquellos actos. Generalmente se hacían en los anchos pasillos de las plantas y, en contadas ocasiones se determinaba algún aula.
En una ocasión Federico entró en el pasillo e iba mirando los planos colgados en la pared de uno en uno mientras el alumno lo seguía a una distancia prudencial. Era un proyecto mediocre, sin interés y que el profesor detectó al instante. Los asistentes esperábamos pacientemente el inicio del acto.
A medio pasillo Federico se paró, se giró y miro al alumno de arriba a abajo. Aquella mirada tan profunda y típica de él le dio tal repaso que el candidato temblaba como una hoja de papel. Y le dijo: “Usted, usted, sí, usted, ¿usted quiere ser arquitecto y lleva los calcetines blancos?”, y se fue sin decir nada más para perplejidad de todos los asistentes. Evidentemente el estudiante suspendió.
En otra ocasión detectó, estando en una punta de la sala, el detalle de un plano que estaba en el otro extremo de la habitación y que estaba mal resuelto.
Lo cotidiano se elevaba a unos niveles de exquisitez que bien reflejaría en su obra profesional
Antes de empezar la explicación, Federico le hizo una pregunta fulminante: “Oiga, ¿cómo se limpia aquella ventana?”. Nos sorprendió una vez más a todos los asistentes. Pero bien que ese comentario nos ha servido y nos servirá en toda nuestra trayectoria profesional.
No recuerdo exactamente si aquel alumno se desmayó o salió corriendo.
Aprendida la lección un día me tocó exponer mi proyecto final de carrera ante Federico Correa. Lo primero que hice fue vestirme adecuadamente antes de la prueba. Lo estrené todo: tonos beige, zapatos de ante marrón, y un tono igual para los calcetines. ¡Lo que me costó encontrar los malditos calcetines!
El trabajo estaba dibujado a lápiz lo que me permitió matizar muchos aspectos en vidrios, ladrillos, madera u hormigones y que había aprendido viéndole dibujar. Perspectivas en blanco y negro con un sutil toque de color. Fondos coloreados con unos lápices “Derwent” ocultos por el grafito pero que le daban al dibujo una peculiar vibración. Evidentemente sobre un papel Schoeller de generoso gramaje. Todo lo aprendí de Federico y de alguno de sus discípulos.
Hablamos hace unos días por teléfono, pues la ETSAB, su ETSAB, le había organizado un pequeño homenaje a su persona, al profesor y que se refleja en una publicación para tal motivo.
Él me pidió que retrasáramos el acto unas semanas hasta que se pudiera celebrar de una manera colectiva y sin restricciones.
Federico falleció ayer diecinueve de octubre de 2020 a las cinco de la tarde.