La ciudad ha de repensarse cambiando su rígido urbanismo obsoleto en aras de un uso más esponjado, descentralizado, buscando un mejor equilibrio entre barrios
Publicado en El Periódico el 22 de abril de 2020
Los desastres conforman la ciudad: enfermedades, terremotos, guerras. El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, declaró hace poco que «la densidad es un error. Es insensible, arrogante, autodestructiva, irrespetuosa». Lo decía para justificarse, ya que su estado encabezaba el ‘ranking’ mundial de contagios y muertos. Pero durante una epidemia, ¿es más segura la ciudad o el campo?
Este es el debate que el mundo del urbanismo está lidiando en este momento. En principio, a mayor densidad más posibilidad de contagio. Por eso mucha gente –en plan Decamerón– decidió salvarse escapando al campo o la playa. Pero por otro lado en la ciudad hay más medidas de control sanitario, mayor posibilidad de curación y un efecto de inmunidad colectiva que solo confiere cierta masa crítica. Los datos de los expertos desmienten categóricamente que mayor densidad implique mayor contagio.
Recordemos que el foco de infección en Italia o Alemania comenzó en áreas periurbanas. En ciudades hiperdensas como Seúl, Hong Kong o Tokio el virus está bajo control. Y en Manhattan aun siendo más densa, hay menos contagios que en Queens, justo al otro lado del río. En España, La Rioja, con baja densidad urbana, alcanza 1.294 infectados por cada 100.000 habitantes, mientras que comunidades más densas como Madrid, o Catalunya llegan a 780 y 499 respectivamente. La zona de Igualada, con el 1% de la población catalana llegó a tener el 10% de los fallecidos.
Por otro lado, las ciudades compactas suponen una importante mejora para el reto medioambiental al optimizar recursos y servicios. Llenar la España vacía, que ahora va a ponerse de moda, tendrá un alto coste energético. Se abre un debate apasionante, donde no hay que enfrentar urbano y rural, sino preservar lo mejor de cada ámbito. «La crisis de la ciudad demasiado grande –dijo Italo Calvino– es la otra cara de la crisis de la naturaleza».
La ciudad ha de repensarse cambiando su rígido urbanismo obsoleto en aras de un uso más esponjado, descentralizado, buscando un mejor equilibrio entre barrios, aplicando criterios de ‘vegetectura’. Y con un sistema de transporte no hacinado, que ha sido el culpable de gran parte del contagio de los habitantes de la periferia cuando acudían apretujados a trabajar al centro. Pero sobre todo hay un nuevo componente que debe implementar la ciudad: la revolución digital interconectada. Así como las enfermedades del siglo XIX hicieron soterrar cloacas y distribuir redes de agua potable, ahora, en palabras de Michele Acuto, director de Connected Cities Lab, hay que crear una nueva infraestructura digital que podría suponer el saneamiento de nuestro siglo. Datos instantáneos de cada habitante, cruciales para poder entender y actuar en casos de emergencia. Quizá en vez de desplazarse, cada ciudadano podría analizarse y enviar el resultado a un centro de control que lo analizase y tomase medidas. Y aquí se abre la polémica sobre la pérdida de privacidad. Pero esa será otra batalla, ahora toca sobrevivir.