El pionero del diseño español reflexiona en el libro ‘Lo esencial’ su legado teórico, elogio a la estética funcional
Publicado en El País Catalunya el 23 de noviembre de 2019
Miguel Milá (Barcelona, 1931) detesta los bancos del aeropuerto de Bilbao de Calatrava. “Están encorvados, te obligan a inclinar el cuerpo al sentarte. Son horribles”, sentencia. El pionero del diseño español también aborrece “los hoteles que solo tienen espacio para colocar una maleta”, beber el café cortado en vaso (“te quemas con los dedos, ¿para qué pensarán que existe el asa?”), los lavabos con fondo plano porque “desaguan mal” o los “platos pretenciosos” en “restaurantes en los que la comida prima sobre la sensación de confort de la gente que los habita”.
Su compromiso con la funcionalidad, su alergia a la ostentación (“lo contrario a la naturalidad”) y su repulsa ante el mal diseño no se han desvanecido con la edad. A sus 88 años, una de sus últimas ideas es un artilugio de cartón que coloca frente al televisor. Con él tapa zonas estratégicas de la pantalla en esa multipresencialidad que se estila en las tertulias televisivas: “Dejan en un recuadro pequeñito a la persona que habla, que es a la que hay que mirar, mientras nos invaden con imágenes en bucle de otro escenario que nos obligan a presenciar una y otra vez. Es horroroso”.
Alérgico a las tendencias efímeras (“la moda es aquello que pasa de moda”), la “terrible” tiranía de la obsolescencia programada y la deriva acelerada del consumo global, Milá, voz sensata del diseño, también tiene claro en lo que cree. Y se reduce a dos palabras: sentido y belleza. Porque lo útil no tiene por qué ser feo. Como él mismo aclara sobre el valor de los objetos (y de la vida) en uno de sus aforismos espontáneos, “no siempre el lujo es un confort pero el confort siempre es un lujo”. Lo apunta de forma vitalista acompañado por su mujer y compañera desde hace 56 años, Cuqui Valcárcel, algunos de sus cuatro hijos y la editora de Lumen, María Fasce, que quedó prendada de su discurso tras leer una “maravillosa entrevista” en 2017 y verse “subrayando” casi todas las respuestas del cuestionario.
Con edición y epílogo de la periodista especializada Anatxu Zabalbescoa, el premio Nacional del Diseño y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes presenta ahora dos años después Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida (Lumen; Rosa dels Vents, en catalán), un libro a medio camino entre las memorias y el ensayo que funciona como legado teórico y vital sobre cómo habitar un mundo en el que sus objetos deberían acompañarnos y hacernos la vida más fácil. Su libro también es una ventana a las bondades de lo doméstico (“los hijos te educan”) y una sentida postal a su entorno artístico y genealogía familiar. Sobrino de Perico Milá (quien hizo construir La Monumental, la Casa Milá y la Pedrera) e hijo de José María Milá y Camps (presidente de la Diputación de Barcelona durante la dictadura de Primo de Rivera), tiene clara su herencia política: “De mi padre aprendí lo de ser conservador progresista, porque siempre le preocupó mejorar las cosas en lugar de destruirlas”.
Impreso en camisetas
Afín al modelo Ikea por “haber enseñado buen diseño con precios milagrosos”, el joven que iba para arquitecto pero acabó elevado a “maestro artesano” revolucionó la década de los 60 con unas lámparas funcionales y baratas (en su época) que sobreviven a todo tipo de modas. Sus creaciones, tan veneradas como copiadas entre las nuevas generaciones de diseñadores, han multiplicado su valor en un mercado tan rendido a su figura que hasta Zara le ha tanteado para poder imprimirlas en camisetas.
También son suyos los diseños de los bancos en los que turistas y locales descansan en paseo de Gràcia o los vagones del metro de Barcelona que rediseñó a petición de Oriol Bohigas, una de sus espinas creativas: “Tenía que haber sido más valiente y haber intervenido de forma más contundente”, cuenta en el libro. Él se muestra orgulloso ante el abrumador número de plagios de sus imbatibles lámparas TMC, TMM y Cesta. “Aunque me quitan una rentita, cuando ves que te han copiado sientes que has acertado”, dice con sonrisa pícara. ¿Su última creación? Un cántaro para el museo de Argentona. El modelo, “muy bello, o eso me dicen por lo bien que se vende”, es estrecho para que así pueda entrar sin problema alguno en la nevera. Un objeto que resume, de nuevo, su filosofía vital y espíritu creativo: “Lo hice porque es mucho más estético ver un cántaro roto en el suelo que una botella de plástico abandonada”.