Publicado el martes, 29 de abril del 2014, en El Pais
Oriol Bohigas, Rafael Moneo y Juan Navarro Baldeweg sintetizan su legado arquitectónico en una nueva colección de vídeos sobre sus trabajosPublicado el martes, 29 de abril del 2014, en El Pais
Oriol Bohigas, Rafael Moneo y Juan Navarro Baldeweg sintetizan su legado arquitectónico en una nueva colección de vídeos sobre sus trabajos
Los arquitectos tienen un banco que no pierde dinero. “La razón es fácil de entender”, explica su presidente, Javier Navarro, banquero además de arquitecto. Y esa razón habla de la gran mayoría de los proyectistas, no solo de los famosos. Las cuentas de la Caja de Arquitectos retratan una profesión sin sueldo fijo y, por lo tanto, conservadora. Acostumbrada al ahorro para evitar sorpresas desagradables en épocas en que, como ahora, los encargos, no llaman a su puerta. Así, las generaciones que han podido ejercer, tienen una economía no boyante pero sí estable. Esa es la razón que hay detrás de la obra social de la Caja, decidida a convertirse en escuela a partir de, entre otras iniciativas, la publicación de tesis doctorales, el reparto de becas y una filmoteca digital de acceso gratuito en la que podrá contemplarse el mensaje, el discurso, la obra y los gestos de tres maestros vivos de la arquitectura española (Oriol Bohigas, Rafael Moneo y Juan Navarro Baldeweg) entrevistados por Luis Fernández-Galiano dentro de la nueva colección Arquia Maestros.
Durante la, paradójicamente, solemne presentación en la Academia de Bellas Artes de Madrid de una serie que busca acercar la arquitectura al ciudadano, el que lleva la voz cantante es Oriol Bohigas que, a sus 88 años, sigue defendiendo cuestiones políticamente incorrectas como “lo que hace una ciudad no son sus habitantes sino sus piedras”.
El urbanista de la Barcelona olímpica llegó a la arquitectura desde la historia y la política —fue concejal de Urbanismo primero y luego de Cultura del Ayuntamiento barcelonés—. También desde el nacionalismo de su padre, un historiador que escribía con el pulso de los mejores periodistas.
Así escribe y habla hoy Bohigas: con más hueso que músculo retórico, directo al grano tanto para analizar a sus colegas como a la hora de hacer autocrítica. La idea arquitectónica que respalda es una defensa de lo cívico como educación, como progreso y como marco democrático. La traducción arquitectónica de esas ideas es una: la ciudad, antes y por encima del edificio. Eso han querido ser su mejores proyectos: las viviendas de la Calle Pallars (1958-9), la Escuela Thau (1972-74) o la Villa Olímpica (1985-92), todas en Barcelona y firmadas junto a sus socios Josep Martorell —que lo convenció para que se convirtiera en arquitecto— y David Mackay.
La ciudad es clave también en la obra de Rafael Moneo (1937), aunque el único Pritzker español desarrolla una mayor ambición plástica cuando se aleja de las medianeras. Este arquitecto de Tudela llegó a la arquitectura tras el consejo de un padre ingeniero y desde grandes dudas filosóficas. Viéndolo contestar a las preguntas, bajando la mirada o encogiéndose de hombros, se diría que el autor del emblemático Museo de Arte Romano de Mérida (1980-86) y de la Catedral de Los Ángeles (1996-2002) nunca ha dejado de dudar. El proyectista autor de las ampliaciones de la Estación de Atocha (1984-1992) y de la ampliación del Museo del Prado en Madrid (1996-2007) responde con reflexiones cargadas de oraciones subordinadas que, sin embargo, jamás desembocan en un anacoluto.
Así, su lección tiene que ver sobre todo con la explicación de la arquitectura. Con la justificación de cómo dar forma para dar continuidad. El tipo, la geometría y la preexistencia arquitectónica definen, para Rafael Moneo, la forma cambiante de la ciudad.
La visión del más joven de los arquitectos nacionales con Medalla de Oro de la Arquitectura, Juan Navarro Baldeweg (1939), tiene que ver con el arte, pero es, paradójicamente, poco visual. Consiste en atrapar sensaciones que solo provocan los grandes espacios. Así, si Bohigas indaga en el carácter de las ciudades desde su función cívica y Moneo lo hace principalmente desde la razón geométrica, Navarro parece buscar una capa por debajo, en la pre-existencia física, en la topografía del lugar. La ordenación de San Francisco el Grande (1982-94), con la Biblioteca Puerta de Toledo en el sur de Madrid, recompone el tejido urbano desfigurado a partir de la pendiente que mira hacia el cauce del Manzanares. Algo parecido sucede con su Palacio de Congresos de Salamanca (1985-92) levantado junto a la vaguada de la Palma o incluso en el más cúbico Edificio de Juzgados de Mahón, en Menorca (1992-96), que arraiga su geometría en un zócalo de mampostería.
Así, si una idea prevalece de esta primera entrega, que en solo tres horas permite recomponer parte sustancial de la arquitectura española reciente, es la del paso atrás de tres maestros de la arquitectura española reciente, tres autores que piensan en la ciudad antes que en la propia obra.
Fotografía de portada: David Mackay, Josep Martorell y Oriol Bohigas, en los años 60 fotografiados por Leopoldo Pomés.
Los arquitectos tienen un banco que no pierde dinero. “La razón es fácil de entender”, explica su presidente, Javier Navarro, banquero además de arquitecto. Y esa razón habla de la gran mayoría de los proyectistas, no solo de los famosos. Las cuentas de la Caja de Arquitectos retratan una profesión sin sueldo fijo y, por lo tanto, conservadora. Acostumbrada al ahorro para evitar sorpresas desagradables en épocas en que, como ahora, los encargos, no llaman a su puerta. Así, las generaciones que han podido ejercer, tienen una economía no boyante pero sí estable. Esa es la razón que hay detrás de la obra social de la Caja, decidida a convertirse en escuela a partir de, entre otras iniciativas, la publicación de tesis doctorales, el reparto de becas y una filmoteca digital de acceso gratuito en la que podrá contemplarse el mensaje, el discurso, la obra y los gestos de tres maestros vivos de la arquitectura española (Oriol Bohigas, Rafael Moneo y Juan Navarro Baldeweg) entrevistados por Luis Fernández-Galiano dentro de la nueva colección Arquia Maestros.
Durante la, paradójicamente, solemne presentación en la Academia de Bellas Artes de Madrid de una serie que busca acercar la arquitectura al ciudadano, el que lleva la voz cantante es Oriol Bohigas que, a sus 88 años, sigue defendiendo cuestiones políticamente incorrectas como “lo que hace una ciudad no son sus habitantes sino sus piedras”.
El urbanista de la Barcelona olímpica llegó a la arquitectura desde la historia y la política —fue concejal de Urbanismo primero y luego de Cultura del Ayuntamiento barcelonés—. También desde el nacionalismo de su padre, un historiador que escribía con el pulso de los mejores periodistas.
Así escribe y habla hoy Bohigas: con más hueso que músculo retórico, directo al grano tanto para analizar a sus colegas como a la hora de hacer autocrítica. La idea arquitectónica que respalda es una defensa de lo cívico como educación, como progreso y como marco democrático. La traducción arquitectónica de esas ideas es una: la ciudad, antes y por encima del edificio. Eso han querido ser su mejores proyectos: las viviendas de la Calle Pallars (1958-9), la Escuela Thau (1972-74) o la Villa Olímpica (1985-92), todas en Barcelona y firmadas junto a sus socios Josep Martorell —que lo convenció para que se convirtiera en arquitecto— y David Mackay.
La ciudad es clave también en la obra de Rafael Moneo (1937), aunque el único Pritzker español desarrolla una mayor ambición plástica cuando se aleja de las medianeras. Este arquitecto de Tudela llegó a la arquitectura tras el consejo de un padre ingeniero y desde grandes dudas filosóficas. Viéndolo contestar a las preguntas, bajando la mirada o encogiéndose de hombros, se diría que el autor del emblemático Museo de Arte Romano de Mérida (1980-86) y de la Catedral de Los Ángeles (1996-2002) nunca ha dejado de dudar. El proyectista autor de las ampliaciones de la Estación de Atocha (1984-1992) y de la ampliación del Museo del Prado en Madrid (1996-2007) responde con reflexiones cargadas de oraciones subordinadas que, sin embargo, jamás desembocan en un anacoluto.
Así, su lección tiene que ver sobre todo con la explicación de la arquitectura. Con la justificación de cómo dar forma para dar continuidad. El tipo, la geometría y la preexistencia arquitectónica definen, para Rafael Moneo, la forma cambiante de la ciudad.
La visión del más joven de los arquitectos nacionales con Medalla de Oro de la Arquitectura, Juan Navarro Baldeweg (1939), tiene que ver con el arte, pero es, paradójicamente, poco visual. Consiste en atrapar sensaciones que solo provocan los grandes espacios. Así, si Bohigas indaga en el carácter de las ciudades desde su función cívica y Moneo lo hace principalmente desde la razón geométrica, Navarro parece buscar una capa por debajo, en la pre-existencia física, en la topografía del lugar. La ordenación de San Francisco el Grande (1982-94), con la Biblioteca Puerta de Toledo en el sur de Madrid, recompone el tejido urbano desfigurado a partir de la pendiente que mira hacia el cauce del Manzanares. Algo parecido sucede con su Palacio de Congresos de Salamanca (1985-92) levantado junto a la vaguada de la Palma o incluso en el más cúbico Edificio de Juzgados de Mahón, en Menorca (1992-96), que arraiga su geometría en un zócalo de mampostería.
Así, si una idea prevalece de esta primera entrega, que en solo tres horas permite recomponer parte sustancial de la arquitectura española reciente, es la del paso atrás de tres maestros de la arquitectura española reciente, tres autores que piensan en la ciudad antes que en la propia obra.