Cambios económicos, tecnológicos y sociales están modificando nuestra estructura social y nuestra concepción y uso del espacio público. La arquitectura hostil es un recurso creciente que decide “por nuestro bien” quién y para qué puede utilizar el espacio
Publicado en Arquitectura y Empresa el 30 de diciembre de 2020 | Amparo Morant
A modo de definición, puede describirse la arquitectura hostil o defensiva como un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con la finalidad desalentar su utilización indebida. La siguiente pregunta debería ser, por tanto, ¿cuál es su utilización indebida?
Esta pregunta podría dar lugar a un extenso debate acerca de la misión de la arquitectura y el urbanismo, y el control que se debe tener sobre ellos. Por un lado, se podría pensar que la arquitectura requiere un mantenimiento y un cuidado, que requiere restringir las actividades que se llevan a cabo en ella. Por el otro lado, podría estar la opinión de que la arquitectura debe abrirse a la creatividad del ser humano, y que cualquier actividad y forma de habitar puede ser enriquecedora.
Si nos centramos en el campo de la arquitectura hostil, su misión principal es evitar la ocupación de los espacios por vagabundos o personas sin hogar. Sus mecanismos son sutiles, pero si se presta atención podemos apreciar un aumento de bancos con diseños “originales”, con superficies de apoyo curvas, reposabrazos intermedios o directamente con un formato individual, para impedir que nadie pueda dormir en ellos. También han aumentado las bandas de pinchos o picos salientes en superficies como escalones, alféizares o patios cubiertos, y las rejas en soportales y zonas cubiertas.
¿Son estos mecanismos una solución al problema? A un nivel particular de propiedad, es posible que sí, pero a un nivel general de espacio público, desde luego que no. Obviamente, la pobreza y el sinhogarismo no van a disminuir por estas medidas hostiles, sino que, de hecho, los vertiginosos cambios en los modelos sociales, tecnológicos y económicos están aumentando las tasas de pobreza y dejando a mucha gente fuera del sistema. Hay que observar, además, que conforme vemos aumentar la desigualdad social asistimos a un fenómeno de segregación del espacio público y de los ciudadanos, donde queda cada vez más claro quién no es bienvenido.
Esta segregación repercute no solo en las personas sin hogar, sino en toda la sociedad. Por una parte, porque las personas sin hogar también forman parte de la sociedad, y su invisibilidad manipula nuestra visión de la realidad. Por otra parte, porque al hostilizar el espacio, nos lo hemos negado a nosotros mismos y no nos hemos dado cuenta. Las barandillas anti-skate eliminan a los jóvenes que patinan en una plaza, pero también la dejan vacía. Los bancos individuales eliminan a los sin techo que duermen, pero tampoco nos permiten sentarnos a charlar con un grupo de amigos. Las plazas duras sin árboles ni mobiliario urbano impiden los asentamientos en grupos, pero también que la plaza se habite de un modo cómodo. ¿Está por tanto en riesgo la democratización del espacio público?
En 2018, El País publicó el reportaje Una guía de la arquitectura contra los pobres en España, de José Manuel Abad Liñán, David Alameda y Javier Galán. En él, aparecen las reflexiones de Luis Alonso, desde el MIT: “Por el análisis de big data sabemos que cuanto más permites que el espacio público sea flexible, más integrador es. Poner barreras a su disfrute aumenta la discriminación y hace que la recuperación de los sin hogar sea cada vez más difícil”. Esta segregación, además, corre el peligro de formar guetos en áreas periféricas, y de dificultar progresivamente la reinserción de las personas sin hogar y su seguridad personal. Además, nos convierte a los demás en una sociedad más elitista y hostil, que no quiere ver la “cara fea” de su ciudad.
Paralelamente, la proliferación de terrazas de restaurantes y centros comerciales climatizados, junto con la expansión de diferentes formatos de turismo, parece una alternativa muy oportuna para los “ciudadanos de primera”. Luis Alonso también apunta: “En comparación con EE.UU., la mercantilización de ese espacio público no ha sido muy fuerte en los países mediterráneos hasta ahora, pero, aunque eso depende de la orientación de cada ayuntamiento, observamos una tendencia a que el sector comercial se haga con ese espacio”.
Este es uno de los aspectos más incoherentes de la arquitectura defensiva, ya que apela a nuestra reacción de rechazo en base a la sensación de inseguridad y a la suciedad generada por los sin techo u otros colectivos que ocupan las calles, pero gran parte del turismo y ocio nocturno ocasionan muchos más problemas de seguridad, suciedad, desorden público o contaminación acústica. Sin embargo, y aunque se están llevando a cabo medidas para solucionar estos problemas, nadie ha pensado en ningún momento eliminarlos o invisibilizarlos.
Debemos ser conscientes de que este es un problema complicado, en el que la solución no pasa por evitar que la arquitectura sea ocupada de manera “incorrecta”, pero claramente tampoco consiste en dejar las cosas tal cual están. Desde diversas organizaciones se reivindican las estrategias de acceso a la vivienda, cuyo problema principal es la escasez de recursos. La Fundació Arrels, por ejemplo, propone mientras tanto abrir pequeños espacios de acceso directo en cada barrio para que las personas sin hogar puedan vivir dignamente hasta que les sea concedida una vivienda social.
Un ejemplo en esa dirección ha aparecido en Vancouver, materializado en un modelo de banco cuyo respaldo se despliega por la noche para ofrecer una cubrición a quien necesite dormir en él. Un trabajo de colaboración entre la organización sin ánimo de lucro Raincity Housing y los diseñadores Spring Advertising. En el banco aparece la dirección de la organización, a la que cualquier persona puede acudir en busca de ayuda. En una ciudad con un promedio de días de lluvia muy elevado, una arquitectura tan simple como un banco con una cubrición plegable pone de manifiesto que la arquitectura también puede ser un medio para unir colectivos.