Avanza el concepto de Sector Cultural y Creativo, de matriz anglosajona, adoptado ya por Europa. El Institut Ramon Llull lleva la arquitectura catalana, y por si fuera poco, joven, a la Bienal de Venecia. Fijaos qué absurdo, que hasta el presente el Llull organizaba muestras de catalanes en la Bienal de Arte, año sí año no, y pasaba de la de Arquitectura, que se intercala en los años pares. Lo más grave es que nadie se quejaba de la discriminación.
Arquitectura y diseño cuentan en los Premis Nacionals de Cultura, pero la promoción internacional era otra cosa. Según dicen, es la primera vez que el Llull focaliza la atención en la arquitectura.
Esperamos que lo tomen como norma. Dicho esto, hay que aplaudir los criterios de los comisarios, basados en conceptos fuertes e innovadores, el más avanzado de los cuales es la sencillez de la edificación como resultado de la sofisticación intelectual.
Para demostrar que los 10 proyectos seleccionados provienen de una tradición con verdadero acento propio –de ahí el nombre de bogadores, que reman adelante pero miran atrás–, los cerca de 200.000 visitantes que se esperan en la Bienale podrán hacerse una idea de la arquitectura catalana, de Jujol a Josep Lluís Mateo (el más internacional y antivedette los grandes, que fue director de la época mítica de los Quaderns d’Arquitectura i Urbanisme).
Propuesta final: esto lo deberíamos poder ver. No todo lo que hace el Llull, claro, pero sí las exportaciones con comisario, que llevan el sello del máximo interés en la elección, también para nosotros.Que sea en Santa Mónica, en el Palau Robert o en el CCCB, pero habría que difuminar el abismo de información que hay entre los cuatro privilegiados de casa que viajan a Venecia y los que nos tenemos que fastidiar con un seguimiento vago y lejano.
Las muestras son historia de la crítica catalana y se nos esconden. No es la intención, pero se nos esconden.
Article publicat a El Periódico el passat 12 de juny de 2012