A lo largo de tantos años, uno se pregunta por qué no hemos conseguido revitalizar un espacio tan singular para dotarlo de nuevos usos
Publicado en Metropoli el 3 de febrero de 2024
El transcurso del tiempo siempre deja su huella, no solo en nosotros, sino también en los proyectos e iniciativas que alguna vez fueron innovadores y emblemáticos para la ciudad. Un ejemplo de ello son las antiguas galerías subterráneas de la Avenida de la Luz, cerradas desde hace 34 años. Estas galerías, pioneras en su tipo tanto en Barcelona como en Europa, se encontraban bajo la calle Pelayo, casi en la proximidad de La Rambla. El empresario Jaume Sabaté Quixal dio impulso a este proyecto en 1940, aprovechando la estructura preexistente desde 1929, parte de la estación de Plaza Catalunya de los FGC, construida con motivo de la Exposición Internacional de Barcelona en 1929.
En su apogeo, estas galerías experimentaron un éxito notable, tanto que el Ayuntamiento de Barcelona las reconoció como atracción turística en 1949. A pesar de que el proyecto inicial aspiraba a extender la galería hasta la Plaza Urquinaona, esta ambición nunca se materializó. En aquel entonces, la galería abarcaba 175 metros de longitud, divididos en tres secciones mediante imponentes columnas clásicas apareadas, lo que generaba un pasillo central más amplio. Se establecieron 68 locales que ofrecían productos de alta calidad, desde electrodomésticos, joyería y prendas de vestir, hasta un bar, una lavandería, una bombonería y hasta una tienda especializada en máquinas de coser Singer. Además, contaba con un cine llamado Avenida de la Luz. Estos más de 2.000 metros cuadrados albergaban un comercio de calidad que impresionaba los visitantes de aquella época.
Sin embargo, el éxito inicial no logró perdurar. Las galerías experimentaron un declive que, lamentablemente, culminó en su cierre en 1990 debido a una serie de problemas, que incluyen el insuficiente mantenimiento, la negligencia y problemas de seguridad. En un intento por subsistir, el cine optó por proyectar películas X, pero esta medida tampoco pudo evitar que cerrara. La opulencia inicial de las galerías se transformó en un espacio decadente, donde la presencia de sintecho, borracheras y suciedad se apoderó del entorno.
En la actualidad, la antigua sala de cine ha sido reacondicionada como sala de exposiciones de la compañía de ferrocarriles, abriendo sus puertas de manera temporal. Además, parte del antiguo pasillo subterráneo ahora alberga una tienda de cosméticos, la cual se integró con la construcción del edificio del Triangle en la plaza Catalunya. Las galerías tuvieron dos oportunidades de revitalización antes de su cierre definitivo. En 1950 y 1984, se planteó la posibilidad de remodelar el espacio para convertirlo en un centro con un enfoque similar a un bulevar artesanal, pero lamentablemente, ambas propuestas no llegaron a concretarse.
Es una verdadera lástima que un espacio tan emblemático para la ciudad, que simbolizó una inversión significativa de recursos, sueños e ilusiones, haya desaparecido desde hace tantos años. Esta sensación se intensifica al considerar que muchas de las marcas comerciales que se establecieron en ese lugar siguen existiendo en la actualidad. Con cierta melancolía, observamos cómo iniciativas innovadoras, que fueron referentes en la historia de nuestra ciudad, han quedado en el olvido hasta su completa desaparición.
A lo largo de tantos años, uno se pregunta por qué no hemos conseguido revitalizar un espacio tan singular para dotarlo de nuevos usos. En última instancia, solo nos quedan las nostálgicas referencias presentes en canciones de Loquillo, escenas de películas de Bigas Lunas o páginas de obras literarias como las de la escritora Maria Zaragoza, que mantienen viva en la memoria lo que fue un proyecto sepultado, nunca mejor dicho, en el subsuelo barcelonés.