EL PARAÍSO DE LAS URBANIZACIONES
2020
En uno de los talleres de proyectos de la ETSAB, una vez un muy buen arquitecto vino a dar una charla, y contó que estando en su despacho un día se presentó a verlo su hermano. Traía el plano de una parcela de una urbanización donde pensaba construirse una casa y venía a pedirle que le hiciera los planos. Los hermanos se conocían perfectamente, y el arquitecto sabía al detalle su composición familiar y su forma de vivir de tal manera que la conversación no fue muy extensa. El arquitecto frunció el ceño ante la papeleta que se le presentaba por delante y le pidió unos días para enseñarle alguna cosa.
Pasado un tiempo prudencial, ambos volvieron a verse de nuevo en su despacho. Éste le mostró en varias hojas lo que había preparado: en una de ellas aparecían los costes estimados de la compra de la parcela y los de la construcción, además de los costes auxiliares como son permisos municipales, planos visados, técnicos para el control de las obras, etc, etc., y el importe total de todo ello.
En otra hoja, un plan magnífico para fines de semanas y vacaciones en casas rurales. Los paisajes de algunas de ellas eran insuperables, seguramente mejor que los de su parcela. Allí sus hijos podrían jugar con otros de su misma edad, allí podrían cocinar y compartir la mesa con otras personas similares a ellos, hacer excursiones campo a través, solos o acompañados. Mientras hablaba le mostró las hojas donde se podía comprobar que haciendo esto un promedio de sesenta días al año y con una duración de treinta años, el coste de esta opción era la mitad más económica que la de comprar la parcela y hacerse el chalet. Además, decía, esta opción no requiere de una inversión de entrada. El argumento al arquitecto le parecía inapelable, pero no así a su hermano.
Tras un mínimo silencio su hermano le dijo: mira, si me interesaran los problemas de índole económica que me planteas iría a ver a un economista y sin embargo vengo a verte a ti, que eres arquitecto, y de nuevo te pido que dejes estas elucubraciones y me resuelvas lo que vine a pedirte, o sea que hagas el proyecto de la casa que pienso construir. La discusión quedo zanjada y el arquitecto, libre de culpas, empezó con su tarea o sea a dibujar el proyecto. La charla de la clase se terminó mostrando en diapositivas los planos de la casa e imágenes de la obra en construcción. Capítulo cerrado.
De este episodio han pasado treinta y ocho años. En su día el arquitecto fue certero en su primera explicación, pero no lo suficiente para convencerlo. Pasado todo este tiempo y suponiendo que la charla se hiciese a día de hoy, nuevos argumentos entrarían en juego de la discusión con un probable final diferente. La siguiente andanada del arquitecto seria hablarle de la sostenibilidad.
Hoy le diría que no se trata solamente de economía la razón para desistir de ello sino de sostenibilidad, te contaré, para que tu casa funcione necesitaras:
- Hacer unos veinte metros de calle, para acceder a tu parcela, pavimentarla, con dos aceras, con sumideros y canalización de aguas pluviales para que un fuerte aguacero no te destroce el camino.
- Hacer unos veinte metros de conducción subterránea de cables eléctricos más otros tantos por el interior de la parcela para que te llegue la luz a tu casa.
- Hacer unos veinte metros de albañales debajo de la calle más otros tantos por el interior de tu parcela para evacuar las aguas residuales.
- Hacer, enterrado, un depósito de gasoil de unos 2.000 litros como mínimo para que cada año un camión cisterna te lo cargue.
- Y lo que es más importante, por la huella que deja, hacer un cableado eléctrico aéreo que suministre electricidad a la farola que iluminará tu parcela para que la entrada a ella en horas fuera de luz natural te permita acceder con cierta comodidad.
Todo esto funcionará a pleno rendimiento los 60 días al año en que utilizarás el chalet, está claro. Pero en los otros 305 días que completan el año todo esto no servirá para nada. Habrás ocupado 500 metros cuadrados de terreno natural -que desde tu construcción ya ha dejado de serlo- y la farola delante de la verja de la parcela durante todo este tiempo será testigo de un derroche absurdo de energía, un clamor en silencio de esta barbaridad.
A veces, en viajes de avión que hago por cercanías, en uno de esos 305 días laborables, compruebo que desde el avión, al perder cota para el aterrizaje, se vislumbran lucecitas de farolas que en silencio resiguen iluminando curvas en medio de la negrura del campo. Lo que hay debajo me parecen ciudades fantasmas, pero de eso hablaré en otro escrito. Es fácil pensar que su hermano, esta vez aseverando con gestos de la cabeza lo que va oyendo, dudaría de su anterior decisión.
El arquitecto que contó este relato se llama Víctor López Cotelo
Moisés Gallego, arquitecto de AxA, Barcelona, febrero de 2020 (pasados 38 años de su narración)