Publicat el 15 de novembre de 2013 a El País
Un estudio catalán levanta un centro que respeta el pasado desde lo moderno.
No son pocos los que sostienen que la mejor arquitectura es la anónima, la que, despreocupada de representar un apellido ilustre, elige arraigarse en un lugar, completarlo o transformarlo, en vez de llamar la atención sobre sí misma. Publicado el 15 de noviembre de 2013 en El País
Un estudio catalán levanta un centro que respeta el pasado desde lo moderno.
No son pocos los que sostienen que la mejor arquitectura es la anónima, la que, despreocupada de representar un apellido ilustre, elige arraigarse en un lugar, completarlo o transformarlo, en vez de llamar la atención sobre sí misma.El profesor Bernard Rudofsky no estaba solo cuando sostenía que las arquitecturas vernáculas, anónimas e indígenas tenían su razón de ser en una función épica alejada de cualquier lirismo. Sus teorías mantienen hoy su vigencia. Como prueba, cada vez son más los jóvenes proyectistas que, en lugar de pedir una revolución, eligen dar el paso atrás que se necesita para coger impulso y lograr dar dos hacia delante.
En Chaufailles, un pueblo de la Borgoña francesa, el estudio barcelonés Calderón, Folch, Sarsanedas ganó un concurso para levantar un centro cultural que lleva el nombre de un héroe de la resistencia local, Léonce Georges. El edificio nació así con el peso de una leyenda y la carga de la historia. Pilar Calderón, Marc Folch y Pol Sarsanedas no partieron de un solar vacío ni empezaron con un folio en blanco. El suelo era el de una granja en ruinas de un convento del pueblo. Estaba en pendiente, rodeado de cubiertas de pizarra a dos aguas. Los arquitectos pensaron a la vez en la función (un centro cultural es polivalente y debe acoger todo tipo de actos) y en el mensaje: en el pueblo querían novedad sin ruptura.
El amplio espacio interior podía ofrecer eso tomando como modelo la propia esencia de la antigua granja: las grandes luces de una construcción agrícola. El exterior extiende esa decisión al diálogo con el lugar a partir de la piel de lamas de madera de abeto Douglas y jugando con los vértices de las cubiertas a dos aguas.
Así, a la rehabilitación del inmueble original recuperando elementos arquetípicos, como las cerchas de madera, los muros de piedra o la cubierta de teja cerámica— los proyectistas sumaron un nuevo volumen de madera local que levantaron en la antigua era del convento. El respeto por el pasado y su puesta al día se dan de este modo cita en un edificio construido en seco y desmontable en el que las diferentes caras se apoyan sobre una estructura atirantada, forrándola. Este sistema reduce notablemente el gasto energético sin necesidad de anunciar ese ahorro en la fachada o con la forma del inmueble. Esa parte formal busca, al contrario, hablarle al pasado, al carácter social de las construcciones agrícolas comunitarias.
Al fin y al cabo, el nuevo Centro Léonce Georges puede ser utilizado como sala de baile, para reuniones, fiestas o bodas. Tiene prestaciones acústicas, climáticas y lumínicas adecuadas para esas actividades. Busca no solo relacionarse con el paisaje, el lugar y su historia. También quiere establecer el mismo vínculo con la gente, ser uno más en el pueblo.El profesor Bernard Rudofsky no estaba solo cuando sostenía que las arquitecturas vernáculas, anónimas e indígenas tenían su razón de ser en una función épica alejada de cualquier lirismo. Sus teorías mantienen hoy su vigencia. Como prueba, cada vez son más los jóvenes proyectistas que, en lugar de pedir una revolución, eligen dar el paso atrás que se necesita para coger impulso y lograr dar dos hacia delante.
En Chaufailles, un pueblo de la Borgoña francesa, el estudio barcelonés Calderón, Folch, Sarsanedas ganó un concurso para levantar un centro cultural que lleva el nombre de un héroe de la resistencia local, Léonce Georges. El edificio nació así con el peso de una leyenda y la carga de la historia. Pilar Calderón, Marc Folch y Pol Sarsanedas no partieron de un solar vacío ni empezaron con un folio en blanco. El suelo era el de una granja en ruinas de un convento del pueblo. Estaba en pendiente, rodeado de cubiertas de pizarra a dos aguas. Los arquitectos pensaron a la vez en la función (un centro cultural es polivalente y debe acoger todo tipo de actos) y en el mensaje: en el pueblo querían novedad sin ruptura.
El amplio espacio interior podía ofrecer eso tomando como modelo la propia esencia de la antigua granja: las grandes luces de una construcción agrícola. El exterior extiende esa decisión al diálogo con el lugar a partir de la piel de lamas de madera de abeto Douglas y jugando con los vértices de las cubiertas a dos aguas.
Así, a la rehabilitación del inmueble original recuperando elementos arquetípicos, como las cerchas de madera, los muros de piedra o la cubierta de teja cerámica— los proyectistas sumaron un nuevo volumen de madera local que levantaron en la antigua era del convento. El respeto por el pasado y su puesta al día se dan de este modo cita en un edificio construido en seco y desmontable en el que las diferentes caras se apoyan sobre una estructura atirantada, forrándola. Este sistema reduce notablemente el gasto energético sin necesidad de anunciar ese ahorro en la fachada o con la forma del inmueble. Esa parte formal busca, al contrario, hablarle al pasado, al carácter social de las construcciones agrícolas comunitarias.
Al fin y al cabo, el nuevo Centro Léonce Georges puede ser utilizado como sala de baile, para reuniones, fiestas o bodas. Tiene prestaciones acústicas, climáticas y lumínicas adecuadas para esas actividades. Busca no solo relacionarse con el paisaje, el lugar y su historia. También quiere establecer el mismo vínculo con la gente, ser uno más en el pueblo.