Publicat el 18 de gener de 2014 a El País
¿En qué momento dejó de importarnos Henri Lefebvre? Publicado el 18 de enero de 2014 en El País
¿En qué momento dejó de importarnos Henri Lefebvre? ¿Cómo fue posible que pudiéramos prescindir de alguien que tan fundamental había sido para toda una generación de combatientes contra la realidad? ¿Quién decidió que estaba pasado de moda su marxismo antidogmático, pero rotundo? Pero algo está cambiando en relación con Lefebvre, al menos por lo que hace a su pensamiento sobre la ciudad, cuando simposios y reediciones en todo el mundo nos invitan a reconocerlo como vigente. Con la esperanza de que se devuelva a los catálogos El derecho a la ciudad, Espacio y política o De lo rural a lo urbano, nos llega ahora la traducción —pendiente desde hace cuarenta años— de la obra más madura de Lefebvre en este campo: La producción del espacio, un nuevo acierto de Capitán Swing, que nos brindaba hace poco la reedición de Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs, otro clásico del antiurbanismo.
Inútil intentar resumir la hondura y la extensión tanto de la obra como la experiencia vital de Lefebvre, que acompaña un buen número de hitos del siglo XX y a veces los determina: las vanguardias, de dadá a los situacionistas; la lucha contra el fascismo y el colonialismo; la relectura de Marx; su incorporación, expulsión y retorno al Partido Comunista; el diálogo crítico con el existencialismo y con los estructuralismos; las revueltas de finales de los 60… Ni siquiera es razonable probar una síntesis de sus trabajos a propósito del espacio como concepto y la ciudad como lugar. Ahora bien, puestos a hacer el elogio de la aventura intelectual de Lefebvre, enfaticemos en qué manera acude a reforzar la lucha actual contra la apropiación capitalista de las ciudades, que se antoja hoy más atroz que cuando él la denunciara.
Es a esa causa a la que contribuyen La producción del espacio y toda la teoría urbana lefebvriana, desenmascaramiento de tecnologías y de saberes que, presumiéndose asépticos e imparciales, asumen la tarea de generar espacios en que se concreten las relaciones de poder y de producción, espacios destinados a someter, si es necesario mediante la fuerza, tanto los usos ordinarios de la ciudad como la riqueza de códigos que los organizan. Esos espacios son espacios falsos y falsificadores, aunque se disfracen tras lenguajes técnicos que los hacen incuestionables. Son los espacios de los planificadores, de los tecnócratas, de la mayoría de urbanistas y arquitectos, de los administradores y de los administrativos.
Tras ese espacio maquetado y monitorizado no hay otra cosa que mera ideología, en el sentido marxista clásico, es decir fantasma que fetichiza las relaciones sociales reales e impide su transformación futura. Es o quisiera ser espacio dominante, hegemonizar los espacios percibidos y vividos y doblegarlos a sus intereses. Es el espacio del poder, aunque ese poder aparezca como “organización del espacio”, un espacio del que se elide o expulsa todo lo que se le opone, primero por la violencia inherente a sus iniciativas y si esta no basta, mediante la violencia abierta. Y todo ello al servicio de la producción de territorios no solo obedientes, sino también claros, legibles, etiquetados, homogéneos, seguros…, colocados en el mercado a disposición de unas clases medias que también quisieran ser neutras y sueñan con ese universo social tranquilo, previsible, desconflictivizado y sin sobresaltos que se diseña para ellas como mera ilusión, dado que está condenado a sufrir todo tipo de desmentidos y desgarros como consecuencia de su fragilidad ante los embates de esa misma realidad social sobre la que pugna inútilmente por imponerse
El enemigo rebelde a someter no es otra cosa que lo que Lefebvre define y describe como lo urbano. Y, ¿qué es lo urbano? Lo urbano no es la ciudad. La ciudad es una base material, una morfología, un dato presente e inmediato, algo que está ahí. Lo urbano es otra cosa: una forma específica de organizar y pensar el tiempo y el espacio en general que no requiere por fuerza constituirse como elemento tangible, puesto que podría existir y existe como mera potencialidad para actos y confluencias realizados o virtuales. Lo urbano es la obra de la gente, en vez de imposición como sistema a esa gente. Un punto ciego que escapa de la fiscalización de poderes que no saben qué es ni de qué está hecho. A pesar de los ataques que recibe por parte de quienes viven obsesionados con su desactivación, lo urbano persiste e incluso se intensifica, puesto que se nutre de lo mismo que no deja de alterarlo. Sin poder impedirlo, en su seno la simultaneidad de los encuentros persiste y gana en complejidad, constituyendo y reconstituyendo centros, multiplicándose e intensificándose entre contradicciones.
Frente a quienes quieren ver convertida la ciudad en negocio y no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello, lo urbano se conforma en apoteosis del valor de uso, esto es del cambio liberado del valor de cambio. Lo urbano no es para Lefebvre substancia ni ideal: es más bien un espacio-tiempo diferencial en que se despliega o podría desplegarse la radicalidad misma de lo social, su exasperación, puesto que es teatro espontáneo de y para el deseo, temblor permanente, sede de la deserción de las normalidades y del desacato ante las presiones, marco y momento de lo lúdico y lo imprevisible. Todo aquello que en otro momento nos atrevimos a llamar simplemente la vida.
La producción del espacio, de Henri Lefebvre (Capitan Swing, 2013)¿Cómo fue posible que pudiéramos prescindir de alguien que tan fundamental había sido para toda una generación de combatientes contra la realidad? ¿Quién decidió que estaba pasado de moda su marxismo antidogmático, pero rotundo? Pero algo está cambiando en relación con Lefebvre, al menos por lo que hace a su pensamiento sobre la ciudad, cuando simposios y reediciones en todo el mundo nos invitan a reconocerlo como vigente. Con la esperanza de que se devuelva a los catálogos El derecho a la ciudad, Espacio y política o De lo rural a lo urbano, nos llega ahora la traducción —pendiente desde hace cuarenta años— de la obra más madura de Lefebvre en este campo: La producción del espacio, un nuevo acierto de Capitán Swing, que nos brindaba hace poco la reedición de Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs, otro clásico del antiurbanismo.
Inútil intentar resumir la hondura y la extensión tanto de la obra como la experiencia vital de Lefebvre, que acompaña un buen número de hitos del siglo XX y a veces los determina: las vanguardias, de dadá a los situacionistas; la lucha contra el fascismo y el colonialismo; la relectura de Marx; su incorporación, expulsión y retorno al Partido Comunista; el diálogo crítico con el existencialismo y con los estructuralismos; las revueltas de finales de los 60… Ni siquiera es razonable probar una síntesis de sus trabajos a propósito del espacio como concepto y la ciudad como lugar. Ahora bien, puestos a hacer el elogio de la aventura intelectual de Lefebvre, enfaticemos en qué manera acude a reforzar la lucha actual contra la apropiación capitalista de las ciudades, que se antoja hoy más atroz que cuando él la denunciara.
Es a esa causa a la que contribuyen La producción del espacio y toda la teoría urbana lefebvriana, desenmascaramiento de tecnologías y de saberes que, presumiéndose asépticos e imparciales, asumen la tarea de generar espacios en que se concreten las relaciones de poder y de producción, espacios destinados a someter, si es necesario mediante la fuerza, tanto los usos ordinarios de la ciudad como la riqueza de códigos que los organizan. Esos espacios son espacios falsos y falsificadores, aunque se disfracen tras lenguajes técnicos que los hacen incuestionables. Son los espacios de los planificadores, de los tecnócratas, de la mayoría de urbanistas y arquitectos, de los administradores y de los administrativos.
Tras ese espacio maquetado y monitorizado no hay otra cosa que mera ideología, en el sentido marxista clásico, es decir fantasma que fetichiza las relaciones sociales reales e impide su transformación futura. Es o quisiera ser espacio dominante, hegemonizar los espacios percibidos y vividos y doblegarlos a sus intereses. Es el espacio del poder, aunque ese poder aparezca como “organización del espacio”, un espacio del que se elide o expulsa todo lo que se le opone, primero por la violencia inherente a sus iniciativas y si esta no basta, mediante la violencia abierta. Y todo ello al servicio de la producción de territorios no solo obedientes, sino también claros, legibles, etiquetados, homogéneos, seguros…, colocados en el mercado a disposición de unas clases medias que también quisieran ser neutras y sueñan con ese universo social tranquilo, previsible, desconflictivizado y sin sobresaltos que se diseña para ellas como mera ilusión, dado que está condenado a sufrir todo tipo de desmentidos y desgarros como consecuencia de su fragilidad ante los embates de esa misma realidad social sobre la que pugna inútilmente por imponerse
El enemigo rebelde a someter no es otra cosa que lo que Lefebvre define y describe como lo urbano. Y, ¿qué es lo urbano? Lo urbano no es la ciudad. La ciudad es una base material, una morfología, un dato presente e inmediato, algo que está ahí. Lo urbano es otra cosa: una forma específica de organizar y pensar el tiempo y el espacio en general que no requiere por fuerza constituirse como elemento tangible, puesto que podría existir y existe como mera potencialidad para actos y confluencias realizados o virtuales. Lo urbano es la obra de la gente, en vez de imposición como sistema a esa gente. Un punto ciego que escapa de la fiscalización de poderes que no saben qué es ni de qué está hecho. A pesar de los ataques que recibe por parte de quienes viven obsesionados con su desactivación, lo urbano persiste e incluso se intensifica, puesto que se nutre de lo mismo que no deja de alterarlo. Sin poder impedirlo, en su seno la simultaneidad de los encuentros persiste y gana en complejidad, constituyendo y reconstituyendo centros, multiplicándose e intensificándose entre contradicciones.
Frente a quienes quieren ver convertida la ciudad en negocio y no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello, lo urbano se conforma en apoteosis del valor de uso, esto es del cambio liberado del valor de cambio. Lo urbano no es para Lefebvre substancia ni ideal: es más bien un espacio-tiempo diferencial en que se despliega o podría desplegarse la radicalidad misma de lo social, su exasperación, puesto que es teatro espontáneo de y para el deseo, temblor permanente, sede de la deserción de las normalidades y del desacato ante las presiones, marco y momento de lo lúdico y lo imprevisible. Todo aquello que en otro momento nos atrevimos a llamar simplemente la vida.
La producción del espacio, de Henri Lefebvre (Capitan Swing, 2013)