Publicat el 22 de Novembre a La Vanguardia
No puede decirse de Palma, como se decía de Barcelona antes de 1992, que haya vivido de espaldas al mar: su espléndida bahía es parte esencial de la ciudad. Publicado el 22 de Noviembre en La Vanguardia
No puede decirse de Palma, como se decía de Barcelona antes de 1992, que haya vivido de espaldas al mar: su espléndida bahía es parte esencial de la ciudad. Pero está claro que la transformación de sus murallas y espacios contiguos, algunos antes inaccesibles, en el marco del parque de Mar, ha regalado a los palmesanos un gran balcón sobre el Mediterráneo. La obra en las murallas ha avanzado despacio, puesto que el proyecto data de 1983 y se ha desarrollado en cinco fases, tantas como alcaldes ha tenido Palma en treinta años. La quinta y última ha sido la rehabilitación del baluarte del Príncep, inaugurado este otoño, completando un kilómetro de paseos entre la muralla renacentista y la dieciochesca. De este modo, llega a su término la intervención de los arquitectos Lapeña y Elías Torres, iniciada en el baluarte de Ses Voltes, al pie de la Almudaina, la catedral y el palacio obispal, y continuada con las fases de Portella, Berard y la plaza Villalonga. O, mejor dicho, casi a su término, porque quedan algunas pequeñas obras por ejecutar.
Esta quinta fase se ha distinguido de las anteriores porque incluía la demolición de varias dependencias militares, entre ellas bloques de viviendas de siete plantas, que fueron ocupando y desnaturalizando el baluarte del Príncep. Y, luego, por la transformación de los restos de la fortificación en zona de paseo, que salva con rampas, escaleras y puertas los saltos de cota.
Toda esta construcción se ha beneficiado de la unidad de materiales –marès y piedras de Santanyí y de Felanitx– y de un pavimento único de adoquines cuya forma se inspira en las de la muralla. La propuesta de los arquitectos incluyó elementos de gran formato como el toldo de formas romboidales, azules y amarillas (colores de la marina balear), que sombrea un auditorio al aire libre. Pero se caracteriza ante todo por la delicadeza con que han rehabilitado la muralla, desplegando un repertorio de detalles, de pequeñas y discretas intervenciones, que son guiños a la historia y a otros arquitectos o plásticos. Y que han buscado la fusión de la propia voz con la original del conjunto arquitectónico militar.
El uso de lenguajes actuales en edificios históricos es siempre arriesgadoypuede dar lugar a encendidas polémicas, como pasó por ejemplo al rehabilitar el monasterio de Sant Pere de Rodes. Pero en la muralla de Palma, Lapeña y Torres han logrado su objetivo de insuflar nueva vida a una obra antigua preservando su alma. Lo han hecho sin renunciar a cierta vocación escultórica ni al trabajo con volúmenes y huecos. Y lo han hecho con aplomo y, a la vez, contención, como ilustran esos sencillos bancos, meras agregaciones de bloques de marès, que salpican el paseo. La mejora ciudadana que emana de este trabajo es, en suma, muy apreciable.Pero está claro que la transformación de sus murallas y espacios contiguos, algunos antes inaccesibles, en el marco del parque de Mar, ha regalado a los palmesanos un gran balcón sobre el Mediterráneo. La obra en las murallas ha avanzado despacio, puesto que el proyecto data de 1983 y se ha desarrollado en cinco fases, tantas como alcaldes ha tenido Palma en treinta años. La quinta y última ha sido la rehabilitación del baluarte del Príncep, inaugurado este otoño, completando un kilómetro de paseos entre la muralla renacentista y la dieciochesca. De este modo, llega a su término la intervención de los arquitectos LapeñayElías Torres, iniciada en el baluarte de Ses Voltes, al pie de la Almudaina, la catedral y el palacio obispal, y continuada con las fases de Portella, Berard y la plaza Villalonga. O, mejor dicho, casi a su término, porque quedan algunas pequeñas obras por ejecutar.
Esta quinta fase se ha distinguido de las anteriores porque incluía la demolición de varias dependencias militares, entre ellas bloques de viviendas de siete plantas, que fueron ocupando y desnaturalizando el baluarte del Príncep. Y, luego, por la transformación de los restos de la fortificación en zona de paseo, que salva con rampas, escalerasypuertas los saltos de cota.
Toda esta construcción se ha beneficiado de la unidad de materiales –marès y piedras de Santanyí y de Felanitx– y de un pavimento único de adoquines cuya forma se inspira en las de la muralla. La propuesta de los arquitectos incluyó elementos de gran formato como el toldo de formas romboidales, azules y amarillas (colores de la marina balear), que sombrea un auditorio al aire libre. Pero se caracteriza ante todo por la delicadeza con que han rehabilitado la muralla, desplegando un repertorio de detalles, de pequeñas y discretas intervenciones, que son guiños a la historia y a otros arquitectoso plásticos. Y que han buscado la fusión de la propia voz con la original del conjunto arquitectónico militar.
El uso de lenguajes actuales en edificios históricos es siempre arriesgadoypuede dar lugar a encendidas polémicas, como pasó por ejemplo al rehabilitar el monasterio de Sant Pere de Rodes. Pero en la muralla de Palma, Lapeña y Torres han logrado su objetivo de insuflar nueva vida a una obra antigua preservando su alma. Lo han hecho sin renunciar a cierta vocación escultórica ni al trabajo con volúmenes y huecos. Y lo han hecho con aplomo y, a la vez, contención, como ilustran esos sencillos bancos, meras agregaciones de bloques de marès, que salpican el paseo. La mejora ciudadana que emana de este trabajo es, en suma, muy apreciable.