En record de Luis M. Mansilla, mort el passat mes de febrer, reproduim aquí una entrevista al seu company Emilio Tuñón publicada el passat 23 de maig a La Vanguàrdia.
Llàtzer Moix
¿Cómo sintetizaría sus veinte años de carrera con Mansilla?
Luis ha sido y es una parte central de mi vida. En este estudio profesional y, antes, en la universidad. Pasábamos la semana juntos, charlando ocho o nueve horas al día. Cuando nos reencontrábamos el lunes reemprendíamos de modo casi automático la conversación e intercambiábamos las reflexiones finisemanales. El nuestro era un método de trabajo conversacional. Hablar es lo que hemos hecho más en la vida. Y hemos hablado también con el equipo, con los proyectos, con sus límites, con el mundo… En esas charlas, Luis era siempre el más sugerente. Era una persona y un arquitecto excepcional. La amplitud de su mirada sobre la vida y la arquitectura ha enriquecido todos nuestros proyectos.
La muerte de Mansilla fue súbita. ¿Cómo la ha asumido?
Todavía no está asumida. Eso es difícil. La inercia y la costumbre son fuertes. Ante cualquier duda, aún me digo lo que me decía antes: “Esto tengo que hablarlo con Luis”.
Juan Herreros escribía en su obituario de Mansilla que “Emilio atravesará la niebla y acabará las obras en curso”. ¿Ya la atravesó?
No lo sé. Yo no hablaría de niebla, porque veo con claridad. Hablaría de una sensación de tremenda tristeza. Con Luis convertíamos las dificultades en oportunidades. Hay un nuevo camino tras cada dificultad, decíamos. Por ahí ando. Lucho para que la tristeza o la soledad se tornen en fortaleza.
¿Cómo reorganizará el estudio?
En un estudio es muy importante la química entre sus miembros. La que ha habido entre Luis y yo era especial. Ahora será distinto. Hay que mirar adelante, no hacia el pasado. Yo no forzaré las cosas para que sean distintas. Pero lo serán. Escucho comentarios de colegas que me piden que el estudio siga igual. Les comprendo. Pero es imposible que siga igual. Saldremos adelante. El pasado no me afecta de modo esencial. Sólo existe el presente. Incluso al hablar del pasado o del futuro lo hacemos desde el presente.
Hablemos de su labor actual.
El trabajo que pusimos en marcha con Luis no estará terminado antes de seis años. Lo completaremos siguiendo la línea trazada por ambos. Lo que venga después ya lo veremos. Pero eso no lo firmaremos a medias. Eso sólo será mío. No querría cargar a Luis con culpas que no le correspondieran.
¿Qué obras le dan más trabajo?
Lo que más ocupa al estudio es el Museo de las Colecciones Reales. Luego está el proyecto del Centro Internacional de Convenciones de la Ciudad de Madrid (CICCM). También el Museo de la Automoción en Torrejón, la Cúpula de la Energía en la Ciudad del Medio Ambiente en Soria… Hay otros proyectos más parados: el Centro de Sanfermines en Pamplona. O el Museo de Cantabria, que me temo que ya nunca se hará.
La de las CCRR está siendo una obra de muy larga duración.
Llevamos doce años y nos quedan seis. En este proyecto el tiempo es importante. Nace de una iniciativa del gobierno de Azaña. Han pasado 76 años de eso. Y nosotros lo empezamos hace doce años.
¿Cuál es su idea generatriz?
Se trababa de construir la extensión del ala de poniente del Palacio Real, siguiendo las trazas adelantadas por Sacchetti, Sabatini o Ventura Rodríguez. La idea es edificar un basamento para la cornisa norte de Madrid, donde se corta a pico la topografía urbana. Hemos logrado un espacio que no existía, excavando un volumen de 35 metros de alto en dicha cornisa… De hecho, la idea de este edificio se resume en tres puntos: su condición de basamento del palacio, la de muro de contención de un confín de Madrid y la de edificio que se recorre de arriba abajo, entrando por el nivel superior, al pie de la catedral de la Almudena, y bajando hasta el Campo del Moro. Visto esto, lo único que nos restó hacer fue apilar tres grandes salas de exposición.
¿Qué idea rige en el CICCM?
Nuestra idea era un edificio que plantara cara a las cuatro torres de Chamartín y a la Castellana. Una segunda idea era lograr un efecto tipo Olafur Eliasson: al caer la tarde el sol se reflejará en la piel del CICCM, convirtiéndolo en una luna brillante. Y aún hay una tercera, y no menos importante, idea: dar unidad a un paisaje desolado del que surgen cuatro torres enormes.
Una luna, un gran botón… ¿una concesión a la arquitectura icónica?
No niego que la propuesta tiene algo de icónica. Pero añado que soy contrario a la caza de brujas contra la arquitectura icónica. Hay arquitectura cuyo objetivo es resolver necesidades básicas, y está bien que así sea. Pero hay piezas como la torre Eiffel, o los Guggenheim, de Nueva York o de Bilbao, que son icónicas y muy buenas.
¿Cabe calificar este proyecto de sorpresa en su currículo?
No buscamos más originalidad que la que pide el sentido común arquitectónico. A veces le echamos una pizca de locura o de genio a nuestros proyectos, y a partir de ahí pueden darse sorpresas. Pero en este estudio la originalidad nunca se ha considerado como un objetivo, ni ha habido una voluntad genérica de sorprender. Otra cosa es la sorpresa que pueda deparar el recorrido por el interior de las obras. A eso sí jugamos.
¿Qué opina de la arquitectura que prioriza el máximo aprovechamiento de recursos, el despilfarro cero?
Tengo muy buena opinión de los que trabajan con recursos mínimos, con una idea de compromiso social. Salvo cuando esa idea viene acompañada de actitudes excluyentes. Hay cabida para todo.
¿Que política sigue su estudio?
Nuestra política pasa por hacer pocos edificios. Con cinco obras buenas ya has dicho lo que debías. Aldo Van Eyck hizo pocos edificios. Nosotros llevamos unos doce. ¿Cuántos más haré? ¿Hasta veinte o veinticinco? Nuestra política es funcionar con un equipo reducido. Siempre con una persona menos de las que necesitamos. No tenemos ni secretarias. Intentamos la conciliación familiar, no trabajar los fines de semana. No le vemos la gracia al estajanovismo. Queremos cumplir nuestros compromisos con dignidad. Y no hemos querido trabajar en el extranjero. Bueno, esto quizás cambie ahora.