Publicado el lunes, 26 de mayo del 2014, en El País
Las obras del futuro Museo Ibero de Jaén, de seis plantas y más de 10.600 metros cuadrados de superficie construida, están abandonadas desde 2012Publicado el lunes, 26 de mayo del 2014, en El País
Las obras del futuro Museo Ibero de Jaén, de seis plantas y más de 10.600 metros cuadrados de superficie construida, están abandonadas desde 2012
Un exalcalde de Jaén dijo en su día que el Museo Internacional de Arte Ibero de Jaén debía ser más grande incluso que el Guggenheim de Bilbao. Tal era la ambición de los políticos, locales y autonómicos, que, tras más de una década de disputas, en septiembre de 2009 iniciaron las obras de un macroproyecto cultural en el solar de la antigua cárcel de Jaén, clausurada en 1991. Aunque el coste presupuestado para el Museo Ibero es de un tercio de lo que costó el Guggenheim, nada tiene que envidiar a sus dimensiones. Nada menos que seis plantas y más de 10.600 metros cuadrados de superficie construida dejaban patente la apuesta por hacer de Jaén la referencia mundial en el arte ibero.
La estructura exterior del Museo Ibero se levantó en un tiempo más o menos corto, pero una vez plantada la mole de cemento sobre el centro urbano de la capital jiennense las obras encallaron en mayo de 2012. Oficialmente, la Junta de Andalucía, que es quien financia el proyecto, habla de cuestiones jurídicas y técnicas (se han tenido que acometer dos modificaciones del proyecto), aunque la evidencia es que los recortes económicos de la Administración autonómica están detrás de este parón, que supera ya los dos años. La Consejería de Cultura, que había fijado para el primer trimestre de este año la reanudación de las obras, ha anunciado esta semana la conclusión del segundo modificado del proyecto y que las obras podrían estar terminadas a lo largo de 2015.
Ahora que se cumplen dos años desde la paralización de las obras —el proyecto estaba ejecutado ya al 55%, según Cultura— un arquitecto de Jaén, Pablo Arboleda, ha querido denunciar lo que para él es un “antimonumento a la ridiculez de nuestra era”. Arboleda burló el vallado de las obras y se adentró en el edificio con cámara en mano para mostrar la perplejidad que supone tener una mole de cemento abandonada en pleno Paseo de la Estación y sin perspectivas a corto plazo.
“El edificio es una construcción descomunal y, desde el punto de vista arquitectónico, es muy rico espacialmente. No se percibe ningún atisbo de simetría y caminar por todas sus plantas te ofrece la posibilidad constante de la sorpresa, de que cada paso sea único. Por supuesto no he encontrado expuesta ninguna punta de flecha, busto, ni vasija que date del pueblo íbero allá por los siglos inmediatamente anteriores a nuestra era, y sin embargo las paredes de este edificio hablan de una realidad, ibérica en este caso, mucho más cercana a nosotros: suelos de hormigón que nunca se pulieron, vigas que no soportan ningún peso, ventanas que esperan vidrios que nunca llegan. Un sinfín de elementos que conforman una ruina contemporánea y que hablan de cómo nuestra sociedad se está comportando, de cómo somos realmente”, explica Arboleda en su escrito-denuncia remitido a este periódico.
El arquitecto jiennense, que actualmente cursa el master en Patrimonio de la Humanidad en la Universidad Técnica de Brandemburgo (Alemania) y prepara su doctorado sobre la patrimonialización de edificios inacabados, considera que su acción de desobediencia civil (entrar sin permiso en las obras), lejos de avergonzarle, supone una responsabilidad social de los ciudadanos. “Siempre me ha parecido una pena que un edificio en el que se ha invertido tanto y al que tan buena arquitectura se le aprecia, quede simplemente abandonado antes de su conclusión”, dice.
Pablo Arboleda ha reflejado con su cámara fotográfica el “penoso estado” de abandono del edificio. “Las instantáneas contienen una especie de belleza decadente, de lo que pudo ser y no fue, de lo que en definitiva el edificio es hoy día. Y resulta que no tiene nada que ver con las ruinas griegas o romanas donde uno percibe la monumentalidad y la presencia de lo que el ser humano ha sido capaz sobre los siglos. El Museo Ibero no es un patrimonio tradicional por el que uno se sentiría orgulloso de su ciudad, sino que más bien compone una ruina de lo absurdo”.
Escéptico sobre el futuro más inmediato de este proyecto museístico, Pablo Arboleda aporta incluso algunas sugerencias para el aprovechamiento de la superficie ya construida. “Con mínimas intervenciones llevadas a cabo por gente concienciada, lo que una vez fue el proyecto del Museo Íbero bien podría ser un lugar al que darle un uso desde ya: teatros, proyecciones, asambleas. Y todo ello, manteniendo su estética inacabada que requiere de mínima inversión, lo que por irónico y extraño que suene, es el estilo arquitectónico resultado de la crisis actual y por ende tiene un valor cultural en sí que lo hace único”, subraya.
Y defiende la toma ciudadana de este espacio público. “Solo así se entiende el verdadero patrimonio, aquel que propone que lo importante no es el edificio sino lo que ocurre dentro del edificio. Sin etiquetas, sin reconocimiento: un patrimonio que fluya de manera natural desde unos ciudadanos que no esperan nada a cambio más que el derecho a disfrutar de lo que les pertenece. Sin artificios ni palmaditas en la espalda”.
Un exalcalde de Jaén dijo en su día que el Museo Internacional de Arte Ibero de Jaén debía ser más grande incluso que el Guggenheim de Bilbao. Tal era la ambición de los políticos, locales y autonómicos, que, tras más de una década de disputas, en septiembre de 2009 iniciaron las obras de un macroproyecto cultural en el solar de la antigua cárcel de Jaén, clausurada en 1991. Aunque el coste presupuestado para el Museo Ibero es de un tercio de lo que costó el Guggenheim, nada tiene que envidiar a sus dimensiones. Nada menos que seis plantas y más de 10.600 metros cuadrados de superficie construida dejaban patente la apuesta por hacer de Jaén la referencia mundial en el arte ibero.
La estructura exterior del Museo Ibero se levantó en un tiempo más o menos corto, pero una vez plantada la mole de cemento sobre el centro urbano de la capital jiennense las obras encallaron en mayo de 2012. Oficialmente, la Junta de Andalucía, que es quien financia el proyecto, habla de cuestiones jurídicas y técnicas (se han tenido que acometer dos modificaciones del proyecto), aunque la evidencia es que los recortes económicos de la Administración autonómica están detrás de este parón, que supera ya los dos años. La Consejería de Cultura, que había fijado para el primer trimestre de este año la reanudación de las obras, ha anunciado esta semana la conclusión del segundo modificado del proyecto y que las obras podrían estar terminadas a lo largo de 2015.
Ahora que se cumplen dos años desde la paralización de las obras —el proyecto estaba ejecutado ya al 55%, según Cultura— un arquitecto de Jaén, Pablo Arboleda, ha querido denunciar lo que para él es un “antimonumento a la ridiculez de nuestra era”. Arboleda burló el vallado de las obras y se adentró en el edificio con cámara en mano para mostrar la perplejidad que supone tener una mole de cemento abandonada en pleno Paseo de la Estación y sin perspectivas a corto plazo.
“El edificio es una construcción descomunal y, desde el punto de vista arquitectónico, es muy rico espacialmente. No se percibe ningún atisbo de simetría y caminar por todas sus plantas te ofrece la posibilidad constante de la sorpresa, de que cada paso sea único. Por supuesto no he encontrado expuesta ninguna punta de flecha, busto, ni vasija que date del pueblo íbero allá por los siglos inmediatamente anteriores a nuestra era, y sin embargo las paredes de este edificio hablan de una realidad, ibérica en este caso, mucho más cercana a nosotros: suelos de hormigón que nunca se pulieron, vigas que no soportan ningún peso, ventanas que esperan vidrios que nunca llegan. Un sinfín de elementos que conforman una ruina contemporánea y que hablan de cómo nuestra sociedad se está comportando, de cómo somos realmente”, explica Arboleda en su escrito-denuncia remitido a este periódico.
El arquitecto jiennense, que actualmente cursa el master en Patrimonio de la Humanidad en la Universidad Técnica de Brandemburgo (Alemania) y prepara su doctorado sobre la patrimonialización de edificios inacabados, considera que su acción de desobediencia civil (entrar sin permiso en las obras), lejos de avergonzarle, supone una responsabilidad social de los ciudadanos. “Siempre me ha parecido una pena que un edificio en el que se ha invertido tanto y al que tan buena arquitectura se le aprecia, quede simplemente abandonado antes de su conclusión”, dice.
Pablo Arboleda ha reflejado con su cámara fotográfica el “penoso estado” de abandono del edificio. “Las instantáneas contienen una especie de belleza decadente, de lo que pudo ser y no fue, de lo que en definitiva el edificio es hoy día. Y resulta que no tiene nada que ver con las ruinas griegas o romanas donde uno percibe la monumentalidad y la presencia de lo que el ser humano ha sido capaz sobre los siglos. El Museo Ibero no es un patrimonio tradicional por el que uno se sentiría orgulloso de su ciudad, sino que más bien compone una ruina de lo absurdo”.
Escéptico sobre el futuro más inmediato de este proyecto museístico, Pablo Arboleda aporta incluso algunas sugerencias para el aprovechamiento de la superficie ya construida. “Con mínimas intervenciones llevadas a cabo por gente concienciada, lo que una vez fue el proyecto del Museo Íbero bien podría ser un lugar al que darle un uso desde ya: teatros, proyecciones, asambleas. Y todo ello, manteniendo su estética inacabada que requiere de mínima inversión, lo que por irónico y extraño que suene, es el estilo arquitectónico resultado de la crisis actual y por ende tiene un valor cultural en sí que lo hace único”, subraya.
Y defiende la toma ciudadana de este espacio público. “Solo así se entiende el verdadero patrimonio, aquel que propone que lo importante no es el edificio sino lo que ocurre dentro del edificio. Sin etiquetas, sin reconocimiento: un patrimonio que fluya de manera natural desde unos ciudadanos que no esperan nada a cambio más que el derecho a disfrutar de lo que les pertenece. Sin artificios ni palmaditas en la espalda”.