¿Nos podría resumir hoy todos los problemas fundamentales que ha venido observando en las escuelas de arquitectura españolas? ¿qué debemos esperar de una nueva escuela como la de Toledo?
La primera cosa que me preguntaría es por qué se funda una nueva escuela de arquitectura en España. Me pareció rarísimo porque cuando yo estudiaba, había sólo dos en todo el país, la de Madrid y la de Barcelona. En la de Madrid había un promedio de 30 estudiantes por curso y en la de Barcelona unos 20. Ésta era toda la enseñanza de arquitectura.
En un momento en el que ya no quedan arquitectos para ser profesores porque, ya todos son profesores de escuelas más o menos logradas o fracasadas, ya no caben, ya no hay tanto cerebro arquitectónico para ser profesor. En un momento en el que la demanda de arquitectos por la sociedad es nula. En un momento en el que el trabajo que pueden alcanzar los arquitectos nuevos es prácticamente cero. En toda esta circunstancia… ¿Por qué se crea una nueva escuela?
Descubrí una respuesta que parece sencilla. Tal vez sea, me dije, porque con más oferta de estudios superiores, más altura intelectual y profesional se producirá en la sociedad española, que ofrece más facilidades de estudiar, aunque sean profesiones que no sirvan para vivir, porque son ruinosas y tal vez lo sigan siendo a lo largo de mucho tiempo, pero son dedicaciones que ayudan a una formación intelectual y una conciencia colectiva de cierto nivel.
Además, ¿es bueno esto de acercar la enseñanza tan próxima de la habitación de los estudiantes? ¿Está bien para los estudiantes de Toledo tener una escuela en su ciudad y evitar salir todas las semanas a estudiar a Madrid, Barcelona o Sevilla, o es mejor la técnica típica de los países anglosajones en el que salir de la casa de los padres se hace precisamente en el momento en el que uno va a la universidad y le obliga a un cambio residencial muy fuerte?
Opino que dar tantas facilidades al estudiante, que no se tenga que desplazar, que tenga profesores simpáticos, amables, cariñosos, que no le incomoden, que no le molesten… implica la creación del prestigio del buen estudiante. A mí los buenos estudiantes me parecen un desastre. No sólo me parecen un desastre sino que también me parecen una ignominia.
La enseñanza auténtica no se hace a través de lograr un sobresaliente, una buena nota en un examen o escuchar atentamente las clases, se hace creando en la propia universidad o en los propios locales de la universidad o en los anejos, una vida colectiva, de carácter individual potente que forme definitivamente la manera de reaccionar intelectualmente del propio estudiante. Lo realmente necesario es un ensayo, una experimentación para encontrar otras formas de enseñanza en el campo, en general de la universidad y específicamente en el de la arquitectura.
¿En qué camino se tendría que orientar esta experiencia?
No sólo ha cambiado el hecho de que antes había solo dos escuelas. Ha cambiado el que, en una obra, cuando yo empecé a trabajar, había un arquitecto y como máximo un aparejador y siete planos. Hoy en una obra con un poco de importancia, el arquitecto prácticamente no tiene autoridad, prácticamente ha desaparecido y los siete planos se han convertido en siete mil, documentos que por otro lado nunca se miran en la obra, no sé exactamente para qué sirven. Una reglamentación importantísima que pasa por encima de los criterios del arquitecto, unas indicaciones por parte de los bomberos que prejuzgan ya cualquier proyecto para que sea menos imaginativo.
Sería interesante estudiar cuál es el papel que hace el arquitecto en esta complejidad de intervenciones. Pienso que después de hacer este análisis podemos llegar a la conclusión de que el arquitecto se centra en varias no especializaciones. La primera es la de ayudar a la organización general y a la decisión formal al promotor especulativo. La mayor parte de arquitectos trabajan para un promotor que hace unas casas a un precio determinado y con unas características formales determinadas, las que exige el mercado. Luego hay otro arquitecto que representa otro estándar más elevado, en cierta manera, que es el arquitecto “artista”. “Artista” entre comillas porque en principio tendríamos que serlo todos. Cuando digo arquitecto “artista” me refiero a aquel arquitecto cuya labor creativa se reduce a la exhibición icónica de su habilidad artística. Estoy señalando a estos arquitectos cuya autoridad en la obra es simplemente la idea general, formal, abstracta, representativa, icónica y publicitaria de un edificio insólito. Por tanto, el arquitecto siempre trabaja en tres campos distintos haciendo unas capillitas autónomas. Uno al servicio de la promoción especulativa, sin ninguna aportación creativa. Luego el arquitecto funcionario que trabaja a las ordenes de la administración o de un sistema constructivo en el que su intervención como arquitecto, en el sentido tradicional de la palabra, no existe. Y por último están los grandes creadores que tampoco hacen arquitectura porque lo que hacen son emblemas arquitectónicos que se elevan solamente hasta el campo de pre-proyecto y que no tratan el proyecto si no es con la ayuda de todos estos técnicos.
¿Estamos contentos con esta situación profesional del arquitecto y por tanto hacemos una escuela para servir a estos tres estamentos arquitectónicos o al contrario queremos mantener la tradición cultural y profesional del arquitecto y por tanto intentamos cambiar la educación para lograr otra manera de actuar en el mundo de la construcción?
Creo que antes de fundar o en el momento de fundar una escuela, esta pregunta se tendría que hacer muy claramente y muy abiertamente.
¿Qué arquitecto queremos formar? ¿En qué condiciones? ¿Queremos simplemente dar los instrumentos buenos para encontrar un trabajo adecuado que siempre se desarrollara en uno de estos tres campos que hemos dicho antes? ¿Por qué se ha producido este hecho en el que el arquitecto ha perdido la autoridad en el proyecto y en la dirección de la obra y en cambio no la han perdido sino que la han reconquistado firmemente los ingenieros, los aparejadores, los decoradores, los paisajistas, los contables, los presidentes de las compañías de seguros, etc?
Las razones de esta situación son muchas y yo no estoy capacitado para analizarlas. En esta situación ha intervenido la propia educación del arquitecto. Yo creo que hubo un momento en que se acordó que el arquitecto no podía absorber todas las funciones de la arquitectura y de la construcción y se empezaron a eliminar las asignaturas y saberes tecnológicos en la carrera. El arquitecto dejó de estudiar esta habilidad y dijeron que en vez de calcular lo que tenía que tener era la intuición de cómo actúan los materiales. En vez de saber cómo funciona el agua por los grifos, dijeron que con tener en cuenta la estética de los grifos ya era suficiente porque los técnicos ya se ocupaban de aspectos científicos y técnicos, es decir que es evidente que más o menos en los años 60 o 70 ya se inició un cambio de exigencias hasta el punto que le ha imposibilitado actuar al arquitecto frente a ciertos temas en la obra por falta de conocimientos. Hay todo un sistema de responsabilidades que se ha colocado por encima del arquitecto que cada vez se apoya más en lo que podemos llamar la “creación artística abstracta”, porque es el único campo en el que todavía nadie le toma el pulso o le quita el puesto excepto cuando llega la ola inmensa de interioristas, decoradores, artistas, artesanos y diseñadores que también ya en este momento están ocupando este cargo de “creador artístico”.
Creo que los proyectos no tienen ninguna importancia, lo que tiene importancia es la teoría general sobre los pensamientos arquitectónicos. Exagero y quizá esto me quite cierta razón, pero. . ., ¿es posible enseñar todos los problemas fundamentales de la arquitectura, la posición moral frente a la arquitectura, la posición cívica, simplemente con el ejercicio de la práctica del proyecto?
A mí me asusta cuando hay tanta gente que me dice: no, yo ahora voy a ser de profesor en Harvard. Y yo pregunto: ¿qué haces de profesor en Harvard? Y contesta: soy profesor de proyectos. ¡Pero es que ahora todos son profesores de proyectos! y no se sabe si ser profesor de proyectos ahora significa hacer un proyecto conjuntamente con los alumnos o corregir diciendo: póngame esta ventana más a la derecha o póngame esta ventana más a la izquierda, o si hacer un proyecto es hacer una teoría sobre un determinado proyecto. Pero esa teoría sobre el proyecto exige una participación manual y practica sobre ese proyecto,¿sí o no?. Cuando últimamente digo a menudo que lo que habría que hacer es suprimir la asignatura de proyectos de las escuelas yo mismo me doy cuenta de que digo una barbaridad, pero me parece que no está mal apuntarla como un punto de reflexión.
En la facultad de química, lo importante no es hacer experimentos, lo importante es estudiar teóricamente la química. Pero las clases prácticas de química, los experimentos, no las hacen los catedráticos, las hacen los adjuntos. La enseñanza práctica es una cosa que casi siempre en la universidad se ha relevado a profesores secundarios y los profesores principales haceb teoría general sobre los proyectos, sobre las condiciones científicas, sobre las condiciones técnicas, sobre las condiciones funcionales.
Casi ningún arquitecto del movimiento moderno de los que he analizado ha enseñado proyectos. Todos han enseñado construcción, o teoría del arte, o historia del arte, o tipologías funcionales…
¿Está bien que la enseñanza de la arquitectura sea universitaria? ¿No tendría que ser una enseñanza profesional?
Si resulta que se enseña a través del proyecto, esto es una práctica típica de la enseñanza de artes y oficios. Si realmente desplazamos del conocimiento de los arquitectos los problemas de las grandes estructuras, los problemas de las grandes instalaciones, de las grandes organizaciones, de la gran planificación general, si apoyamos la carrera en el proyecto práctico, esto ya no es una estructura universitaria, es una estructura de escuela de artes y oficios como había sido siempre hasta hace relativamente poco.
¿Enseñanza práctica o teórica?
Una de las razones por las que muchas escuelas de arquitectura funcionan mal es precisamente porque son facultades universitarias. Esta organización con departamentos que se ha hecho en los últimos años ha sido el asesinato de casi todas nuestras escuelas. No puede funcionar una escuela de arquitectura dividida en departamentos, departamentos que además conviven con departamentos de otras facultades, de otras escuelas especiales.
Si alguna salvación tiene todavía la profesión de arquitecto es debido a que el arquitecto tiene unos criterios muy generales que no se pueden subdividir en criterios de estructuras, criterios funcionales, criterios estéticos, criterios de instalaciones o criterios históricos, si no que hay un trabajo de unidad que se van a resolver a base de hacer una trampa, de hacer trabajar a los distintos departamentos en un mismo proyecto. Es decir, se va a utilizar el proyecto como elemento de unión de las distintas actividades cuando lo normal sería una única actividad conceptual de la propia escuela que actúa derivándose en la participación de las distintas especialidades.
Yo creo que la escuela de arquitectura de Barcelona ha llegado a donde ha llegado, es decir, lo bajo que ha caído, a consecuencia de la presencia de los departamentos y de la supeditación a los sistemas de funcionamiento de la Universidad Politécnica.
* Aquest text recull extractes de la conferència impartida per l’Oriol Bohigas al congrés “Modelos de Enseñanza” (Toledo, 2010), publicada per l’editorial Ledoira. Tant les preguntes com les respostes són formulades per l’Oriol Bohigas.