Urge crear una política industrial que nos dé autonomía como sociedad
Publicado en El Periódico el 28 de enero de 2024
Vivimos un ridículo espantoso. No teníamos ni simples mascarillas para taparnos la boca. Llegó el covid y nos quedamos descolocados. Nadie las fabricaba y tuvimos que suplicarlas a China pagando barbaridades. Y con intermediarios sin escrúpulos. Tuvimos que ponernos a improvisar para montar respiradores porque no sabíamos fabricarlos. Lo único que pudimos producir fue gel hidroalcohólico, pues algo de industria perfumista y farmacéutica quedaba. Hace décadas que España se había entregado con placer a no fabricar. Al que inventen ellos de Unamuno, se sumaba, ya de paso, que nos lo fabriquen y nos lo traigan. Con explotar la gallina de los huevos turísticos dorados teníamos suficiente, más fácil y rentable. Pero depender de lo que se produce fuera, además de suicida, como se ha visto, es más caro y sobre todo inaceptable desde el punto de vista medioambiental. El coste de trasportar cualquier necesidad desde el quinto pino global es insoportable. Por no hablar de la falta de independencia que supone no habitar un territorio autosuficiente, al menos en lo básico.
Desde que con Carlos Solchaga, ministro de Industria en los ochenta, cuajó lo de que “la mejor política industrial es la que no existe”, hemos ido dando tumbos. Otra perla suya fue “España es el país en que es más fácil hacerse rico y en menos tiempo”. Fue la época –no lo llamemos cultura por favor– del pelotazo. Tuvo que ser un expresidente de la Generalitat, José Montilla, cuando fue nombrado ministro de Industria en 2004, quien advirtiese del error a su colega. Pero a pesar de sus proclamas reindustrializadoras, las cosas no cambiaron. Duró apenas dos años en el cargo, igual que su sucesor Joan Clos, otros dos años sin hacer nada. Ahora es otro ministro catalán, Jordi Hereu, a su vez exalcalde de Barcelona, quien ha proclamado con énfasis que su prioridad será la industria y el turismo. Lo segundo lo lleva siendo desde el franquismo, la novedad sería cumplir con lo primero. Parece ser que esta vez va en serio. De momento muchos ex catalanes en Industria, pero sin éxito.
No se trata obviamente de una reindustrialización canónica, sino la del siglo XXI, la revolución industrial digital 3.0, la de las máquinas inteligentes 4.0, la de la Inteligencia Artificial 5.0, y la que convenga. El ser humano, mientras lo sea, va a tener que rodearse de artefactos para sobrevivir y disfrutar de la vida. Hay que fabricarlos, con métodos adecuados, pero sobre todo pensarlos antes con rigor. El ADI -FAD, la asociación de diseñadores industriales del FAD y el BCD llevan años reivindicando la incorporación del diseño en las empresas como imprescindible revulsivo posindustrial. Aquí es donde podemos ser competitivos y eficientes. Aplicando creatividad innovadora a esos productos que necesitamos y queremos fabricar cerca de la forma más eficiente. Con talento –de lo que vamos sobrados–, y una producción tecnológica puntera –pendiente de implementar–, podremos nutrirnos de todo cuanto sea menester a precios razonables.
Y lo que es aplicable para fabricar una silla o un coche, es también válido para un edificio. Una casa no es más que un objeto grande, complejo, pero no más que ciertos aparatos. Pero la construcción apenas ha evolucionado, seguimos usando medios caducos, incluso romanos, como el ladrillo. La casa debe reinventarse como un producto industrial, prefabricado. Listo para montarse en poco tiempo, no puede ser que tarde año y medio. Y modificable, desmontable, amén de sostenible. Hoy en día, la construcción arcaica es un despilfarro responsable del 39% de las emisiones de dióxido de carbono.