Publicat el 21 de Novembre a El País – Cultura. Isabel Ferrer
- El nuevo edificio ocupa el área de un campo de fútbol y pesa 230.000 toneladas
- Las descomunales torres culminan la regeneración urbanística acometida en la zona portuaria
Todo es grande en De Rotterdam, el nuevo edificio diseñado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas, y su despacho, OMA, en la urbe portuaria.
Publicado el 21 de Noviembre en El País – Cultura. Isabel Ferrer
- El nuevo edificio ocupa el área de un campo de fútbol y pesa 230.000 toneladas
- Las descomunales torres culminan la regeneración urbanística acometida en la zona portuaria
Todo es grande en De Rotterdam, el nuevo edificio diseñado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas, y su despacho, OMA, en la urbe portuaria. Levantado a la orilla del Mosa sobre el área equivalente a un campo de fútbol, tiene tres torres de acero y cristal, mide 150 metros de altura, pesa 230.000 toneladas y cuenta con 160.000 metros cuadrados de oficinas, apartamentos, restaurantes y un hotel de la cadena española NH. Es una auténtica “ciudad vertical”, nombre original del proyecto, que empezó a gestarse en los años noventa y ha superado la crisis hasta ser entregada simbólicamente este jueves al ayuntamiento, que instalará aquí a unos 2.000 empleados.
La enormidad del conjunto es evidente y muestra de nuevo la paradoja vital de Koolhaas, responsable de otros gigantes, como la sede de la Televisión Central de China, pero también crítico con su oficio “por estar en manos del capital”. Un hombre modesto y huidizo en lo personal, que ha intentado reflejar “la ambición de una comunidad que lleva en su ADN la necesidad de construir, desde que fuera barrida por las bombas durante la II Guerra Mundial”.
Koolhass nació en Rotterdam en 1944 y este edificio le ha permitido contribuir a la regeneración del distrito Sur, donde se abre el muelle Wilhelmina. Dominado por almacenes de carga y descarga y presidido en su día por la Holland América Line, la compañía de transporte marítimo fundada en 1872, la ciudad vivía de espaldas al barrio. Un fenómeno parecido al de la Barcelona anterior a los Juegos Olímpicos, con su playa y sus espigones prácticamente cegados para la gente. Teniendo en cuenta que el puerto de Rotterdam es el mayor de Europa, y el tercero del mundo, el espacio olvidado parecía “una enorme ciudad fantasma que pedía a gritos ser habitable”, en palabras de Koolhaas.
De Rotterdam es imponente, y como muchos diseños del arquitecto holandés, un alarde geométrico de cristal repartido en sus torres Este, Media y Oeste. Pero es verdad que se ha sumado a un esfuerzo regenerador iniciado en 1996, al tenderse el Puente Erasmus, que unió la ciudad vieja y la nueva. Desde entonces, Rotterdam ha sabido crear un nuevo centro urbano cuyas señas de identidad llevan hoy la firma del estudio de arquitectos Mecanoo, el británico Norman Foster, y su colega Renzo Piano.
Las tres torres de Koolhaas, plantadas sobre un bloque único de 30 metros de altura y seis pisos habitables, son las últimas en llegar y uno de sus proyectos favoritos. “Surgen de la colaboración de diferentes consistorios que han mantenido vivo el diseño a pesar de las dificultades financieras. Pensamos que la arquitectura es un trabajo destinado al bien común, cuando lo cierto es que las ciudades no tienen dinero para construir. Este es un ejemplo de lo que puede lograr la colaboración entre poderes locales y promotores inmobiliarios”, ha dicho, deslizándose rápido por un vestíbulo casi transparente con ventanales a ambos lados.
Con un volumen de inversión de 375 millones de euros, solo en la fachada hay 50.000 metros cuadrados de cristal. Otro alarde de este gigante, con 240 apartamentos de compra (entre 190.000 y 650.000 euros) y alquiler; un hotel de la serie NHow, con 285 habitaciones y similar a los de Berlín y Milán, que promoverá el diseño y arte nacionales, y un sistema de calefacción y refrigeración con agua extraída del río, en el que han trabajado más de 4.500 personas. Muchas de ellas seguían activas ayer en habitaciones y ascensores, porque el conjunto estará listo a principios del año próximo. La vista desde el piso 30, sin embargo, devolvía ya la imagen de una ciudad a pleno rendimiento. Con el puente abierto a los barcos de carga camino del gran puerto hacia la derecha, y el Mosa saliendo al encuentro del mar a la izquierda.
Unos antiguos almacenes portuarios decimonónicos conservados en la misma calle donde se alza De Rotterdam han sido transformados también en viviendas. En su frontis de ladrillo oscuro siguen grabados nombres como Borneo y Sumatra, las antiguas colonias de la actual Indonesia. Un recuerdo que mezcla la arquitectura contemporánea sin remilgos de Koolhaas, y el guiño al pasado. Y a la orilla del agua, el antiguo embarcadero de la Holland America Line.
La firma sigue en el negocio de los cruceros, pero en sus primeros 25 años de historia, los barcos holandeses hicieron algo más que viajes de placer: trasladaron a cerca de medio millón de emigrantes europeos a América. De Rotterdam se alza sobre los techos abovedados de las viejas oficinas. Un icono. Aunque si una ciudad necesita signos reconocibles, en este momento, la creación del arquitecto holandés es el paradigma del crecimiento vertical que se avecina.
Levantado a la orilla del Mosa sobre el área equivalente a un campo de fútbol, tiene tres torres de acero y cristal, mide 150 metros de altura, pesa 230.000 toneladas y cuenta con 160.000 metros cuadrados de oficinas, apartamentos, restaurantes y un hotel de la cadena española NH. Es una auténtica “ciudad vertical”, nombre original del proyecto, que empezó a gestarse en los años noventa y ha superado la crisis hasta ser entregada simbólicamente este jueves al ayuntamiento, que instalará aquí a unos 2.000 empleados.
La enormidad del conjunto es evidente y muestra de nuevo la paradoja vital de Koolhaas, responsable de otros gigantes, como la sede de la Televisión Central de China, pero también crítico con su oficio “por estar en manos del capital”. Un hombre modesto y huidizo en lo personal, que ha intentado reflejar “la ambición de una comunidad que lleva en su ADN la necesidad de construir, desde que fuera barrida por las bombas durante la II Guerra Mundial”.
Koolhass nació en Rotterdam en 1944 y este edificio le ha permitido contribuir a la regeneración del distrito Sur, donde se abre el muelle Wilhelmina. Dominado por almacenes de carga y descarga y presidido en su día por la Holland América Line, la compañía de transporte marítimo fundada en 1872, la ciudad vivía de espaldas al barrio. Un fenómeno parecido al de la Barcelona anterior a los Juegos Olímpicos, con su playa y sus espigones prácticamente cegados para la gente. Teniendo en cuenta que el puerto de Rotterdam es el mayor de Europa, y el tercero del mundo, el espacio olvidado parecía “una enorme ciudad fantasma que pedía a gritos ser habitable”, en palabras de Koolhaas.
De Rotterdam es imponente, y como muchos diseños del arquitecto holandés, un alarde geométrico de cristal repartido en sus torres Este, Media y Oeste. Pero es verdad que se ha sumado a un esfuerzo regenerador iniciado en 1996, al tenderse el Puente Erasmus, que unió la ciudad vieja y la nueva. Desde entonces, Rotterdam ha sabido crear un nuevo centro urbano cuyas señas de identidad llevan hoy la firma del estudio de arquitectos Mecanoo, el británico Norman Foster, y su colega Renzo Piano.
Las tres torres de Koolhaas, plantadas sobre un bloque único de 30 metros de altura y seis pisos habitables, son las últimas en llegar y uno de sus proyectos favoritos. “Surgen de la colaboración de diferentes consistorios que han mantenido vivo el diseño a pesar de las dificultades financieras. Pensamos que la arquitectura es un trabajo destinado al bien común, cuando lo cierto es que las ciudades no tienen dinero para construir. Este es un ejemplo de lo que puede lograr la colaboración entre poderes locales y promotores inmobiliarios”, ha dicho, deslizándose rápido por un vestíbulo casi transparente con ventanales a ambos lados.
Con un volumen de inversión de 375 millones de euros, solo en la fachada hay 50.000 metros cuadrados de cristal. Otro alarde de este gigante, con 240 apartamentos de compra (entre 190.000 y 650.000 euros) y alquiler; un hotel de la serie NHow, con 285 habitaciones y similar a los de Berlín y Milán, que promoverá el diseño y arte nacionales, y un sistema de calefacción y refrigeración con agua extraída del río, en el que han trabajado más de 4.500 personas. Muchas de ellas seguían activas ayer en habitaciones y ascensores, porque el conjunto estará listo a principios del año próximo. La vista desde el piso 30, sin embargo, devolvía ya la imagen de una ciudad a pleno rendimiento. Con el puente abierto a los barcos de carga camino del gran puerto hacia la derecha, y el Mosa saliendo al encuentro del mar a la izquierda.
Unos antiguos almacenes portuarios decimonónicos conservados en la misma calle donde se alza De Rotterdam han sido transformados también en viviendas. En su frontis de ladrillo oscuro siguen grabados nombres como Borneo y Sumatra, las antiguas colonias de la actual Indonesia. Un recuerdo que mezcla la arquitectura contemporánea sin remilgos de Koolhaas, y el guiño al pasado. Y a la orilla del agua, el antiguo embarcadero de la Holland America Line.
La firma sigue en el negocio de los cruceros, pero en sus primeros 25 años de historia, los barcos holandeses hicieron algo más que viajes de placer: trasladaron a cerca de medio millón de emigrantes europeos a América. De Rotterdam se alza sobre los techos abovedados de las viejas oficinas. Un icono. Aunque si una ciudad necesita signos reconocibles, en este momento, la creación del arquitecto holandés es el paradigma del crecimiento vertical que se avecina.