Publicat el 25 de Novembre a El Mundo – Cultura
Arquitectos y críticos de las dos orillas se reúnen al ‘abrigo’ de Van der Rohe
Mies van der Rohe sentó los cánones de una nueva arquitectura. Obligado a emigrar a Estados Unidos tras el auge del nazismo (y después de que cerrara la Bauhaus, que dirigió desde 1930 a 1933)Publicado el 25 de Noviembre en El Mundo – Cultura
Arquitectos y críticos de las dos orillas se reúnen al ‘abrigo’ de Van der Rohe
Mies van der Rohe sentó los cánones de una nueva arquitectura. Obligado a emigrar a Estados Unidos tras el auge del nazismo (y después de que cerrara la Bauhaus, que dirigió desde 1930 a 1933), Van der Rohe desnudó el concepto de edificio para mostrar su estructura con líneas claras y estilizadas. El arquitecto alemán constituyó uno de los grandes puentes entre la arquitectura de Europa y América. La Fundación Mies van der Rohe de Barcelona y el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York –que custodia el fondo de originales de Mies– organizaron el sábado una jornada de debate y reflexión entre arquitectos de los dos lados del Atlántico. La cuestión: Where do we stand? (¿Dónde estamos?). ¿Influye aún la tradición europea en la arquitectura americana?
«Desde el tratado de Schengen, Europa se ha hecho pequeña: es un gran país compuesto por muchas ciudades. A mediados de los 90 hubo un boom del eclecticismo arquitectónico. Todas las tipologías estéticas están representadas en Europa», reivindicó Giovanna Carnevali, directora de la Fundación Mies van der Rohe, que lleva 25 años tomando el pulso de la creación contemporánea con los Premios Internacionales de Arquitectura de la Unión Europea. A diferencia de los Pritzker, los premios Mies van der Rohe no ensalzan una figura individual sino que distinguen una obra construida, desde el aeropuerto de Stansted (1990) de Norman Foster al Kursaal (2001) de San Sebastián de Rafael Moneo pasando por el vanguardista auditorio Harpa (2013) de Reikiavik. «Cuando estás en Estados Unidos te das cuenta de que no es tan fácil producir este tipo de edificios: son fruto de una cultura», asegura el arquitecto iraní Mohsen Mostafavi, decano de Harvard.
Si Mies van der Rohe –junto a Walter Gropius– fue uno de los adalides de la primera generación de arquitectos europeos que tomó las riendas de las universidades americanas, hoy éstas siguen dirigidas, en una gran mayoría, por arquitectos del otro lado del Atlántico. El madrileño Alejandro Zaera-Polo (coautor del puerto de Yokohama) lidera Princeton, mientras que el francés Bernard Tschumi (que diseñó el Parc de la Villette) dirige la facultad de Columbia. «Las escuelas americanas son más sólidas y sofisticadas que las europeas. Estados Unidos ha monopolizado el negocio de la educación en todo el mundo», considera Zaera-Polo. Y su colega Bernard Tschumi añade: «El efecto de la educación americana es increíble. En cierto modo es una nueva forma de dominación». Tschumi defiende una arquitectura con «identidad cultural» y a sus alumnos les ponía como ejercicio textos de Poe, Calvino o Joyce para que encontraran una relación entre arquitectura y literatura. Para Kenneth Frampton, uno de los grandes críticos americanos, «siempre ha habido una gran influencia europea en Estados Unidos» y habla de la «tectónica» para definir la marca europea.
Una tectónica que encarna el estudio escandinavo Snohetta, con sus edificios casi de ciencia ficción profundamente integrados en el paisaje. La Opera de Oslo –que ganó el premio Mies en 2009– es una de sus obras magnas, junto a la nueva Biblioteca de Alejandría. «¿Dónde se sitúa el arquitecto? ¿Es un artista? ¿Un científico? ¿Y geopolíticamente?», lanza Craig Dykers, uno de los fundadores de Snohetta, un estudio que se ha forjado su marca y que grandes conglomerados han intentado absorber. «A veces los arquitectos hemos perdido el rol de construir edificios porque nos hemos quedado en un rincón inventando un lenguaje que sólo nosotros entendemos».
En relación a las grandes compañías que dominan el mercado, Zaera Polo destaca que en Estados Unidos predomina una «práctica corporativa: los arquitectos entran en la profesión con estrechas relaciones con el poder y la política, al salir de las facultades se convierten en parte de la maquinaria». «El poder es parte intrínseca de la disciplina», reconoce. Pero pequeños despachos como el de los jóvenes Florian Idenburg y Jing Liu, establecidos en Brooklyn con su firma SO-IL, logran escapar de esas presiones corporativas. «Cuando se producen miles de bloques de forma masiva, las influencias se multiplican. En Europa la crisis ha tenido mucho impacto. Y el modelo ha cambiado. Los arquitectos se conciben como constructores de nuevos edificios, pero los problemas actuales son mucho más complejos», apunta Idenburg. Una complejidad que se refleja en las diferentes tipologías de edificios premiados por la Fundación Mies van der Rohe, que posee el mayor archivo de arquitectura contemporánea con un fondo de más de 2.000 maquetas y planos del último cuarto de siglo. «La arquitectura sirve para entender el espíritu de nuestro tiempo», dice Giovanna Carnevali. Un espíritu convulso pero global. «Con la globalización incluso se apunta a unos Estados Unidos de Europa, en vez de una Unión Europea. Pero las identidades locales tienen un rol crucial. París no puede ser Milán ni Barcelona puede ser Londres», añade Carnevali sobre un país (Europa) compuesto por ciudades., Van der Rohe desnudó el concepto de edificio para mostrar su estructura con líneas claras y estilizadas. El arquitecto alemán constituyó uno de los grandes puentes entre la arquitectura de Europa y América. La Fundación Mies van der Rohe de Barcelona y el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York –que custodia el fondo de originales de Mies– organizaron el sábado una jornada de debate y reflexión entre arquitectos de los dos lados del Atlántico. La cuestión: Where do we stand? (¿Dónde estamos?). ¿Influye aún la tradición europea en la arquitectura americana?
«Desde el tratado de Schengen, Europa se ha hecho pequeña: es un gran país compuesto por muchas ciudades. A mediados de los 90 hubo un boom del eclecticismo arquitectónico. Todas las tipologías estéticas están representadas en Europa», reivindicó Giovanna Carnevali, directora de la Fundación Mies van der Rohe, que lleva 25 años tomando el pulso de la creación contemporánea con los Premios Internacionales de Arquitectura de la Unión Europea. A diferencia de los Pritzker, los premios Mies van der Rohe no ensalzan una figura individual sino que distinguen una obra construida, desde el aeropuerto de Stansted (1990) de Norman Foster al Kursaal (2001) de San Sebastián de Rafael Moneo pasando por el vanguardista auditorio Harpa (2013) de Reikiavik. «Cuando estás en Estados Unidos te das cuenta de que no es tan fácil producir este tipo de edificios: son fruto de una cultura», asegura el arquitecto iraní Mohsen Mostafavi, decano de Harvard.
Si Mies van der Rohe –junto a Walter Gropius– fue uno de los adalides de la primera generación de arquitectos europeos que tomó las riendas de las universidades americanas, hoy éstas siguen dirigidas, en una gran mayoría, por arquitectos del otro lado del Atlántico. El madrileño Alejandro Zaera-Polo (coautor del puerto de Yokohama) lidera Princeton, mientras que el francés Bernard Tschumi (que diseñó el Parc de la Villette) dirige la facultad de Columbia. «Las escuelas americanas son más sólidas y sofisticadas que las europeas. Estados Unidos ha monopolizado el negocio de la educación en todo el mundo», considera Zaera-Polo. Y su colega Bernard Tschumi añade: «El efecto de la educación americana es increíble. En cierto modo es una nueva forma de dominación». Tschumi defiende una arquitectura con «identidad cultural» y a sus alumnos les ponía como ejercicio textos de Poe, Calvino o Joyce para que encontraran una relación entre arquitectura y literatura. Para Kenneth Frampton, uno de los grandes críticos americanos, «siempre ha habido una gran influencia europea en Estados Unidos» y habla de la «tectónica» para definir la marca europea.
Una tectónica que encarna el estudio escandinavo Snohetta, con sus edificios casi de ciencia ficción profundamente integrados en el paisaje. La Opera de Oslo –que ganó el premio Mies en 2009– es una de sus obras magnas, junto a la nueva Biblioteca de Alejandría. «¿Dónde se sitúa el arquitecto? ¿Es un artista? ¿Un científico? ¿Y geopolíticamente?», lanza Craig Dykers, uno de los fundadores de Snohetta, un estudio que se ha forjado su marca y que grandes conglomerados han intentado absorber. «A veces los arquitectos hemos perdido el rol de construir edificios porque nos hemos quedado en un rincón inventando un lenguaje que sólo nosotros entendemos».
En relación a las grandes compañías que dominan el mercado, Zaera Polo destaca que en Estados Unidos predomina una «práctica corporativa: los arquitectos entran en la profesión con estrechas relaciones con el poder y la política, al salir de las facultades se convierten en parte de la maquinaria». «El poder es parte intrínseca de la disciplina», reconoce. Pero pequeños despachos como el de los jóvenes Florian Idenburg y Jing Liu, establecidos en Brooklyn con su firma SO-IL, logran escapar de esas presiones corporativas. «Cuando se producen miles de bloques de forma masiva, las influencias se multiplican. En Europa la crisis ha tenido mucho impacto. Y el modelo ha cambiado. Los arquitectos se conciben como constructores de nuevos edificios, pero los problemas actuales son mucho más complejos», apunta Idenburg. Una complejidad que se refleja en las diferentes tipologías de edificios premiados por la Fundación Mies van der Rohe, que posee el mayor archivo de arquitectura contemporánea con un fondo de más de 2.000 maquetas y planos del último cuarto de siglo. «La arquitectura sirve para entender el espíritu de nuestro tiempo», dice Giovanna Carnevali. Un espíritu convulso pero global. «Con la globalización incluso se apunta a unos Estados Unidos de Europa, en vez de una Unión Europea. Pero las identidades locales tienen un rol crucial. París no puede ser Milán ni Barcelona puede ser Londres», añade Carnevali sobre un país (Europa) compuesto por ciudades.