Mirando por la ventana del tren cuesta imaginarse esta tierra como virgen: hoy es una prostituta vieja. No hay equilibrio entre el territorio y su uso.
Publicado el lunes 2 de mayo de 2016 en el periódico EL PAÍS
Hay polígonos industriales de todo tipo y carreteras y pisos aglomerados y algún hotel y publicidad en cartelones inmensos y huertos prolijos y esa calima que difumina el horizonte. Lo que no está ocupado está abandonado. Es un paisaje de patio de atrás. Pero las cosas cambian cuando la escala se hace doméstica. El paisaje se ordena y la realidad se vuelve comprensible. He venido a Viladecans para ver cómo se encaja un outlet que parece destinado a distorsionar lógica y mercado: saldré de aquí entendiendo los porqués. Aunque siga siendo cierto que el outlet compite con una oferta simétrica y exitosa en La Roca del Vallès, y no es nunca buena política copiar un modelo sin saber si la cosa da para dos, entiendo la apuesta de Viladecans.
Se trata de estar en el mapa. De hacerse un hueco en el imaginario metropolitano entre la potencia del Prat, de Gavà, de Castelldefels, que se han quedado con las carxofes y los espárragos, con el aeropuerto y hasta con la memoria de aquellos cámpings populares y horteras que jalonaban la autovía, escondidos entre pinares ufanosos. Resulta que todo eso también es Viladecans, sin llevar su firma. El outlet es una gota en un vaso lleno, pero a lo mejor, piensan, es la gota que faltaba. De hecho, el outlet , que está en vistas a levantar persianas en otoño, crece en un predio lindante a la estación, que es periférica a la ciudad. Los payeses, dice la leyenda, estaban defendiendo sus huertos -lo que sigue siendo el formidable Parc Agrari- y no querían el estorbo. Hoy Viladecans despliega la pancarta para que paren más trenes, porque muchos pasan de largo. Los tiempos cambian. El outlet se nutrirá más bien de la espesa red de coches que van arriba y abajo, como hormigas estresadas.
Viladecans está constituido por tres franjas, a partir de una sierra moderada con la cúspide en la ermita de San Ramón, que lo ve todo. Está la ciudad normal, después una zona de actividad económica de nuevo cuño y después la naturaleza, esta sí virgen, imponente, silenciosa si no fuera por los aviones que pasan rasantes. Todo está marcado por mojones de AENA y eso explica que no se construyera. Una espléndida playa con sus dunas también moderadas, un pinar espeso, el Remolar, las casetas para observar aves: lo que queda del delta tal como era. La zona económica se divide entre pisos acabados de estrenar, construidos en bloques, con centro comercial incluido -y un karting inventado por Marc Gené-, y un polígono de nueva generación, donde reina la logística de Desigual, pero que incorpora otras industrias de alta tecnología. Los separa un parque desproporcionado, que engulle la antigua riera y se despliega en zonas de ocio, de juegos, de conciertos, de todo. Aquí hubo una vez el sueño de un parque aeronáutico, o como sea, un centro de investigación en vuelos y en sus artefactos, pero las instituciones, así en general, no creyeron en el tema.
El nexo entre esta zona -donde The Style Outlet, dicho en inglés, será el último hito- y la ciudad, una ciudad milenaria que en los años sesenta pasó de 7.000 habitantes a 24.000 y después a 60.000, es una zona moderna, amplia y descansada, de avenidas y equipamientos. Luce con brillantez el Atrium, centro de espectáculos y polideportivo, adosados la cultura y el sudor, un edificio que por dentro es una maravilla. Estuvo hace poco Clara Segura, la actriz de moda, pero hasta hacen ópera. Subiendo hacia la sierra, algún sector ha merecido la atención de la Ley de Barrios, ese antídoto contra la degradación. Todo esto, mezclado, quiere convertirse en atractivo turístico y económico, borrar del mapa la ciudad dormitorio para consagrar una ciudad dinámica, cambiante. Visitable.
Aquí hay una buena gestión, un núcleo de técnicos jóvenes y con ganas, que piensa, camina, palpa, cuida, sueña. Exactamente lo que se necesita: gobierno desde la proximidad y competencia sana con el vecino. Imaginen ahora que prospera la idea de Ada Colau de crear por encima un “alcalde metropolitano”. Se esfumaría el conocimiento detallado para elevar las decisiones a una autoridad lejana y global. Viladecans volvería a ser invisible. La ambición no siempre es buena consejera. Y las cosas de casa se gobiernan mejor desde casa.