Publicat el diumenge, 4 de maig del 2014, a El Periódico
El fracaso de la cita cultural lastra la imagen de la transformación de lo que fue un trastero insano
La colosal inversión en ingeniería y arquitectura cumple una década de incomprensión popularPublicat el domingo, 4 de mayo del 2014, en El Periódico
El fracaso de la cita cultural lastra la imagen de la transformación de lo que fue un trastero insano
La colosal inversión en ingeniería y arquitectura cumple una década de incomprensión popular
Cierren los ojos y en un breve ejercicio de ucronía periodística recuerden a Antonio Rebollo aquella noche en que se inauguraban los Juegos Olímpicos de 1992. Imaginen que por un error aciago la flecha vuela baja y atraviesa el muslo de un espectador. Toda la épica transformación urbana que precedió a los JJOO padecería aún hoy, tal vez, esa idéntica mirada desdeñosa con la que los barceloneses se pasean (si es que alguna vez lo hacen) por la Barcelona del 2004. Se destinaron casi 2.000 millones de euros a transformar lo que era poco menos que un cenagal séptico en un lugar digno. Pero el Fòrum de les Cultures fue un fiasco. Se cumplen ahora 10 años. Merece la pena revisitar sin prejuicios la última gran transformación urbana de esta ciudad, tan acostumbrada a lo largo de su historia reciente a construir pirámides. Lo hizo cuando creó el Eixample, cuando organizó dos expos, cuando abrió la Via Laietana, cuando amplió el puerto, cuando los JJOO…. El Fòrum es, pese a quien pese, la última pirámide.
«Es cierto, el semifracaso del Fòrum de les Cultures desdibujó una operación urbanística que, aunque aún no se reconozca, fue muy avanzada a su época». Lo sostiene Ramon Folch, biólogo de cabecera primero de Pasqual Maragall y de Joan Clos, después. Él, entre otros, participó en la atrevida defensa de que la urbanización de aquel espacio de 181 hectáreas no debería comportar el traslado de la anciana depuradora del Besòs a otro lugar. «Igual que gracias al uso del sifón los hogares pudieron tener el retrete dentro de casa a finales del siglo XIX, la ingeniería del siglo XXI ha permitido integrar una depuradora, una planta incineradora y una estación de tratamiento de residuos dentro de un entorno urbano», simplifica Folch.
Tal vez uno de los pecados originales del área del Fòrum sea ese, que en su día no se organizaron visitas guiadas a lo que era aquello antes de la entrada de las excavadoras.
LA DEPURADORA
La contemplación de los tornillos de arquímedes de una depuradora de aguas residuales es una imagen que perdura para siempre en la memoria. Qué asco. Aquello era, además, un disparate. La planta trataba cada día 400.000 metros cúbicos de aguas contaminadas. Se separaba lo peor, los fangos, y después, aunque por separado, aguas sucias y fangos se vertían al mar, a un par de kilómetros de la costa. Así era el trastero de Barcelona. Conviene no olvidar, pues, que bajo la gran plaza del Fòrum trabaja una moderna depuradora que puso fin a aquel despropósito.
Todo esto, sin embargo, es solo ingeniería, una disciplina que no cautiva a los ciudadanos. Pero el urbanismo y la arquitectura, ¡ay!, esas sí son materias gustosamente opinables, y ahí hay que indagar por qué perdura ese desapego respecto al área del Fòrum. Josep Parcerisa, uno de los catedráticos de Urbanismo a los que recurrió José Antonio Acebillo, el todopoderoso arquitecto en jefe del Ayuntamiento de Barcelona entonces, cuando hubo que planificar aquel espacio, tiene interesantes apuntes para esa pregunta.
Antes de acometer la operación del Fòrum -recuerda Parcerisa- se impulsó una aventura no menor en osadía, que fue la apertura de la Diagonal desde las Glòries hasta el Besòs. «Desde el punto de vista del diseño urbano había que tomar una decisión crucial. ¿Debía morir poéticamente la Diagonal en el mar, hundirse en el Mediterráneo, tal y como llegó a proponerse?» Parcerisa se considera copartícipe de la solución que defendió Acebillo, que aquello era una oportunidad única de dignificar el trastero de Barcelona y, sobre todo, coser ese nuevo espacio urbano con Sant Adrià y, por extensión, con Badalona. Los pilares de una ciudad no son sus infraestructuras subterráneas o sus edificios. Son sus avenidas. Así lo cuenta este urbanista, que defiende el acierto de uno de los espacios más incomprendidos del Fòrum, la gran plaza que cubre la depuradora. «Toda gran ciudad necesita un espacio así, enorme y polivalente y, además, al lado de una estación del metro. ¿O es que acaso Barcelona ya se ha olvidado de cuando se veía obligada a organizar grandes espectáculos en el ingrato Sot del Migdia, lejos de todo, pero sobre todo del transporte público?».
La cuestión es que se trata de un gran espacio minuciosamente meditado y en el que, chequera en mano, intervinieron algunos de los más famosos arquitectos del mundo. «Valencia tenía a Calatrava, pero Barcelona -explica con cierta sorna un exalto cargo municipal- tenía a Richard Rogers, a Dominique Perrault, a la pareja Jacques Herzog y Pierre de Meuron, a Josep Lluís Mateo, a Alejandro Zaera…». En la colección solo faltaba un Frank Gehry, responsable del efecto Guggenheim de Bilbao, al que se le propuso monumentalizar la estación de la Sagrera, una de las tres puntas del triángulo mágico que iban a formar el Fòrum, Glòries y la estación del AVE, pero esa iniciativa cayó en el olvido, y más al irrumpir la crisis.
ADN DE LA CIUDAD
Dice la leyenda (como muchas, puede que falsa) que cuando el galerista Ambroise Vollard vio Las señoritas de Avignon dijo: «Es la obra de un loco». La representación precubista de cinco desnudos femeninos fue tan rompedora como para los barceloneses, a escala distinta, por supuesto, lo fue la arquitectura de Diagonal Mar y del Fòrum. También en su día el Eixample desconcertó, pero justo cuando los barceloneses la habían interiorizado como parte de su ADN llegaba Acebillo y cambiaba otra vez el paradigma.
«No enseñar qué había ahí antes del 2004 fue un error, pero también lo fue, y enorme, vallar el recinto para la celebración del Fòrum», apunta Parcerisa. Se desperdició una oportunidad única de hacer con naturalidad de aquellas 181 hectáreas un nuevo espacio ciudadano.
La crítica, a toro pasado de 10 años, es fácil, sí, pero necesaria. Lo más extraño tal vez sea que el Ayuntamiento de Barcelona no tenga previsto, con motivo del décimo aniversario, no ya una celebración, que se descarta por supuesto, sino ni siquiera una reflexión sobre qué hacer para que los más de 2.000 millones de euros allí invertidos den los frutos en su día deseados.
Cierren los ojos y en un breve ejercicio de ucronía periodística recuerden a Antonio Rebollo aquella noche en que se inauguraban los Juegos Olímpicos de 1992. Imaginen que por un error aciago la flecha vuela baja y atraviesa el muslo de un espectador. Toda la épica transformación urbana que precedió a los JJOO padecería aún hoy, tal vez, esa idéntica mirada desdeñosa con la que los barceloneses se pasean (si es que alguna vez lo hacen) por la Barcelona del 2004. Se destinaron casi 2.000 millones de euros a transformar lo que era poco menos que un cenagal séptico en un lugar digno. Pero el Fòrum de les Cultures fue un fiasco. Se cumplen ahora 10 años. Merece la pena revisitar sin prejuicios la última gran transformación urbana de esta ciudad, tan acostumbrada a lo largo de su historia reciente a construir pirámides. Lo hizo cuando creó el Eixample, cuando organizó dos expos, cuando abrió la Via Laietana, cuando amplió el puerto, cuando los JJOO…. El Fòrum es, pese a quien pese, la última pirámide.
«Es cierto, el semifracaso del Fòrum de les Cultures desdibujó una operación urbanística que, aunque aún no se reconozca, fue muy avanzada a su época». Lo sostiene Ramon Folch, biólogo de cabecera primero de Pasqual Maragall y de Joan Clos, después. Él, entre otros, participó en la atrevida defensa de que la urbanización de aquel espacio de 181 hectáreas no debería comportar el traslado de la anciana depuradora del Besòs a otro lugar. «Igual que gracias al uso del sifón los hogares pudieron tener el retrete dentro de casa a finales del siglo XIX, la ingeniería del siglo XXI ha permitido integrar una depuradora, una planta incineradora y una estación de tratamiento de residuos dentro de un entorno urbano», simplifica Folch.
Tal vez uno de los pecados originales del área del Fòrum sea ese, que en su día no se organizaron visitas guiadas a lo que era aquello antes de la entrada de las excavadoras.
LA DEPURADORA
La contemplación de los tornillos de arquímedes de una depuradora de aguas residuales es una imagen que perdura para siempre en la memoria. Qué asco. Aquello era, además, un disparate. La planta trataba cada día 400.000 metros cúbicos de aguas contaminadas. Se separaba lo peor, los fangos, y después, aunque por separado, aguas sucias y fangos se vertían al mar, a un par de kilómetros de la costa. Así era el trastero de Barcelona. Conviene no olvidar, pues, que bajo la gran plaza del Fòrum trabaja una moderna depuradora que puso fin a aquel despropósito.
Todo esto, sin embargo, es solo ingeniería, una disciplina que no cautiva a los ciudadanos. Pero el urbanismo y la arquitectura, ¡ay!, esas sí son materias gustosamente opinables, y ahí hay que indagar por qué perdura ese desapego respecto al área del Fòrum. Josep Parcerisa, uno de los catedráticos de Urbanismo a los que recurrió José Antonio Acebillo, el todopoderoso arquitecto en jefe del Ayuntamiento de Barcelona entonces, cuando hubo que planificar aquel espacio, tiene interesantes apuntes para esa pregunta.
Antes de acometer la operación del Fòrum -recuerda Parcerisa- se impulsó una aventura no menor en osadía, que fue la apertura de la Diagonal desde las Glòries hasta el Besòs. «Desde el punto de vista del diseño urbano había que tomar una decisión crucial. ¿Debía morir poéticamente la Diagonal en el mar, hundirse en el Mediterráneo, tal y como llegó a proponerse?» Parcerisa se considera copartícipe de la solución que defendió Acebillo, que aquello era una oportunidad única de dignificar el trastero de Barcelona y, sobre todo, coser ese nuevo espacio urbano con Sant Adrià y, por extensión, con Badalona. Los pilares de una ciudad no son sus infraestructuras subterráneas o sus edificios. Son sus avenidas. Así lo cuenta este urbanista, que defiende el acierto de uno de los espacios más incomprendidos del Fòrum, la gran plaza que cubre la depuradora. «Toda gran ciudad necesita un espacio así, enorme y polivalente y, además, al lado de una estación del metro. ¿O es que acaso Barcelona ya se ha olvidado de cuando se veía obligada a organizar grandes espectáculos en el ingrato Sot del Migdia, lejos de todo, pero sobre todo del transporte público?».
La cuestión es que se trata de un gran espacio minuciosamente meditado y en el que, chequera en mano, intervinieron algunos de los más famosos arquitectos del mundo. «Valencia tenía a Calatrava, pero Barcelona -explica con cierta sorna un exalto cargo municipal- tenía a Richard Rogers, a Dominique Perrault, a la pareja Jacques Herzog y Pierre de Meuron, a Josep Lluís Mateo, a Alejandro Zaera…». En la colección solo faltaba un Frank Gehry, responsable del efecto Guggenheim de Bilbao, al que se le propuso monumentalizar la estación de la Sagrera, una de las tres puntas del triángulo mágico que iban a formar el Fòrum, Glòries y la estación del AVE, pero esa iniciativa cayó en el olvido, y más al irrumpir la crisis.
ADN DE LA CIUDAD
Dice la leyenda (como muchas, puede que falsa) que cuando el galerista Ambroise Vollard vio Las señoritas de Avignon dijo: «Es la obra de un loco». La representación precubista de cinco desnudos femeninos fue tan rompedora como para los barceloneses, a escala distinta, por supuesto, lo fue la arquitectura de Diagonal Mar y del Fòrum. También en su día el Eixample desconcertó, pero justo cuando los barceloneses la habían interiorizado como parte de su ADN llegaba Acebillo y cambiaba otra vez el paradigma.
«No enseñar qué había ahí antes del 2004 fue un error, pero también lo fue, y enorme, vallar el recinto para la celebración del Fòrum», apunta Parcerisa. Se desperdició una oportunidad única de hacer con naturalidad de aquellas 181 hectáreas un nuevo espacio ciudadano.
La crítica, a toro pasado de 10 años, es fácil, sí, pero necesaria. Lo más extraño tal vez sea que el Ayuntamiento de Barcelona no tenga previsto, con motivo del décimo aniversario, no ya una celebración, que se descarta por supuesto, sino ni siquiera una reflexión sobre qué hacer para que los más de 2.000 millones de euros allí invertidos den los frutos en su día deseados.