Enric Miralles preside Escocia | Enric Juliana

Enric Miralles preside Escocia | Enric Juliana

Uno de los más brillantes arquitectos de la Barcelona de los noventa ideó el nuevo parlamento escocés, construido con polémicaUno de los más brillantes arquitectos de la Barcelona de los noventa ideó el nuevo parlamento escocés, construido con polémica

Publicado el jueves, 18 de septiembre de 2014 en LA VANGUARDIA

 

El Parlamento de Escocia es obra de un catalán. En el parque de Holyrood, al final de la Milla Real de Edimburgo, se levanta el nuevo Parlamento del viejo reino, firmado por Enric Miralles, uno de los arquitectos más brillantes de la Barcelona de los noventa, prematuramente fallecido en el 2000.

Es una obra magnífica. Bella, elegante e innovadora. Piedra, hormigón, acero y roble de Escocia. Ganó el premio Stirling en el 2005 y es considerada una de las obras arquitectónicas más relevantes del Reino Unido en los últimos veinte años. Un verdadero monumento al soberanismo escocés, ubicado frente del palacio de Holyrood, residencia estival de la familia real británica. En Holyrood, parque inmenso, queda perfectamente claro el significado de ‘devolution’, concepto clave en la reaparición nacional de Escocia.

El Parlamento de Miralles es esta semana centro de peregrinación de los muchos catalanes que han viajado a Edimburgo para vivir en directo el apasionante referéndum que se celebra hoy. En Edimburgo se habla estos días en catalán. Taxistas, camareros y voluntarios de la campaña del sí han aprendido a reconocer a los catalanes. La pregunta suele ser doble: “¿Español? ¿Catalán?”. Sonrisas y pulgares alzados.

Podría decirse que esta semana está a punto de cumplirse en Escocia aquella irónica profecía del filósofo Francesc Pujols, según la cual llegará el día en que los catalanes tendremos la cena pagada en cualquier lugar del mundo por el mero hecho de ser catalanes. Cuando citas esta frase en Madrid notas una inconfundible perplejidad en las miradas. Ya se sabe, el egocentrismo nacionalista. La incorregible vanidad catalanista. En tales circunstancias, resulta muy aconsejable rematar la frase de Pujols con aquella rotunda afirmación de Salvador Dalí que situaba el centro exacto de universo en la estación de tren de Perpiñán. Después de este remate, los interlocutores suelen sonreír. Han captado. En Edimburgo, los catalanes aún no tenemos la cena pagada, pero la sonrisa de los voluntarios del sí, auténticos vencedores de la campaña del referéndum -sea cual sea su resultado-, está asegurada.

No hay todavía derecho a cenar gratis en Glasgow, en Aberdeen, en Edimburgo y en las Tierras Altas, entre otras razones porque las obras del Parlamento de Holyrood salieron muy caras. Exageradamente caras. El complejo acabó costando 431 millones de libras esterlinas (más de 600 millones de euros), diez veces la cifra inicialmente presupuestada. Miralles falleció poco después de entregar el proyecto, y las solicitudes de cambios y ampliaciones que fueron llegando a Barcelona –los ventanales de las oficinas de los diputados tenían que estar equipados con cristales antibala, por ejemplo–, dispararon espectacularmente el precio de las obras. La desviación presupuestaria acabó originando una intensa batalla política en Edimburgo –la primera gran batalla de la autonomía escocesa recién estrenada– y se formó una comisión de investigación que acabó atribuyendo el fenomenal sobrecoste a las continuas exigencias de modificación y ampliación del primer proyecto. El complejo pudo ser terminado, conforme a la idea original de su autor, gracias a la tenacidad de la viuda de Miralles, la arquitecta Benedetta Tagliabue, una milanesa que jamás pierde la sonrisa.

La historia del nuevo Parlamento escocés es hermosa. El edificio es hijo de uno de los mejores talentos de la Barcelona de los noventa; la Barcelona que triunfó en el mundo, empujada por un consenso cívico, bien gobernado por el alcalde Pasqual Maragall, que tardará años en volver a repetirse en Catalunya. Miralles no era un nacionalista romántico, pero supo interpretar muy bien la demanda de los escoceses. Se inspiró en una vieja fotografía del ‘parlamento’ del archipiélago de San Kilda. En estas pequeñas islas, las más septentrionales de Escocia, más allá de las Hébridas, los hombres se reunían a diario para parlamentar y decidir. No había jefes. La fotografía muestra a un grupo de escoceses barbudos sobre unas losas de piedra, que forman un rudo pavimento. El nuevo Parlamento escocés está compuesto por un conjunto de edificios que, vistos en planta, recuerdan las piezas irregulares de ese viejo pavimento. Las partes forman una unidad. “Escocia no es un sistema de ciudades, es un país”, escribió Miralles en la justificación de su proyecto. Un barcelonés de los noventa captó perfectamente el significado de la ‘devolution’.

Decía que la historia es hermosa, porque los problemas que estuvieron a punto de malograr el proyecto catalán para Escocia invitan a tomar distancias de toda inflamación nacionalista, regionalista o estatalista. Sobrecostes espectaculares los hay en muchas partes: en Valencia, en el nuevo aeropuerto de Berlín y en el Edimburgo de principios de siglo, por poner tres ejemplos. Hay muchos más. La inteligencia del proyecto de Miralles superó aquel traspié y hoy es una pieza arquitectónica de referencia que da prestigio a la Escocia soberana.

La historia es hermosa porque nos habla de cómo son realmente las cosas: un irregular pavimento.

 

Foto portada extraida de web

 

Publicado el jueves, 18 de septiembre de 2014 en LA VANGUARDIA

 

El Parlamento de Escocia es obra de un catalán. En el parque de Holyrood, al final de la Milla Real de Edimburgo, se levanta el nuevo Parlamento del viejo reino, firmado por Enric Miralles, uno de los arquitectos más brillantes de la Barcelona de los noventa, prematuramente fallecido en el 2000.

Es una obra magnífica. Bella, elegante e innovadora. Piedra, hormigón, acero y roble de Escocia. Ganó el premio Stirling en el 2005 y es considerada una de las obras arquitectónicas más relevantes del Reino Unido en los últimos veinte años. Un verdadero monumento al soberanismo escocés, ubicado frente del palacio de Holyrood, residencia estival de la familia real británica. En Holyrood, parque inmenso, queda perfectamente claro el significado de ‘devolution’, concepto clave en la reaparición nacional de Escocia.

El Parlamento de Miralles es esta semana centro de peregrinación de los muchos catalanes que han viajado a Edimburgo para vivir en directo el apasionante referéndum que se celebra hoy. En Edimburgo se habla estos días en catalán. Taxistas, camareros y voluntarios de la campaña del sí han aprendido a reconocer a los catalanes. La pregunta suele ser doble: “¿Español? ¿Catalán?”. Sonrisas y pulgares alzados.

Podría decirse que esta semana está a punto de cumplirse en Escocia aquella irónica profecía del filósofo Francesc Pujols, según la cual llegará el día en que los catalanes tendremos la cena pagada en cualquier lugar del mundo por el mero hecho de ser catalanes. Cuando citas esta frase en Madrid notas una inconfundible perplejidad en las miradas. Ya se sabe, el egocentrismo nacionalista. La incorregible vanidad catalanista. En tales circunstancias, resulta muy aconsejable rematar la frase de Pujols con aquella rotunda afirmación de Salvador Dalí que situaba el centro exacto de universo en la estación de tren de Perpiñán. Después de este remate, los interlocutores suelen sonreír. Han captado. En Edimburgo, los catalanes aún no tenemos la cena pagada, pero la sonrisa de los voluntarios del sí, auténticos vencedores de la campaña del referéndum -sea cual sea su resultado-, está asegurada.

No hay todavía derecho a cenar gratis en Glasgow, en Aberdeen, en Edimburgo y en las Tierras Altas, entre otras razones porque las obras del Parlamento de Holyrood salieron muy caras. Exageradamente caras. El complejo acabó costando 431 millones de libras esterlinas (más de 600 millones de euros), diez veces la cifra inicialmente presupuestada. Miralles falleció poco después de entregar el proyecto, y las solicitudes de cambios y ampliaciones que fueron llegando a Barcelona –los ventanales de las oficinas de los diputados tenían que estar equipados con cristales antibala, por ejemplo–, dispararon espectacularmente el precio de las obras. La desviación presupuestaria acabó originando una intensa batalla política en Edimburgo –la primera gran batalla de la autonomía escocesa recién estrenada– y se formó una comisión de investigación que acabó atribuyendo el fenomenal sobrecoste a las continuas exigencias de modificación y ampliación del primer proyecto. El complejo pudo ser terminado, conforme a la idea original de su autor, gracias a la tenacidad de la viuda de Miralles, la arquitecta Benedetta Tagliabue, una milanesa que jamás pierde la sonrisa.

La historia del nuevo Parlamento escocés es hermosa. El edificio es hijo de uno de los mejores talentos de la Barcelona de los noventa; la Barcelona que triunfó en el mundo, empujada por un consenso cívico, bien gobernado por el alcalde Pasqual Maragall, que tardará años en volver a repetirse en Catalunya. Miralles no era un nacionalista romántico, pero supo interpretar muy bien la demanda de los escoceses. Se inspiró en una vieja fotografía del ‘parlamento’ del archipiélago de San Kilda. En estas pequeñas islas, las más septentrionales de Escocia, más allá de las Hébridas, los hombres se reunían a diario para parlamentar y decidir. No había jefes. La fotografía muestra a un grupo de escoceses barbudos sobre unas losas de piedra, que forman un rudo pavimento. El nuevo Parlamento escocés está compuesto por un conjunto de edificios que, vistos en planta, recuerdan las piezas irregulares de ese viejo pavimento. Las partes forman una unidad. “Escocia no es un sistema de ciudades, es un país”, escribió Miralles en la justificación de su proyecto. Un barcelonés de los noventa captó perfectamente el significado de la ‘devolution’.

Decía que la historia es hermosa, porque los problemas que estuvieron a punto de malograr el proyecto catalán para Escocia invitan a tomar distancias de toda inflamación nacionalista, regionalista o estatalista. Sobrecostes espectaculares los hay en muchas partes: en Valencia, en el nuevo aeropuerto de Berlín y en el Edimburgo de principios de siglo, por poner tres ejemplos. Hay muchos más. La inteligencia del proyecto de Miralles superó aquel traspié y hoy es una pieza arquitectónica de referencia que da prestigio a la Escocia soberana.

La historia es hermosa porque nos habla de cómo son realmente las cosas: un irregular pavimento.

 

Foto portada extraida de web