Publicat el dimarts, 13 de maig del 2014, a El País
Los arquitectos Miguel Mesa (Colombia), Anita Berrizbeitia (Venezuela) y Solano Benítez (Paraguay) debaten en torno a la transformación de la profesión y su vocación socialPublicado el martes, 13 de mayo del 2014, en El País
Los arquitectos Miguel Mesa (Colombia), Anita Berrizbeitia (Venezuela) y Solano Benítez (Paraguay) debaten en torno a la transformación de la profesión y su vocación social
“La manera única de hacer las cosas, la fórmula, hay que desterrarla”, opina el arquitecto colombiano Miguel Mesa. En su país un 40% de la población es pobre: “Aunque nuestra economía mejore, lo que aumenta es la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres. Las ciudades son centros de desigualdades y eso es insostenible”. Para él, la arquitectura es una “ciencia básica que puede trabajar en muchos horizontes. Vivir un drama por no poder tener estudio propio es un problema infantil. El primer edificio que tiene que construir un arquitecto es su propia personalidad”.
Mesa forma parte del jurado de la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo que se celebrará en Rosario (Argentina) del 13 al 17 de octubre. Estos días se eligen en Madrid los proyectos que apuntan vías de futuro. Tanto él como la venezolana Anita Berrizbeitia o el paraguayo Solano Benítez, que EL PAÍS ha reunido para hablar de arquitectura en Latinoamérica, coinciden en que son muchos esos caminos: “Hay voces diferentes, una realidad con más en común entre las diversas culturas que con la hegemonía europea desde la que se ha educado durante años”, explica Benítez. Para Berrizbeitia, profesora de paisajismo en Harvard, el haber lidiado durante años con la escasez permite “que la arquitectura llegue a ámbitos donde antes no encontraba ningún interés”.
“La crisis permanente genera una mirada necesariamente sensata”, argumenta Mesa. Y explica que la renovación arquitectónica de algunas ciudades es consecuencia de un clima “en el que coinciden algunas administraciones más o menos correctas, menos politizadas y menos corruptas, aunque la corrupción está instalada allí de base. Ese querer hacer algo supone cambios urbanos”.
El paraguayo Solano Benítez, cuya obra austera está realizada con pocos medios y es, sin embargo, altamente ingeniosa y expresiva, opina: “El pensamiento hegemónico nos ha llevado a una situación peligrosa en la que casi todos han perdido”. Para él, lo inteligente es “proteger la diferencia, lo distinto”. Y explica: “Nosotros no nos podemos reconocer en ustedes. Sus condiciones históricas o sociales no son nuestro mundo”. Por eso no cree que haya recetas aplicables globalmente, pero sí una manera de mirar y afrontar los problemas. Y es taxativo: “Si actuamos con consideración podremos vivir, de lo contrario, desapareceremos”. Cree que, en general, los latinoamericanos viven con naturalidad las diferencias, “mientras Europa ha tratado de homogeneizar acercándose más a una reducción que a una síntesis”.
Berrizbeitia está de acuerdo en que Latinoamérica se ha medido, durante siglos, de acuerdo con un registro europeo. Pero opina que, desde hace unos años, celebra la heterogeneidad, ha ganado seguridad, y ya no necesita copiar: “Las referencias han dejado de ser europeas. Hemos dejado detrás un complejo de inferioridad”, asegura. ¿Cómo llevar la arquitectura hasta lo básico sin perder atributos culturales? “La mayor aportación cultural es tener en cuenta a las personas”, sentencia Mesa. ¿Qué tiene que tener un edificio para ser arquitectura? “Resonancia”, responde Anita Berrizbeitia. “Hay quien con lo de siempre es capaz de obtener algo nuevo. Eso es la resonancia”. Benítez habla de pasar de lo hiperenergético a lo hipoenergético. “Tenemos que enfrentarnos a la posibilidad de duplicarnos en treinta años y la única manera de afrontar la gran crisis energética es utilizar materia que requiera bajo consumo energético. Si transformamos la materia que nos rodea en beneficio de nuestra vida haremos un mundo habitable”.
Miguel Mesa vive en Medellín, una ciudad en la que la arquitectura ha mejorado barrios con vivienda de autoconstrucción a los que tradicionalmente se les daba la espalda por no ser rentables. “A pesar de la gran violencia que persiste, en Medellín se ha recurrido a la imaginación. No se necesita tanta para ver que donde no se ha hecho nada en 50 años es necesario invertir. Pero aunque parezca evidente que solo un reparto más equitativo de las infraestructuras nos va a permitir vivir a todos hay quien todavía no lo ve”.
Medellín es un caso particular, porque las mejoras se han extendido en el tiempo. Pero hay otras ciudades: Curitiba, en Brasil, Bogotá o Caracas, donde la arquitectura está llegando a lo más necesario. “La arquitectura no salva esos lugares, pero lleva esperanza. Y la esperanza cambia la mentalidad de la gente”, opina Mesa. El Orquideorama realizado por su estudio es uno de los espacios públicos más valorados de Medellín. Explica que tratan de evitar “los iconos tontos y los símbolos vacuos”. Pero defiende que la arquitectura tiene responsabilidades diversas según las circunstancias y hay ocasiones en las que debe tener una forma potente. Habla de la Biblioteca España, de Giancarlo Mazzanti, en el barrio de Santo Domingo, un edificio de diseño imperfecto pero tremendamente icónico y, por eso, capaz de generar un cambio en el barrio. “La gran crisis del mundo es de imaginación, de incapacidad de tener visión transformadora”, tercia Benítez. “Lo que reclamamos en Sudamérica es demostrar que hay posibilidades que están fuera de lo que la disciplina entendía como ejercicio profesional. Que no las vieran no quiere decir que no existieran“.
La arquitecta Anita Berrizbeitia se fue a Boston porque en Caracas se copiaba el modelo europeo. No había herramientas para pensar de otra manera. Por eso considera que parte del trabajo por hacer consiste en transmitir lo que es la arquitectura sudamericana: “Sintética pero no esencialista, como ha sido la europea”. En su opinión, estamos ante una disciplina abierta “y eso es lo que puede aportarle al mundo: apertura, ingenio y antidogmatismo”.
Fotografía: Biblioteca Casa de Ideas en Tijuana, México, obra de CRO Studio (Adriana Cuéllar y Marcel Sánchez).
“La manera única de hacer las cosas, la fórmula, hay que desterrarla”, opina el arquitecto colombiano Miguel Mesa. En su país un 40% de la población es pobre: “Aunque nuestra economía mejore, lo que aumenta es la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres. Las ciudades son centros de desigualdades y eso es insostenible”. Para él, la arquitectura es una “ciencia básica que puede trabajar en muchos horizontes. Vivir un drama por no poder tener estudio propio es un problema infantil. El primer edificio que tiene que construir un arquitecto es su propia personalidad”.
Mesa forma parte del jurado de la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo que se celebrará en Rosario (Argentina) del 13 al 17 de octubre. Estos días se eligen en Madrid los proyectos que apuntan vías de futuro. Tanto él como la venezolana Anita Berrizbeitia o el paraguayo Solano Benítez, que EL PAÍS ha reunido para hablar de arquitectura en Latinoamérica, coinciden en que son muchos esos caminos: “Hay voces diferentes, una realidad con más en común entre las diversas culturas que con la hegemonía europea desde la que se ha educado durante años”, explica Benítez. Para Berrizbeitia, profesora de paisajismo en Harvard, el haber lidiado durante años con la escasez permite “que la arquitectura llegue a ámbitos donde antes no encontraba ningún interés”.
“La crisis permanente genera una mirada necesariamente sensata”, argumenta Mesa. Y explica que la renovación arquitectónica de algunas ciudades es consecuencia de un clima “en el que coinciden algunas administraciones más o menos correctas, menos politizadas y menos corruptas, aunque la corrupción está instalada allí de base. Ese querer hacer algo supone cambios urbanos”.
El paraguayo Solano Benítez, cuya obra austera está realizada con pocos medios y es, sin embargo, altamente ingeniosa y expresiva, opina: “El pensamiento hegemónico nos ha llevado a una situación peligrosa en la que casi todos han perdido”. Para él, lo inteligente es “proteger la diferencia, lo distinto”. Y explica: “Nosotros no nos podemos reconocer en ustedes. Sus condiciones históricas o sociales no son nuestro mundo”. Por eso no cree que haya recetas aplicables globalmente, pero sí una manera de mirar y afrontar los problemas. Y es taxativo: “Si actuamos con consideración podremos vivir, de lo contrario, desapareceremos”. Cree que, en general, los latinoamericanos viven con naturalidad las diferencias, “mientras Europa ha tratado de homogeneizar acercándose más a una reducción que a una síntesis”.
Berrizbeitia está de acuerdo en que Latinoamérica se ha medido, durante siglos, de acuerdo con un registro europeo. Pero opina que, desde hace unos años, celebra la heterogeneidad, ha ganado seguridad, y ya no necesita copiar: “Las referencias han dejado de ser europeas. Hemos dejado detrás un complejo de inferioridad”, asegura. ¿Cómo llevar la arquitectura hasta lo básico sin perder atributos culturales? “La mayor aportación cultural es tener en cuenta a las personas”, sentencia Mesa. ¿Qué tiene que tener un edificio para ser arquitectura? “Resonancia”, responde Anita Berrizbeitia. “Hay quien con lo de siempre es capaz de obtener algo nuevo. Eso es la resonancia”. Benítez habla de pasar de lo hiperenergético a lo hipoenergético. “Tenemos que enfrentarnos a la posibilidad de duplicarnos en treinta años y la única manera de afrontar la gran crisis energética es utilizar materia que requiera bajo consumo energético. Si transformamos la materia que nos rodea en beneficio de nuestra vida haremos un mundo habitable”.
Miguel Mesa vive en Medellín, una ciudad en la que la arquitectura ha mejorado barrios con vivienda de autoconstrucción a los que tradicionalmente se les daba la espalda por no ser rentables. “A pesar de la gran violencia que persiste, en Medellín se ha recurrido a la imaginación. No se necesita tanta para ver que donde no se ha hecho nada en 50 años es necesario invertir. Pero aunque parezca evidente que solo un reparto más equitativo de las infraestructuras nos va a permitir vivir a todos hay quien todavía no lo ve”.
Medellín es un caso particular, porque las mejoras se han extendido en el tiempo. Pero hay otras ciudades: Curitiba, en Brasil, Bogotá o Caracas, donde la arquitectura está llegando a lo más necesario. “La arquitectura no salva esos lugares, pero lleva esperanza. Y la esperanza cambia la mentalidad de la gente”, opina Mesa. El Orquideorama realizado por su estudio es uno de los espacios públicos más valorados de Medellín. Explica que tratan de evitar “los iconos tontos y los símbolos vacuos”. Pero defiende que la arquitectura tiene responsabilidades diversas según las circunstancias y hay ocasiones en las que debe tener una forma potente. Habla de la Biblioteca España, de Giancarlo Mazzanti, en el barrio de Santo Domingo, un edificio de diseño imperfecto pero tremendamente icónico y, por eso, capaz de generar un cambio en el barrio. “La gran crisis del mundo es de imaginación, de incapacidad de tener visión transformadora”, tercia Benítez. “Lo que reclamamos en Sudamérica es demostrar que hay posibilidades que están fuera de lo que la disciplina entendía como ejercicio profesional. Que no las vieran no quiere decir que no existieran“.
La arquitecta Anita Berrizbeitia se fue a Boston porque en Caracas se copiaba el modelo europeo. No había herramientas para pensar de otra manera. Por eso considera que parte del trabajo por hacer consiste en transmitir lo que es la arquitectura sudamericana: “Sintética pero no esencialista, como ha sido la europea”. En su opinión, estamos ante una disciplina abierta “y eso es lo que puede aportarle al mundo: apertura, ingenio y antidogmatismo”.