Publicat el dijous, 5 de juny del 2014, al diari EL PAIS
Trias ha necesitado todo esto para ver que sus concejales no se enteran de nada, lo que es en sí mismo violencia institucionalPublicat el dijous, 5 de juny del 2014, al diari EL PAIS
Trias ha necesitado todo esto para ver que sus concejales no se enteran de nada, lo que es en sí mismo violencia institucional
Los días y noches de Can Vies han sido seguidos por la abdicación de Juan Carlos I. Cuando las crónicas del futuro hablen del final del monarca de la Transición se referirán como contexto a distintos hechos que la han acompañado: uno de ellos ha sido la semana de rabia y fuego de Sants. Si Can Vies ha sido otro pregón, uno más, de los cambios en curso en el tejido social y su expresión pública airada, la retirada real es el anuncio de un cambio de foco que está por ver qué iluminará a partir de ahora.
Dimite el jefe de los socialistas, dimite el director general de los Mossos, dimite el Rey. Lo de Sants ha coincidido asimismo con la aparición en el tablero de Podemos, el triunfo electoral de Esquerra y de Bildu y también con las condenas a Millet y a Blasco, que no obstante lograrán eludir la prisión. Y con la esclerosis de los partidos mayoritarios hasta ahora, también CiU y PNV. Pero vayamos a Sants.
Un barrio de tradición obrera y asociativa se debate por mostrar las razones por las que un edificio ocupado durante diecisiete años no es un accidente. Pero los medios no saben con quién han de hablar. Los portavoces de Can Vies son dos jóvenes con apodos (Pau Guerra y Marc Justícia) y no se andan con eufemismos para explicar sus razones ni cambian su lenguaje ante una cámara. Can Vies, dicen, es un espacio de lucha, que lo entienda quien pueda y quiera. Josep Maria Domingo, presidente del Centre Social de Sants, intenta mediar entre los jóvenes y el Ayuntamiento y se retira cuando los jóvenes alegan que tras la demolición no hay nada a negociar. Los jóvenes y los abuelos, las generaciones que se comprenden bien. Sigamos. Ante los disturbios que siguen, el concejal del distrito que ordenó el desalojo y la demolición, Jordi Martí, no sabe dónde meterse. Cuando los medios por fin conocen a sus interlocutores jóvenes, el lenguaje de unos y otros no coincide. Hay algo de quiebra moral en esta incomprensión. Arde una unidad móvil de TV3, la televisión pública.
Los violentos, la violencia en la calle y en los argumentos, como único lenguaje comprensible. El fuego, las pedradas y los golpes de porra se adueñan de Sants y, a su vez, cuando las televisiones se ponen a explicar lo que pasa, reproducen en el plató lo mismo. No razones y errores, sino que escenifican la misma violencia. Cuando una periodista que se patea la calle expone la base de los hechos, a su lado otro periodista empieza a lanzar gritos contra la violencia para no dejarla hablar. Cabría debatir qué violencia es peor. El alcalde Trias ha necesitado que pase todo esto para tomar conciencia de que sus concejales de distrito no se enteran de nada, lo que es en sí mismo una violencia institucional: ignorar al barrio. También es violencia el argumentario periodístico que sin saber qué pasa en otro lugar que no sea el propio despacho tiene recetas para acabar con los violentos. Gritos de alguien que se diría un infiltrado del concejal de distrito ciego y sordo aunque no mudo ni manco. O de los Mossos.
Es de sentido común pensar que si Can Vies existe desde hace diecisiete años es que no hay violencia en su gestión, nada resiste tanto si lo llevan violentos. Los vecinos se quejan del ruido de sus fiestas nocturnas y de suciedad al terminar, no de otra cosa. Pero cuando la violencia estalla se manifiesta algo que cuesta de asumir. El ideario de la clase media en desaparición resiste tanto como Can Vies.
Los puentes del lenguaje se han ido rompiendo, por lo que cabe celebrar que el alcalde Trias haya reaccionado callando cuando la gente de Can Vies empezó a formar una cadena de brazos para limpiar la casa de ruinas. Todo estaba yendo a peor.
La noche del sábado los Mossos se permitieron cambiar las formas del Estado de derecho en una manifestación. A pesar de sus transformaciones ¿tolera el Estado de derecho que la policía pueda grabar en vídeo el DNI de un manifestante ni fotografiarle, incluso ponerle una sudadera para ver si así se parece más a los sospechosos que el policía fotógrafo tiene en mente? Si existe apoyo legal se ha aplicado con nocturnidad y alevosía, al igual que la demolición de Can Vies.
La maniobra de encapsulamiento de los manifestantes duró tres horas y ocupó a 300 policías que trataron así a 225 manifestantes. Una juez ha recordado además que la policía no puede prohibir a un encausado que se vuelva a manifestar. Pero el debate sobre qué puede hacer la policía ha sido aparcado al saltar la noticia de esta semana: el Rey abdica.
Preferimos tener jóvenes desesperados o narcotizados sin hacer nada o expatriados que tenerlos ocupando locales públicos a su modo y manera. Pero no todos los jóvenes están dispuestos a dejarse hacer. La institución municipal tuvo que reconocerlo ayer y transigir. Juan Carlos I no habrá pensado en Sants al escoger la fecha pero sí, también ha abdicado a causa de Can Vies. Generaciones.
Los días y noches de Can Vies han sido seguidos por la abdicación de Juan Carlos I. Cuando las crónicas del futuro hablen del final del monarca de la Transición se referirán como contexto a distintos hechos que la han acompañado: uno de ellos ha sido la semana de rabia y fuego de Sants. Si Can Vies ha sido otro pregón, uno más, de los cambios en curso en el tejido social y su expresión pública airada, la retirada real es el anuncio de un cambio de foco que está por ver qué iluminará a partir de ahora.
Dimite el jefe de los socialistas, dimite el director general de los Mossos, dimite el Rey. Lo de Sants ha coincidido asimismo con la aparición en el tablero de Podemos, el triunfo electoral de Esquerra y de Bildu y también con las condenas a Millet y a Blasco, que no obstante lograrán eludir la prisión. Y con la esclerosis de los partidos mayoritarios hasta ahora, también CiU y PNV. Pero vayamos a Sants.
Un barrio de tradición obrera y asociativa se debate por mostrar las razones por las que un edificio ocupado durante diecisiete años no es un accidente. Pero los medios no saben con quién han de hablar. Los portavoces de Can Vies son dos jóvenes con apodos (Pau Guerra y Marc Justícia) y no se andan con eufemismos para explicar sus razones ni cambian su lenguaje ante una cámara. Can Vies, dicen, es un espacio de lucha, que lo entienda quien pueda y quiera. Josep Maria Domingo, presidente del Centre Social de Sants, intenta mediar entre los jóvenes y el Ayuntamiento y se retira cuando los jóvenes alegan que tras la demolición no hay nada a negociar. Los jóvenes y los abuelos, las generaciones que se comprenden bien. Sigamos. Ante los disturbios que siguen, el concejal del distrito que ordenó el desalojo y la demolición, Jordi Martí, no sabe dónde meterse. Cuando los medios por fin conocen a sus interlocutores jóvenes, el lenguaje de unos y otros no coincide. Hay algo de quiebra moral en esta incomprensión. Arde una unidad móvil de TV3, la televisión pública.
Los violentos, la violencia en la calle y en los argumentos, como único lenguaje comprensible. El fuego, las pedradas y los golpes de porra se adueñan de Sants y, a su vez, cuando las televisiones se ponen a explicar lo que pasa, reproducen en el plató lo mismo. No razones y errores, sino que escenifican la misma violencia. Cuando una periodista que se patea la calle expone la base de los hechos, a su lado otro periodista empieza a lanzar gritos contra la violencia para no dejarla hablar. Cabría debatir qué violencia es peor. El alcalde Trias ha necesitado que pase todo esto para tomar conciencia de que sus concejales de distrito no se enteran de nada, lo que es en sí mismo una violencia institucional: ignorar al barrio. También es violencia el argumentario periodístico que sin saber qué pasa en otro lugar que no sea el propio despacho tiene recetas para acabar con los violentos. Gritos de alguien que se diría un infiltrado del concejal de distrito ciego y sordo aunque no mudo ni manco. O de los Mossos.
Es de sentido común pensar que si Can Vies existe desde hace diecisiete años es que no hay violencia en su gestión, nada resiste tanto si lo llevan violentos. Los vecinos se quejan del ruido de sus fiestas nocturnas y de suciedad al terminar, no de otra cosa. Pero cuando la violencia estalla se manifiesta algo que cuesta de asumir. El ideario de la clase media en desaparición resiste tanto como Can Vies.
Los puentes del lenguaje se han ido rompiendo, por lo que cabe celebrar que el alcalde Trias haya reaccionado callando cuando la gente de Can Vies empezó a formar una cadena de brazos para limpiar la casa de ruinas. Todo estaba yendo a peor.
La noche del sábado los Mossos se permitieron cambiar las formas del Estado de derecho en una manifestación. A pesar de sus transformaciones ¿tolera el Estado de derecho que la policía pueda grabar en vídeo el DNI de un manifestante ni fotografiarle, incluso ponerle una sudadera para ver si así se parece más a los sospechosos que el policía fotógrafo tiene en mente? Si existe apoyo legal se ha aplicado con nocturnidad y alevosía, al igual que la demolición de Can Vies.
La maniobra de encapsulamiento de los manifestantes duró tres horas y ocupó a 300 policías que trataron así a 225 manifestantes. Una juez ha recordado además que la policía no puede prohibir a un encausado que se vuelva a manifestar. Pero el debate sobre qué puede hacer la policía ha sido aparcado al saltar la noticia de esta semana: el Rey abdica.
Preferimos tener jóvenes desesperados o narcotizados sin hacer nada o expatriados que tenerlos ocupando locales públicos a su modo y manera. Pero no todos los jóvenes están dispuestos a dejarse hacer. La institución municipal tuvo que reconocerlo ayer y transigir. Juan Carlos I no habrá pensado en Sants al escoger la fecha pero sí, también ha abdicado a causa de Can Vies. Generaciones.