La renovación de las grandes arterias de BCN tiene en cada caso sus efectos sociales
Publicado el jueves 5 de marzo de 2015 en el diario EL PERIÓDICO
Hace apenas un siglo aún se gritaba «¡agua va!» antes de lanzar el contenido del orinal por la ventana. Las calles han sido durante mucho tiempo cloacas. El espacio de nadie. Ahora son el espacio más preciado, el de todos. Cada centímetro cuadrado cuenta. La reciente remodelación de grandes arterias barcelonesas –nótese el símil sanguíneo– es motivo de reflexión. Cada proyecto tiene consecuencias sociales dispares, según sea su sección. En el paseo de Gràcia (60 metros), que es la calle más señorial de Barcelona, se ha primado el adecentamiento, tantos años pendiente. Con tan solo igualar el nivel de las calzadas laterales con las aceras se ha logrado una sustanciosa mejora, reforzando la jerarquía peatonal. Aunque queda pendiente el sueño de Bigas Luna, quien dijo que la ciudad sería verdaderamente civilizada el día que en quitásemos los coches del medio de ese paseo para plantar tomates.
En la Diagonal (50 metros) por fin se han ampliado sus ridículas aceras. Ahora se puede disfrutar del recorrido, que aunque troceado, va ganando unidad. Con toda lógica la circulación rodada se ha ido concentrado en el medio. Tal vez la mejor intervención reciente sea la del paseo de Sant Joan (50 metros) que con su cuidadoso diseño ha sabido aportar gran presencia de vegetación con fácil mantenimiento. También ha sabido generar zonas de estar y no solo ser vía de comunicación. Todo combinado con terrazas confortables que no estorban el paso. Una vía anodina se ha transformado en un agradable espacio que refuerza su encanto histórico. Y la peor reforma, de momento, la del Paral·lel (40 metros) donde se ha endurecido la vía a base de más pavimento y asfaltado, pero sin aportar vegetación ni espacios de confort. Con farolas denominadas Smart, que para empezar deslumbran. Una pena. Era un vial idóneo para hacer un ejercicio de más calado.