El territorio, como espacio de la comunidad, es de todos, por lo que nadie puede hacer absolutamente lo que quiere en su terreno
Publicado el sábado 7 de marzo de 2015 en el diario EL PAÍS
Si usted es un alcalde de uno de estos pueblos de entre 5.000 y 6.000 habitantes, con un término municipal de unos 15 kilómetros cuadrados, un par de núcleos de población, una urbanización de segunda residencia y algunas naves industriales que no alcanzan a hacer un polígono, tal vez hará un plan de ordenación urbanística municipal, un POUM. Y, con el POUM, querrá prever algún crecimiento adecuado a las necesidades y un poco más para ver si reactiva la zona y propicia algún crecimiento.
Pongamos que piensa clasificar veinte o treinta hectáreas, y prever 150.000 o 180.000 metros cuadrados de techo. Ya sabe que deberá justificar muy bien este crecimiento, la adecuación del POUM al planeamiento territorial; elaborar y aplicar un programa de participación que asegure que la población pueda debatir este crecimiento y proponer alternativas o rechazarlo; deberá hacer también una memoria social, y algunas cosas más.
Pero quizás es una sociedad anónima que tiene varios cientos de hectáreas con una calificación sin salida en el mercado. Entonces no hay problema. Podrá prever, no 180.000, sino 2,5 millones de metros cuadrados de techo, con lo que conlleva, sin tener que justificar nada ni aguantar ningún tipo de debate público con garantías y alternativas sobre cómo se ordena este territorio. Sólo habrá que fiarlo todo a un documento técnico, en el que, como mucho, las alternativas serán poner los hoteles en este lado o en el otro.
Esto es lo que está pasando con lo que hasta ahora llamábamos BCN World y que ahora no tiene nombre. Había, en el Centro Recreativo y Turístico, el CRT, un potencial de 495.000 metros cuadrados de techo residencial, con un formato de baja densidad, con 2.477 viviendas, junto a un parque temático que funciona bastante bien; un potencial que, tal como está el mercado inmobiliario, no tenía salida. Y esto se quiere sustituir por unas cuantas viviendas más —más de 4.000— zonas comerciales y cerca de un millón y medio de metros cuadrados de techo de usos turísticos, casinos incluidos.
Cualquiera pensaría que un cambio de esta magnitud debería ser ampliamente justificado y debatido. Después de todo, supone una ocupación del territorio muy superior a la de muchos núcleos de población existentes, y un cambio sustancial en la movilidad, el consumo de recursos, el desarrollo territorial o el paisaje. Es decir, en todo lo que hay que tener en cuenta en la ordenación del territorio. Y el territorio, como espacio de la comunidad, es de todos, por lo que nadie puede hacer absolutamente lo que quiere en su terreno, sino lo que colectivamente decidimos en beneficio de todos. Pero en este caso no lo habremos podido debatir ni decidir, ni conocido datos objetivos —no propagandísticos— que sostengan la bondad de la solución propuesta.
¿Es que quizás resulta razonable la posibilidad de construir hasta 4.102 —con un mínimo de 2.200— viviendas en un ámbito, el de las comarcas del Baix Camp y el Tarragonès, donde, con datos del censo de viviendas de 2011, había más de 35.000 viviendas vacías y más de 75.000 viviendas secundarias? Y, si nos limitamos a los municipios inmediatos al BCN World —Salou, Vila-seca, Cambrils, Mont-roig del Camp, Vinyols i els Arcs— 13.784 viviendas vacías y 43.600 secundarias. ¿No hemos aprendido nada de nada del pasado y de la burbuja inmobiliaria? ¿Queremos repetir —y aumentar, por lo visto— un modelo de desarrollo basado en la construcción y en la ocupación ilimitada del territorio?
Esto podría llegar a ser legítimo —aunque no lo comparta— si fuera fruto de un amplio debate hecho a partir de datos objetivos y con la posibilidad de contrastar proyectos claros, pero no hemos tenido nada de esto. El proceso de planeamiento ha pasado a ser un simple revestimiento técnico y jurídico para dar cobertura a unas decisiones, y ha perdido el carácter previsor, ordenador, previo que le da sentido. En lugar de marcar unas pautas para el futuro, a las que adecuar las actividades y las propuestas —sin perjuicio de los ajustes necesarios— lo que se ha hecho es definir un escenario completamente nuevo, y entonces ajustar la previsión.
Para llegar aquí, ya no serían necesarios planes, por tanto. Se ha desplazado a un documento técnico —un plan director urbanístico— que debe dar forma y concretar el alcance de una serie de determinaciones (y del que no dudo que estará bien hecho) que deberían ser fruto de un debate público, riguroso, amplio, sobre el impacto territorial que puede tener. De hecho, lo que conozco del PDU es, sobre todo, referido al estricto ámbito del CRT, que es lo que le toca, pero con escasas o nulas reflexiones sobre los efectos externos, de entre los se cuentan algunos tan significativos como la movilidad, la energía o los recursos.
En tiempos de debate entre vieja política y nueva política, el proceso seguido hasta ahora con BCN World es una muestra de un viejo urbanismo y de un viejo modelo territorial, que muchos quisiéramos tener definitivamente superados. También esta es una vieja política.
Foto extraida del diario LA VANGUARDIA