Publicat el 14 de febrer de 2014 a El Mundo
Una arquitectura surrealista, onírica, más allá delos corsés del modernismo. Una arquitectura que se adelantó a las visiones de Dalí, pero que siempre ha permanecido a la sombra de Gaudí. Publicado el 14 de febrer0 de 2014 en El Mundo
Una arquitectura surrealista, onírica, más allá delos corsés del modernismo. Una arquitectura que se adelantó a las visiones de Dalí, pero que siempre ha permanecido a la sombra de Gaudí.Aunque su firma esté detrás de algunos de los más bellos exponentes de la arquitecturagaudiniana (el famoso banco de trencadís del Park Güell, los techos y balcones de hierro forjado de la Pedrera o la cromática fachada de la Casa Batlló), la figura de Josep Maria Jujol (1879-1949) sigue en un segundo plano.
Pero su obra, tan original como fascinante, tendrá una nueva visibilidad en la próxima Bienal de Venecia (hasta ahora su difusor más popular había sido el actor John Malkovich, un enamorado jujoliano, que hasta empezó un guión para hacer una película sobre el arquitecto). En Venecia, Jujol será el punto de partida de la exposición Del fragment i del tot, en el Pabellón de Cataluña, que toma su reforma de la Casa Bofarull (Tarragona) como icono de una arquitectura que interviene sobre lo preexistente, que se adapta a unos recursos limitados y los explota. Tras dos décadas cerrada al público, la Casa Bofarull -que en 2000 fue objeto de una restauración- abre sus puertas al público con visitas organizadas para descubrir los secretos de Jujol, como una original fuente en forma de dragón.
«El primero que descubrió su talento fue Gaudí. Lo vampirizó y lo fagocitó. Lo hizo suyo. Muchas veces no sabemos dónde empieza Gaudí y dónde acaba Jujol», señala el historiador de arte Daniel Giralt-Miracle, quien fue comisario del Año Gaudí. Y ese gran desconocido que sigue siendo Jujol le sirve al arquitecto Josep Torrents, que ha ganado el concurso para diseñar el pabellón catalán en el off de la Bienal de Venecia, para «mirar atrás, buscar las raíces de una tradición propia». «Jujol es el gran olvidado, se le ha explicado muy mal. Sus edificios se dividen en los de planta nueva y en la arquitecta de intervención, en la que dialoga con las preexistencias. No hace una ampliación pura y dura, suma, crea algo nuevo que madura con el tiempo. Los arquitectos actuales no es que sean herederos de Jujol sino que, como él, aplican una mirada sin prejuicios, tienen una misma manera de entender la arquitectura», señala Torrents, en cuyo equipo de trabajo cuenta con el expertojujoliano Guillem Carabí, que realizó su tesis doctoral sobre la Casa Bofarull y que ha publicado un completo estudio sobre la iglesia de Vistabella (un templo casi secreto, en cuyo interior, como si se entrara en una cueva con frescos maravillosos, se despliega una atmósfera mística, más allá de lo terrenal).
«Aunque prácticamente no salió del país, Jujol aplica soluciones arquitectónicas y artísticas que tienen puntos en común con las vanguardias europeas. No tiene lazos físicos que lo emparenten con los creadores europeos, ni se interesa por ellos. Pero su obra se relaciona con la vanguardia del momento, eso es lo que le diferencia del Modernismo tradicional. Jujol rompe los límites físicos de marcos, ventanas, puertas, explosiona el propio espacio, provoca cambios de color. Los esgrafiados no son un elemento adherido o embellecedor, tienen una funcionalidad, una narrativa», reivindica Carabí, profesor de la Escola Superior d’Arquitectura de la Universitat Internacional de Catalunya, donde impulsó durante tres años una asignatura monográfica sobre Jujol (y que el Plan Bolonia acabó por eliminar).
Con su volumen sobre L’església primera de Vistabella (editado por DPR) Carabí contribuye a llenar un vacío bibliográfico en el estudio de Jujol, notoriamente incompleto. «Salvo excepciones, la historiografía de Jujol se reduce a estudios panorámicos de toda su obra, hay una gran ausencia de trabajos monográficos», apunta Carabí. De ahí la importancia de su libro sobre Vistabella -un libro casi objeto-, que denuncia el lamentable estado de degradación de las pinturas en el interior de la iglesia. Desde hace años, la dejadez en la preservación del patrimonio jujoliano se ha hecho evidente en edificios como la Casa Planells, en plena avenida Diagonal de Barcelona. Un edificio que el arquitecto Ignasi de Solà-Morales llegó a relacionar con el expresionismo alemán, así de esquivo y transgresor resulta el estilo de Jujol.
Más allá de la Casa Planells, pocos son los rastros de Jujol en Barcelona:su obra se concentra en su Tarragona natal y en Sant Joan Despí, localidad de la que fue arquitecto municipal durante 20 años y en la que veraneaba. «La obra de Jujol es rural, no es urbana, está fuera de Barcelona y no tiene la visibilidad de Gaudí en pleno Passeig de Gràcia», apunta Daniel Giralt-Miracle. Una falta de centralidad que ha contribuido a que Jujol permanezca aún eclipsado. Porque la monumental Fuente de los Tres Mares que corona la plaza España es «la menos representativa de sus obras, absolutamente neoclásica, una obra de encargo para la Exposición Universal», advierte Giralt-Miracle.
«En los proyectos de Gaudí en los que colaboró Jujol se da una explosión plástica más allá de la habitual», indica Carabí. Basta ver la fachada de la Casa Batlló, los balcones de la Pedrera o los bancos del Park Güell, con la firma algo escondida de Jujol. En la conferencia Gaudí más allá del mito, celebrada en el Círculo Ecuestre, Giralt-Miracle recordó una anécdota de la construcción de la Pedrera:«Se decía que por las noches Jujol iba a escondidas a retocar los balcones de hierro forjado, para darles la forma y la ondulación que él quería». En la Pedrera, Jujol también desarrolló los subyugantes relieves de estuco del techo ondulante del primer piso, que le servirían de inspiración para el Teatre Metropol de Tarragona.
«La arquitectura de Jujol es un proceso en continua transformación, no una obra terminada», destaca Carabí. Porque Jujol podía pasarse lustros trabajando en un mismo proyecto, añadiendo detalles, puliendo formas, inventando atmósferas.
Mística y arte
Una escalera al cielo. Y un ángel dorado en lo alto. La ascención por la escalinata principal de la masia de Can Negre tiene algo de sacramental:el cielo dentro de casa. En el corazón de Sant Joan Despí, se esconden varias joyas de la arquitectura jujoliana: Can Negre y la Casa dels Ous (como se conoce popularmente la Torre de la Creu).
Jujol dejó varias trazas modernistas en Sant Joan Despí, villa de veraneo para los barceloneses. En el Archivo Municipal de la ciudad se conservan más de 50 proyectos ideados por el arquitecto. Junto a la estación del tren construyó una torre de veraneo para su tía, Josefa Romeu, que le dio total libertad para desatar sus fantasías arquitectónicas, con un sorprendente tejado coronado por formas ovaladas hechas de trencadís,como si una princesa de cuento habitara en él (las obras jujolianas tienen cierta cualidad irreal, etérea). Esa residencia de fantasía podría ser su particular manifiesto arquitectónico.
Como Gaudí, Jujol era un hombre extremadamente religioso. Y en cada una de sus obras intentaba trasladar el paraíso a la tierra. «Es impensable entender a Jujol si no se comprende su voluntad por transformar lo común, lo profano, lo doméstico, en algo sagrado», advierte Guillem Carabí. Y añade:«La suya es una arquitectura de sensaciones, muy sensitiva. No hay que explicarla, sino experimentarla». Jujol sublima lo cotidiano, enriquece los materiales pobres: detrás de un deslumbrante altar dorado se esconde el estuco, material pobre y barato.
Desde un punto de vista puramente artístico, Jujol se revela como un pintor genial, con frescos al temple y dibujos que traspúan puro surrealismo. «Muchas de sus obras presentan una concomitancia con el mundo daliniano, basta ver la Torre dels Ous. Las terrazas, los bancos, los detalles o la ornamentación remiten a la Torre Galatea del Museu Dalí. Jujol tenía una mentalidad absoltuamente artística y surrealista, con un grado de locura más acusado que Gaudí», señala Daniel Giralt-Miracle.
Un capítulo a parte en la obra de Jujol es el color. El arquitecto llenó sus edificios, tanto en el interior como en el exterior, de los colores de su paisaje más cercano: los ocres del campo, el azul intensísimo de los cielos despejados y del mar bajo el sol, el verde de los viñedos… «El hecho de haber nacido en Tarragona contribuyó a que Jujol sintiera con más intensidad la belleza del paisaje. El amarillo del sol, el azul del mar… Llevaba esos colores en la retina. Imprimió en su arquitectura las tonalidades cromáticas específicas de esa zona geográfica», señala Carabí. Jujol solía decir que «los naturales del Camp de Tarragona perciben la belleza con mayor claridad que los barceloneses».
Y del color del paisaje a la naturaleza como motivo. Los elementos primordiales, el aire, el agua, la tierra, la flora, son parte intrínseca de la arquitectura de Jujol, ya sea como formas, volúmenes o inspiración. Jujol dibuja a partir de la naturaleza, la integra en la estructura de sus edificios. Aunque su firma esté detrás de algunos de los más bellos exponentes de la arquitecturagaudiniana (el famoso banco de trencadís del Park Güell, los techos y balcones de hierro forjado de la Pedrera o la cromática fachada de la Casa Batlló), la figura de Josep Maria Jujol (1879-1949) sigue en un segundo plano.
Pero su obra, tan original como fascinante, tendrá una nueva visibilidad en la próxima Bienal de Venecia (hasta ahora su difusor más popular había sido el actor John Malkovich, un enamorado jujoliano, que hasta empezó un guión para hacer una película sobre el arquitecto). En Venecia, Jujol será el punto de partida de la exposición Del fragment i del tot, en el Pabellón de Cataluña, que toma su reforma de la Casa Bofarull (Tarragona) como icono de una arquitectura que interviene sobre lo preexistente, que se adapta a unos recursos limitados y los explota. Tras dos décadas cerrada al público, la Casa Bofarull -que en 2000 fue objeto de una restauración- abre sus puertas al público con visitas organizadas para descubrir los secretos de Jujol, como una original fuente en forma de dragón.
«El primero que descubrió su talento fue Gaudí. Lo vampirizó y lo fagocitó. Lo hizo suyo. Muchas veces no sabemos dónde empieza Gaudí y dónde acaba Jujol», señala el historiador de arte Daniel Giralt-Miracle, quien fue comisario del Año Gaudí. Y ese gran desconocido que sigue siendo Jujol le sirve al arquitecto Josep Torrents, que ha ganado el concurso para diseñar el pabellón catalán en el off de la Bienal de Venecia, para «mirar atrás, buscar las raíces de una tradición propia». «Jujol es el gran olvidado, se le ha explicado muy mal. Sus edificios se dividen en los de planta nueva y en la arquitecta de intervención, en la que dialoga con las preexistencias. No hace una ampliación pura y dura, suma, crea algo nuevo que madura con el tiempo. Los arquitectos actuales no es que sean herederos de Jujol sino que, como él, aplican una mirada sin prejuicios, tienen una misma manera de entender la arquitectura», señala Torrents, en cuyo equipo de trabajo cuenta con el expertojujoliano Guillem Carabí, que realizó su tesis doctoral sobre la Casa Bofarull y que ha publicado un completo estudio sobre la iglesia de Vistabella (un templo casi secreto, en cuyo interior, como si se entrara en una cueva con frescos maravillosos, se despliega una atmósfera mística, más allá de lo terrenal).
«Aunque prácticamente no salió del país, Jujol aplica soluciones arquitectónicas y artísticas que tienen puntos en común con las vanguardias europeas. No tiene lazos físicos que lo emparenten con los creadores europeos, ni se interesa por ellos. Pero su obra se relaciona con la vanguardia del momento, eso es lo que le diferencia del Modernismo tradicional. Jujol rompe los límites físicos de marcos, ventanas, puertas, explosiona el propio espacio, provoca cambios de color. Los esgrafiados no son un elemento adherido o embellecedor, tienen una funcionalidad, una narrativa», reivindica Carabí, profesor de la Escola Superior d’Arquitectura de la Universitat Internacional de Catalunya, donde impulsó durante tres años una asignatura monográfica sobre Jujol (y que el Plan Bolonia acabó por eliminar).
Con su volumen sobre L’església primera de Vistabella (editado por DPR) Carabí contribuye a llenar un vacío bibliográfico en el estudio de Jujol, notoriamente incompleto. «Salvo excepciones, la historiografía de Jujol se reduce a estudios panorámicos de toda su obra, hay una gran ausencia de trabajos monográficos», apunta Carabí. De ahí la importancia de su libro sobre Vistabella -un libro casi objeto-, que denuncia el lamentable estado de degradación de las pinturas en el interior de la iglesia. Desde hace años, la dejadez en la preservación del patrimonio jujoliano se ha hecho evidente en edificios como la Casa Planells, en plena avenida Diagonal de Barcelona. Un edificio que el arquitecto Ignasi de Solà-Morales llegó a relacionar con el expresionismo alemán, así de esquivo y transgresor resulta el estilo de Jujol.
Más allá de la Casa Planells, pocos son los rastros de Jujol en Barcelona:su obra se concentra en su Tarragona natal y en Sant Joan Despí, localidad de la que fue arquitecto municipal durante 20 años y en la que veraneaba. «La obra de Jujol es rural, no es urbana, está fuera de Barcelona y no tiene la visibilidad de Gaudí en pleno Passeig de Gràcia», apunta Daniel Giralt-Miracle. Una falta de centralidad que ha contribuido a que Jujol permanezca aún eclipsado. Porque la monumental Fuente de los Tres Mares que corona la plaza España es «la menos representativa de sus obras, absolutamente neoclásica, una obra de encargo para la Exposición Universal», advierte Giralt-Miracle.
«En los proyectos de Gaudí en los que colaboró Jujol se da una explosión plástica más allá de la habitual», indica Carabí. Basta ver la fachada de la Casa Batlló, los balcones de la Pedrera o los bancos del Park Güell, con la firma algo escondida de Jujol. En la conferencia Gaudí más allá del mito, celebrada en el Círculo Ecuestre, Giralt-Miracle recordó una anécdota de la construcción de la Pedrera:«Se decía que por las noches Jujol iba a escondidas a retocar los balcones de hierro forjado, para darles la forma y la ondulación que él quería». En la Pedrera, Jujol también desarrolló los subyugantes relieves de estuco del techo ondulante del primer piso, que le servirían de inspiración para el Teatre Metropol de Tarragona.
«La arquitectura de Jujol es un proceso en continua transformación, no una obra terminada», destaca Carabí. Porque Jujol podía pasarse lustros trabajando en un mismo proyecto, añadiendo detalles, puliendo formas, inventando atmósferas.
Mística y arte
Una escalera al cielo. Y un ángel dorado en lo alto. La ascención por la escalinata principal de la masia de Can Negre tiene algo de sacramental:el cielo dentro de casa. En el corazón de Sant Joan Despí, se esconden varias joyas de la arquitectura jujoliana: Can Negre y la Casa dels Ous (como se conoce popularmente la Torre de la Creu).
Jujol dejó varias trazas modernistas en Sant Joan Despí, villa de veraneo para los barceloneses. En el Archivo Municipal de la ciudad se conservan más de 50 proyectos ideados por el arquitecto. Junto a la estación del tren construyó una torre de veraneo para su tía, Josefa Romeu, que le dio total libertad para desatar sus fantasías arquitectónicas, con un sorprendente tejado coronado por formas ovaladas hechas de trencadís,como si una princesa de cuento habitara en él (las obras jujolianas tienen cierta cualidad irreal, etérea). Esa residencia de fantasía podría ser su particular manifiesto arquitectónico.
Como Gaudí, Jujol era un hombre extremadamente religioso. Y en cada una de sus obras intentaba trasladar el paraíso a la tierra. «Es impensable entender a Jujol si no se comprende su voluntad por transformar lo común, lo profano, lo doméstico, en algo sagrado», advierte Guillem Carabí. Y añade:«La suya es una arquitectura de sensaciones, muy sensitiva. No hay que explicarla, sino experimentarla». Jujol sublima lo cotidiano, enriquece los materiales pobres: detrás de un deslumbrante altar dorado se esconde el estuco, material pobre y barato.
Desde un punto de vista puramente artístico, Jujol se revela como un pintor genial, con frescos al temple y dibujos que traspúan puro surrealismo. «Muchas de sus obras presentan una concomitancia con el mundo daliniano, basta ver la Torre dels Ous. Las terrazas, los bancos, los detalles o la ornamentación remiten a la Torre Galatea del Museu Dalí. Jujol tenía una mentalidad absoltuamente artística y surrealista, con un grado de locura más acusado que Gaudí», señala Daniel Giralt-Miracle.
Un capítulo a parte en la obra de Jujol es el color. El arquitecto llenó sus edificios, tanto en el interior como en el exterior, de los colores de su paisaje más cercano: los ocres del campo, el azul intensísimo de los cielos despejados y del mar bajo el sol, el verde de los viñedos… «El hecho de haber nacido en Tarragona contribuyó a que Jujol sintiera con más intensidad la belleza del paisaje. El amarillo del sol, el azul del mar… Llevaba esos colores en la retina. Imprimió en su arquitectura las tonalidades cromáticas específicas de esa zona geográfica», señala Carabí. Jujol solía decir que «los naturales del Camp de Tarragona perciben la belleza con mayor claridad que los barceloneses».
Y del color del paisaje a la naturaleza como motivo. Los elementos primordiales, el aire, el agua, la tierra, la flora, son parte intrínseca de la arquitectura de Jujol, ya sea como formas, volúmenes o inspiración. Jujol dibuja a partir de la naturaleza, la integra en la estructura de sus edificios.