ARQUITECTURES ESCRITES

ARQUITECTURES ESCRITES

Arquitectos… perplejos | Ramon Maria Puig (AxA)

Como el mundo circense de Alexander Kluge, el circo de los arquitectos se encuentra confuso: alicaído y revuelto al mismo tiempo. Presenta síntomas de un cansancio vital, de un desgaste del aparato profesional, de un desfase en cuanto a organización, gustos y necesidades con respecto al resto del mundo; todo lo cual origina en el arquitecto (ya se trate de malabarista-arquitecto, ya del payaso –arquitecto) una sensación de inseguridad totalmente nueva para él.

Hasta hace poco, en el reparto, los papeles estaban bien diferenciados y, además, la pista era lo suficientemente grande como para que todos pudieran dar su representación sin pegarse codazos, respetando el terreno ajeno y las tácitas reglas del juego (la célebre bofetada que a un arquitecto-funcionario le propinó otro arquitecto, fue la excepción que confirma la regla).

Verlos actuar a todos juntos en la pista, tan educados, sin incordiarse, tan pulcros y elegantes con sus americanas azules de botones plateados, era un espectáculo saludable. El circo de los arquitectos era admirado y envidiado por otros circos menos organizados, menos pulcros y más poblados.

Pero de un tiempo a esta parte, la pista se ha ido llenando muy deprisa… y el arquitecto ha empezado a sentirse incómodo, han aparecido los codazos y las zancadillas… se han empezado a perder la compostura y las buenas maneras, y de pronto, se ha hecho evidente que las hasta entonces plácidas payasadas se han transformado en siniestras y despiadadas escaramuzas en persecución del encargo. Con este cambio de juego, algunos de los arquitectos-mandarines han conseguido prolongar su privilegiada situación, pero como el número de arquitectos-parias no cesa de aumentar, lo que ya no pueden es ahuyentar la sensación agobiante de que los tiempos dorados se están acabando, de que el mundo se les está volviendo extraño y hostil… en definitiva, en la pista y fuera de ella, el arquitecto empieza a sentirse acechado.

El que el arquitecto esté acechado y confundido por unos desajustes estructurales, que como tales le vienen impuestos desde fuera, es un hecho conocido, público. Pero, además, el arquitecto está acechado y confundido por los sobresaltos continuos que se producen en la intimidad misma de su propio quehacer, el diseño. Y esta es una historia menos conocida. Así como los clowns de Alexander Kluge además (y seguramente por encima) de estar confundidos y agobiados por condicionantes socioeconómicos, lo están por participar en el insólito intento de reconvertir el circo en un lenguaje de vanguardia, a los arquitectos (por lo menos a algunos) les sucede lo mismo; el buscar un sentido continuamente renovado, en la actividad arquitectónica, los tienen perplejos.

La continua búsqueda de significados nuevos que justifique, aunque sea parcialmente, cada nueva obra, supone un ejercicio ascético, difícil de soportar por largo tiempo. El estar al día se hace cada vez más complicado. La necesidad ineludible de unos soportes (sean teóricos, operativos, plásticos, éticos…) que estructuren las formalizaciones a proponer, llega a convertirse en una verdadera angustia vital y el temor de que se esté haciendo uso de soportes caducos, suele ser una pesadilla. La desorientación y el cansancio son normales. La aventura es realmente confusa y dramática. Confusa, puesto que se quiera o no, todos los temores, desajustes y tensiones de orden general, antes señalados, confluyen en ella y el diseñador, por más que pretenda delimitar los campos de actuación, no lo logra totalmente. Dramática, puesto que tratándose de una aspiración antidogmática, la estrategia (casi diría que la ética) escogida, es la de la reivindicación de la duda y de la inseguridad. Y el convencimiento de que todo posible progreso pasa a través de la duda… y la seguridad de la inseguridad, esto es, que toda actitud, que toda certitud alcanzada, es fungible, relativa, hoy por hoy, entre nosotros no son posibles sin dolor, sin dramatismo. Si a todo ello añadimos que, cada vez más, todas estas peripecias se están cimentando sobre el vacío, es decir sobre la pura especulación teórica, pues los encargos son cada vez más escasos para los arquitectos que tienen tales preocupaciones, se comprenderá que se llegue a pensar que todo intento renovador sea estéril. La constatación de que toda propuesta que intente superar los contenidos convencionales no es aceptada por quienes ostentan el poder económico y el que casi todo el trabajo profesional está controlado por quienes no intentaran nunca superar dichos contenidos conduce a poner en crisis la razón de trabajar y desde luego, a ser totalmente escépticos con respecto a la propia eficacia.

Los arquitectos están tomando conciencia de algo decepcionante: que no tienen poder decisorio, que no se les tiene en cuenta, que son un instrumento, unos bufones. Hasta el momento, los únicos que se han tomado en serio la arquitectura, han sido los mismos arquitectos. Esto, positivamente, ha desarrollado una dedicación y un esmero que ha convertido a la arquitectura en uno de los campos en que la propia crítica tiene más capacidad creadora; pero al mismo tiempo ha tenido efectos narcisistas que han generado un cierto trascendentalismo arquitectónico. Los arquitectos han llegado a exagerar la importancia de la arquitectura (cosa explicable como reacción al injusto abandono con que por lo general se la tiene) y al constatar que su interés no es compartido por casi nadie y al descubrir que ya no pueden resolver casi nada, vienen las decepciones en cadena. Superado ya el ingenuismo revolucionario, surgido del racionalismo arquitectónico de principios de siglo, lo que se está derrumbando ahora es la mística arquitectónica del amor social-obra total-bien cultural. Esto por lo general comienza, cuando enfrentado con la realidad prosaica y gregaria del cliente, se llega, por parte del arquitecto, a sospechar si esta concepción transcendentalista de su obra, no es tremendamente voluntarista y postiza. Este descubrimiento deja un gran vacío, puesto que el culturalismo era un cómodo y maleable recurso operativo. Y con el vacío aumenta la fragilidad de la fe en su trabajo, el asombro y el temor.

La lucidez necesaria para aceptar que la confrontación de la realidad con el diseño discurre probablemente por otros cauces y la decisión precisa para indagar cuáles pueden ser estos cauces, son realmente cualidades difíciles. El arquitecto que mantiene una actitud crítica en su trabajo, está siguiendo los pasos, cada vez más cerca, de otros artistas plásticos, pintores sobre todo, a los que un desacuerdo total con las exigencias de mercado, una revolución galopante de códigos, un evidente esfuerzo de adecuación entre ideología y vida, les está conduciendo a la inoperancia, a la marginación. De todas formas, la creación arquitectónica conlleva en su propia metodología un elemento que la diferencia de les demás artes plastias: es lo podríamos llamar el compromiso con la ley de la gravedad, simbolizando con ello todas las exigencias funcionales-constructivas. El hecho de que un ladrillo deba apoyarse sobre otro, por ejemplo, o bien el que una puerta deba medir una altura tal, que física y psicológicamente deje pasar a las personas, crea en el arquitecto una estructuración mental que le inclina instintivamente hacia una eficacia y una lógica, quizás solo funcionales, pero que creo que son en cierta forma, como vacunas contra la inoperancia y el diletantismo. Además, la misma estructura profesional comporta unas dependencias (aparato colegial, organización de despacho, material de trabajo, personal empleado, etc) que le ligan al trabajo restando margen al abandono y a la depresión. Aunque actualmente, lo normal es que los arquitectos recién salidos de la Escuela, no lleguen a trabajar, por falta de encargos, y muchos menos puedan montar despacho propio, y para ellos no existen ni vacunas, ni ataduras. Con lo que va apareciendo una clase de arquitectos marginados, no sólo por paro laboral, sino por un desconocimiento práctico de la actividad arquitectónica.

Todo lo dicho hasta el momento (desajustes profesionales, zozobras intelectuales, temores, dudas y marginaciones) nos puede conducir a pesimistas conclusiones: poner en duda la existencia de la arquitectura como actividad creadora viable, o por lo menos, la validez de la lucha por mantenerla como tal. ¿Y es que no será esta lucha una utopía? ¿Es que los arquitectos, como profesionales de la cultura, pueden superar la contradicción que comporta la búsqueda de formulaciones liberadoras, que para materializarse precisan de un soporte industrial y comercial, que evidentemente se rige por unos mecanismos de compra-venta, es decir de violencia y por lo tanto incompatibles con tales formulaciones? ¿Es que no estarán intentando los arquitectos, como los artistas circenses de Alexander Kluge, algo tan difícil y loco como intentar pasar de contrabando una manada de elefantes? Es posible. Pero sucede que a pesar de todas las contradicciones, desengaños e incertidumbre, existen unos profesionales que continúan intentando dar un sentido a la actividad arquitectónica, aun sospechando la inutilidad del esfuerzo. Ello da que pensar… las razones de tal empeño, puede que no están nada claras, incluso puede que en algunos casos no las haya, y puede, seguramente, que no sean importantes… puede que se deba a un deseo irrenunciable de expresión: a través de su obra, el arquitecto puede expresarse con posibilidades que van desde el idealismo hasta poner en evidencia las contradicciones que subyacen en el entorno político-social de la obra (en el peor de los casos una obra siempre podrá expresar la propia impotencia de expresión…) puede que se deba a que el reto de lo conocido, resulta el más apasionante de todos los retos: los arquitectos que han tenido ocasión de superar la marginación inoperante, entran en juego en un campo de variables y sistemas de especulación dialéctica, que entendemos por diseño, en el que, como en el tenis, con la progresión en el conocimiento y en el dominio de recursos, se descubre que siempre queda más por conocer y por dominar… puede que se deba a otras muchas humildes y personales razones, pero en conjunto todas ellas pueden condensarse en la pura y simple necesidad de desarrollar una actividad, que a pesar de todas las objeciones, guste.


CAU: Construcción, Arquitectura, Urbanismo, 1971