La arquitectura baraja cuatro de los cinco sentidos. La vista se suele privilegiar. El tacto se cuida, pero el olfato y el oído suelen ser los más descuidados. Es un error. El olor a humedad o a cloaca son invisibles, pero arruinan una casa. La mala acústica hace fracasar un hotel, unas oficinas o hasta un aeropuerto.
Publicado en El País el 7 de julio de 2019
¿Cuánto ruido hace un tren de alta velocidad? Eso calcula y eso lucha por mitigar este doctor en acústica, una rama de la construcción que cotiza al alza.
En Tripadvisor hay tantos comentarios sobre la música o la acústica de un local como sobre la comida. Ocho de cada 10 personas deciden si regresan o no a un restaurante por un tema acústico”. Alexander Díaz Chyla (1983) se formó como arquitecto en su ciudad, Madrid, y se doctoró en acústica en Alemania. Hoy es consultor sénior de esta especialidad en Ove Arup, una de las mayores firmas de ingeniería. Y cuenta que estamos ante la primera generación no autodidacta. Antes se llegaba a esta disciplina desde la física, la ingeniería o la arquitectura. A él, explica, lo empujó a este campo la crisis de la construcción: “Reparar una mala acústica encarece tanto un proyecto que las empresas han aprendido a considerarla de entrada”.
La arquitectura baraja cuatro de los cinco sentidos. La vista se suele privilegiar. El tacto se cuida, pero el olfato y el oído suelen ser los más descuidados. Es un error. El olor a humedad o a cloaca son invisibles, pero arruinan una casa. La mala acústica hace fracasar un hotel, unas oficinas o hasta un aeropuerto. Él es consciente desde niño. Su padre, César Díaz, enseña acústica en la Escuela de Arquitectura de Madrid.
Entramos en una sala de acústica virtual de las oficinas de Arup en Madrid. Doce altavoces forman una esfera y matemáticamente consiguen, mediante filtros y logaritmos, distribuir la cantidad de energía que llega por cada uno para recrear un sonido envolvente. Trabajan ahora en el tren de alta velocidad que atravesará el Reino Unido. Díaz Chyla muestra lo que molesta el paso del tren a 100 o a 1.000 metros. A partir de ahí, propone cómo mitigarlo. También le toca calcular los decibelios de la futura grada del Camp Nou cuando celebre un gol de Messi. Ese es su trabajo. Prevé la acústica de los edificios desde su concepción, no cuando surgen los problemas. “Hay decisiones de diseño —como empotrar la televisión en un muro— que rompen la tranquilidad de quien descansa en la habitación de al lado”, advierte. Su reto es dar con soluciones de confort acústico que no sacrifiquen la estética.
Describe espacios con acústica transformable: restaurantes que se convierten en bares de copas “con mecanismos sencillos como paneles o falsos techos”. Asegura que hay trucos que pueden ser hasta caseros. En Seúl, en un auditorio en el que trabajó con el arquitecto David Chipperfield, resolvieron las necesidades acústicas “con cortinas que se duplican y se mueven”.
Díaz Chyla investigaba en el laboratorio de la Politécnica de Madrid cómo diseñar renovadores de aire que no perdieran calor y evitaran que el ruido se colara por las rendijas. De allí lo reclutó Arup.
Hoy asegura que cuando llega a un proyecto esperan que el ingeniero acústico sea un señor con corbata que aporte soluciones matemáticas. Pero él defiende el conocimiento conectado: entender las consecuencias no solo energéticas, estéticas o económicas de un material; también las acústicas. Y llama a la gente a comportarse de manera proactiva: “Debemos quejarnos del exceso de ruido. En España protestamos y pataleamos, pero no presentamos denuncias. En Alemania sí. Y eso consigue el bienestar. La acústica es una cuestión de salud, asegura el descanso, cuida a las personas”.