Su edificio en Medellín es un símbolo de la transformación delpaís. Pero él no cree en los arquitectos estrella, sino en los que inducen a relaciones entre vecinos.
El colombiano Giancarlo Mazzanti (Barranquilla, 1963) adquirió notoriedad mundial cuando levantó un icono en uno de los barrios más pobres de lo que se conocía como la ciudad más peligrosa del mundo: Medellín. Corría el año 2005 cuando un matemático metido a alcalde, Sergio Fajardo, le dio la vuelta a esa ciudad en sólo una legislatura. En el barrio donde vivían buena parte de los sicarios del traficante Pablo Escobar, en la colonia de Santo Domingo Savio, la Biblioteca España es un edificio en forma de tres rocas asomado al valle. Ese mirador de hormigón funcionó en aquella comuna como un balón de oxígeno. A partir de ahí, la arquitectura inventiva de Mazzanti —apoyada en la prefabricación industrial— ha salpicado su país de símbolos, como los Escenarios Deportivos Suramericanos, también en Medellín, o la escuela El Porvenir, en Bogotá. Sin embargo, y a pesar de haber diseñado el mayor casino de Colombia, del grupo español Codere, Mazzanti asegura que, como su propia profesión, se está reinventando como arquitecto. Así, cuando se cumple una década del concurso que llevó la arquitectura icónica a Colombia, hace balance y aboga por la autoría colectiva, atenta al usuario y más proclive a escuchar que a imponer.
PREGUNTA. ¿El alcalde Fajardo le pidió un símbolo para ese barrio tan duro?
RESPUESTA. Se presentó en nuestro estudio de Bogotá diciendo que no entendía el edificio con el que habíamos ganado el concurso. Fue entonces cuando dijo que necesitaba un símbolo.
P. ¿Qué le contestó?
R. Que los símbolos no los producen los arquitectos sino las comunidades cuando se apropian de los edificios. Pero que si quería algo con fuerza debía arriesgarse conmigo. Asumimos el riesgo juntos.
P. El edificio cumplió el rol de dejar ver un proyecto político, pero corrió demasiados riesgos.
R. La comunidad se siente orgullosa de él.
P. Pero fue polémico por sus defectos constructivos.
R. La alcaldía de Medellín contrató un estudio con la Universidad Nacional para establecer de dónde surgieron los fallos. El resultado concluyó que el constructor cambió los planos. Se agrandaron las distancias entre soportes para abaratar costos. Esto es habitual en países como el mío. Tratar de ganar más es la obsesión de la mayoría de los constructores que han perdido el placer de hacer las cosas bien.
P. ¿La construcción ha dejado de ser profesión para ser negocio?
R. Ha dejado de ser un reto. Tratar de hacer una luz más grande o buscar una entrega precisa interesa ya a pocos profesionales. El placer de ponerse a hacer algo con amor que reivindicó Richard Sennet en El artesano ha desaparecido.
P. No todos los problemas de su biblioteca fueron constructivos. Sacrificó luz natural para reforzar su imagen exterior. Eso es una decisión arquitectónica. ¿Cuánto tiene que ceder la arquitectura para lograr una imagen potente?
R. El objetivo de este proyecto fue abstraer al habitante del contexto en el que vive. Por eso toma la opción de no relacionar al usuario con el lugar sacrificando vistas e iluminación natural. La biblioteca quiso ser un refugio en el barrio y un icono para el mundo.
P. De la gestión de Fajardo choca la rapidez con la que impulsó el cambio (en sólo una legislatura) y que buscando símbolos no decidiera recurrir a arquitectos estrella.
R. Él tenía claro que sería la arquitectura la que comunicaría la transformación de Medellín. Pero quería hacerlo dándoles alas a los arquitectos locales. Hoy lo sigue haciendo, con los 80 parques educativos que está levantando en Antioquia, donde es gobernador. Para Fajardo, tan importante como el símbolo es la transparencia del proceso. Él quería un concurso abierto, democrático, anónimo. Y eso está reñido con muchas estrellas. Un concurso propicia la frescura, las nuevas ideas, y el star system no garantiza el éxito.
P. La Biblioteca España se convirtió, efectivamente, en símbolo. ¿Puede un edificio transformar un barrio?
R. Puede comunicar esa transformación. Un edificio es siempre sólo una parte del barrio. Detrás debe haber un proyecto urbanístico. En este caso destinado a romper la fractura entre las diferentes zonas. Lo más interesante es que la biblioteca hizo que la gente viera el cambio y lo creyera. Los habitantes de Santo Domingo Savio pasaron de sentir vergüenza a sentir orgullo.
P. La arquitectura icónica es hoy casi anatema, está denostada. ¿Cuándo es defendible el espectáculo?
R. Hay momentos en los que la arquitectura tiene que verse y otros en los que debe desaparecer. Su valor no puede estar en sí misma, sino en lo que es capaz de propiciar. Un objeto aclamado por los expertos no es suficiente. Lo importante es la relación y la apropiación que permite.
P. Se ha convertido en un gran defensor de la arquitectura social.
R. No importa dónde trabajes, la arquitectura en sí misma es social y su objetivo final es ese: inducir relaciones y comportamientos. Los espacios se pueden preparar para que en ellos sucedan determinadas cosas. Hace años que investigo el juego en el espacio público. Cómo, con bajas inversiones, lograr que la gente reaccione.
P. Su biblioteca une con frescura ciudad formal con informal. ¿Se puede aprender de esos barrios no dibujados por urbanistas para desarrollar las ciudades del futuro?
R. En Latinoamérica, el 70% de las ciudades está hecho desde lo informal. Y posiblemente allí haya una mayor calidad de vida de barrio.
P. ¿Cómo se mide esa calidad?
R. No desde la cualidad del espacio, sino desde la relación de los usuarios y vecinos.
P. Las comunas tienen un urbanismo muy antiguo, calles estrechas, sin coches… ¿Ese urbanismo de base es caótico o esperanzador?
R. Es casi medieval. Las comunas de Medellín son intrincadas, con edificios que se conectan por encima de la calle y responden a las necesidades de los usuarios. Bien construido (con saneamiento y estabilidad) podría generar ciudades muy interesantes con una doble escala urbana, una de barrio y otra en la relación con las otras zonas. Pero hay que tener cuidado de hacer de ellas un escenario para el espectáculo de la pobreza.
P. ¿Usted no se ve como arquitecto de iconos?
R. No, creo que soy un arquitecto que trabaja con la comunidad.
P. ¿Siempre ha sido así o ha aprendido a ser arquitecto de otra manera?
R. Fue una transformación a partir de la biblioteca. Hay mucho que he ido aprendiendo del oficio que no me enseñaron en la escuela. Rehacerse profesionalmente es clave. Para dar el conocimiento que tenemos debemos cuestionarlo a partir de lo que es realmente necesario. Eso convierte a la arquitectura en una transferencia de conocimiento que la diferencia del antiguo autor-artista. Hoy el proyecto se construye en común.
P. Hace dos años concluyó en Bogotá el mayor casino de Colombia. ¿Refleja ese proyecto su transformación?
R. Es mucho más difícil desarrollar estrategias comunitarias cuando los clientes privados buscan el desarrollo comercial y priman otros intereses. Este es un encargo atípico para nuestro estudio. Fue una invitación de los interioristas Big Brand.
P. Su estudio de 40 personas ya no lleva su nombre. Se ha convertido en El Equipo Mazzanti.
R. Somos un equipo y conversamos para evitar repetir dogmas.
P. ¿Qué le preocupa como arquitecto?
R. Cómo la sociedad industrial fracturó, con la excusa de ganar eficiencia, una serie de cosas que eran importantes al contraponer lo lúdico a lo serio. Hay otras maneras de construir menos formales y más reales. Tienen más que ver con aprender juntos, que con imponer.
P. ¿Cuál es el espacio arquitectónico del siglo XXI?
R. El de la desaparición del autor, el de los edificios cambiantes, capaces de propiciar otras formas de relacionarse y de hacerse eco de la diversidad del mundo no puro, del mestizaje. En eso somos pioneros.
P. ¿Cómo es una arquitectura mestiza?
R. Capaz de cambiar, de ensuciarse, hecha más de pedazos que de un estilo definido. Una arquitectura que las personas puedan transformar y alterar.