Barcelona tiene derecho, y también necesidad, de que la arquitectura y los proyectos de urbanización dejen de ser motivo de espectáculo y propaganda y de que los premios sean su instrumento
Publicado en El País el 18 de noviembre de 2020
Se ha hecho pública la propuesta de lanzar un concurso internacional para diseñar algunas “plazas” que ocuparán los chaflanes del Eixample. Tan solo el hecho de rescatar estos espacios de su papel de simples cruces y elevarlos a la condición de espacios urbanos es una asignatura pendiente que merece tenerse en cuenta. Pues bien, a pesar de que la idea de poner en valor estos espacios parece oportuna, la de hacer un concurso internacional para elegir diferentes diseños de estos espacios puede acabar siendo lo contrario.
La idea del concurso en sí misma aquí es perversa, y sugiere implícitamente que puede haber distintas ideas válidas para estos espacios, cuando tan solo hay que construir una. Sin embargo, deberíamos recordar que no se trata de un concurso de embellecimiento para una fiesta mayor, cosa que podría ponerse en práctica cuando estas plazas estén acabadas, con ocasión de La Mercè, por ejemplo, y evitar así ser una exaltación de la originalidad permanente de lo que implica neutralidad y regularidad, que son características del Eixample.
Estos espacios deberían pensarse como escenarios, como soportes urbanos y no como espacios verdes, ni de servicio, chiquiparks, estacionamiento o lugar para las basuras. De querer exaltar diferencias entre estas nuevas plazas, cosa que es fácil que ocurra sacando varias a concurso, deberíamos recordar que ya son diferentes entre sí, ya que no hay dos chaflanes iguales en toda la ciudad. Algo que por elemental que sea brinda la ocasión de hacernos ver que, a pesar de que sobre el plano lo parezcan, a partir del momento que se han construido con aportaciones diversas a lo largo del tiempo ya no son iguales, como tampoco lo serán las cosas que sucedan en ellos; son sencillamente la expresión del carácter de esta ciudad y de sus ciudadanos.
En un mandato anterior a la actual etapa de gobierno, el equipo responsable del diseño de la ciudad puso en marcha un gran concurso para definir las llamadas “Puertas de Collserola”, que, a pesar del acierto al pensar en los puntos de contacto de la ciudad con la montaña, acabó siendo una operación publicitaria de los ideales urbanísticos del momento a costa del talento de docenas de equipos de arquitectos. Sin embargo, en el caso de los espacios que nos ocupan, no estamos ante casos morfológicamente diferentes, sino frente a espacios con una estructura formal que puede ser descrita mediante un sencillo enunciado lógico y que constituyen la mejor expresión de la espacialidad urbana de esta ciudad. Unos espacios, de las dimensiones del Panteón de Roma, que cualquiera puede sentir desde su centro elevando un poco la vista y girando sobre sí mismo.
Me gustaría hacerles ver que no podemos estar en una manzana del Eixample a excepción, claro está, que nos situemos en el patio de manzana. Podemos imaginar la manzana Cerdà, también podemos verla desde el aire, pero no podemos estar en ella más que individualmente. Los chaflanes, por el contrario, son lugares en los que se está colectivamente, y representan la única manera de poner de relieve el espacio del Eixample. Podríamos decir que son el espacio Cerdà por excelencia.
Estos espacios deberían poder construirse con poco más que unas instrucciones escritas, sin diseño y sin modelo. Ejecutarse según unas instrucciones realizadas por la oficina técnica municipal de la forma más clara, limpia y precisa posible. Definir el material, por ejemplo, recuperar los magníficos adoquines con los que se pavimentó esta ciudad; colocarlos concéntricamente, incrustar las piezas necesarias para poder realizar fácilmente distintos acontecimientos, disponer todos los elementos, como árboles, farolas, bancos, y demás, siguiendo su concentricidad, sacar los contenedores de basura, que ahora tendrán espacio en las calles, y nada más. Basta con construirlos con oficio y con el propósito que duren 100 años, sin apenas intermediarios entre instrucciones y construcción, sin concursos ni procesos participativos. Nadie debería arrogarse su creación, ni siquiera las asociaciones de vecinos, solo los votos de las urnas.
La ciudad tiene derecho, y también necesidad, de que la arquitectura y los proyectos de urbanización dejen de ser motivo de espectáculo y propaganda y de que los premios sean su instrumento. Por expresarlo de otro modo, sería un error que se convirtieran en un rosario de chaflanes Mies van der Rohe, es decir, espacios mal bautizados con el nombre de su designer. Deberían ser espacios lo mas parecidos a hojas en blanco donde pudiéramos escribir nuestra vida, anónimos, bien hechos y libres de protagonismos.