No es de recibo que sigamos construyendo con ladrillos como los romanos. Todo será en seco y prefabricado
Publicado en El Periódico noviembre de 2023
Pantallas por todas partes, sensores, detectores, cámaras, automatismos… La casa inteligente del futuro da más miedo que confianza. En el imaginario colectivo triunfa una proyección tecnófila y aséptica. Pero hay que enfocar la vivienda desde las necesidades del usuario y no como un producto a vender[1]le, cuanto más complejo y caro mejor. La casa futurista, a la que entrarías con la huella dactilar, donde el váter analiza tu caca, el espejo del dormitorio te propone el outfit del día y la nevera te hace la lista de la compra, nos desvía el tema principal: una habitabilidad sana, afable y digna. Eso comienza con poder tener vivienda, inteligente o tonta, pero casa, lo cual debería ser la principal preocupación de futuro, el propio derecho a la vivienda.
Y lo será, no como un extra o un opcional, sino como pilar de la sociedad del bienestar. No solo máquinas para vivir, que decía Le Corbusier, que también, sino organismos vivos y flexibles. Cada nueva casa deberá cumplir con una normativa clara y precisa, pero al mismo tiempo abierta, que permita una libertad creativa hoy en día restringida por decenas de reglamentos absurdos y contradictorios. Su distribución será racional, pero también aceptará la diversidad. El fin del modelo habitativo estándar al que estamos sometidos.
La nueva casa será ecológica necesariamente, como la arquitectura popular de siempre, que tenía en cuenta la orientación, la ventilación cruzada, el asoleo y las vistas. Hoy en día todo se confía a la tecnología: si hace mucho calor porque he orientado mal la casa, no pasa nada, ya meteré más frigorías. Toda vivienda deberá adoptar el concepto de casa pasiva, más eficiente, de energía cero, o incluso mejor, generadora de excedente energético. Cada bloque deberá nacer con un sistema de autogestión eléctrica, independiente de su conexión a la red. ¿Fin de las compañías eléctricas? Seguro que no es posible. Asimismo, sus residuos deberán minimizarse de forma estricta, del kilo diario actual por persona a apenas unos gramos. Y un uso del agua austero y sin desperdicio. Fin a la política habitual de pasar el muerto –el residuo– a otros.
Compartir espacios
Lo más interesante de las décadas venideras, tal vez sea el ensayo de nuevas tipologías. No podemos dejar un tema tan importante como la casa en manos de promotores que solo promueven lo que siempre venden, por tanto alérgicos a la innovación. Los propios usuarios se están organizando en cooperativas para crear proyectos de coliving, residencias con servicios, mixtos laboral/vivienda, con zonas comunitarias. No hace falta que cada casa tenga una habitación para la lavadora que solo va a usar un rato a la sema[1]na, puede ser de uso compartido. Así como será habitual compartir espacios celebrativos, de juego, huertos urbanos, terrazas y talleres. Y la mayoría de las nuevas casas no serán nuevas, sino rehabilitadas, regeneradas. De los 19 millones de primeras residencias que hay en España, la mitad son de antes de 1980 y están mal construidas, urge su actualización. Nuestra tasa de rehabilitación es del 0,1% anual (en Francia del 2%, 20 veces más). Un filón creativo y de negocio.
Otro aspecto clave será, sin duda, la industrialización de la construcción. No es de recibo que sigamos construyendo con ladrillos como los romanos. Todo será en seco y prefabricado. Las obras durarán apenas tres meses, y no el año y medio impresentable de hoy en día. Obras fácilmente deconstruibles, ya no se derribará nada, se desmontará. Usaremos nuevos materiales inocuos, eliminando acabados nocivos, que contaminan los interiores, tanto o más que el aire exterior de la calle. La madera volverá a usarse abundantemente, es infinitamente renovable y retiene CO2.
En resumen, la casa del futuro se parecerá mucho más a una buena casa tradicional que a la impoluta nave de 2001: una Odisea del espacio. Que se entre en ella con una llave, sin duda arcaica, o escaneando la pupila del ojo, dará un poco igual mientras adentro se viva más a gusto. Como dijo Lope de Vega: «En su casa, hasta los pobres son reyes».