Publicat el 27 de gener de 2014 a El País
Junto a la estatua del pintor Sir Joshua Reynolds, en el patio de acceso a la Royal Academy, habrá durante unos meses dos columnas amarillas. Una, tumbada y sin capitel, parece un banco. La otra, vertical, acompaña la estatua del que fuera el primer director de esta academia de arte londinense.Publicado el 27 de enero de 2014 en El País
Junto a la estatua del pintor Sir Joshua Reynolds, en el patio de acceso a la Royal Academy, habrá durante unos meses dos columnas amarillas. Una, tumbada y sin capitel, parece un banco. La otra, vertical, acompaña la estatua del que fuera el primer director de esta academia de arte londinense. El arquitecto portugués Álvaro Siza la ha puesto allí para hablar del origen más básico de la arquitectura: el nacimiento de la columna. Algo de eso -de lo más elemental de esta profesión- tiene la exposición Sensing Spaces que podrá visitarse hasta el seis de abril. Sin embargo, la muestra es también la manera más elevada de explicar la arquitectura. No trata de describir sino de hacer sentir los espacios, la luz y los límites, es decir, los elementos fundamentales de este arte útil que, precisamente por serlo, está irrenunciablemente ligado a un contexto económico y social que lo condiciona y que desaparece en una sala de exposiciones.
Tradicionalmente las muestras sobre arquitectura aburren a los profanos porque no se exprimen en ellas los elementos determinantes de la disciplina: el espacio y la luz. Las exposiciones abundan, en cambio, en detalles constructivos que alejan al espectador de la experiencia arquitectónica, de las sensaciones que esta disciplina es capaz de producir. Es obvio que la manera de experimentar la arquitectura es visitándola y, en ese sentido, tal vez se trate de una disciplina no “museable”. Con todo, que los manuales de su historia hasta hace pocas décadas se concentraran en el juicio de fachadas, secciones y plantas por encima de explicar la experiencia espacial intrínseca a la disciplina ha hecho pensar a la comisaria Kate Goodwin que la arquitectura podría explicarse de otra manera. ¿Cómo transmitir el influjo que ejerce en la vida de la gente?
Que el grupo elegido para representar que es hoy la arquitectura sea periférico lleva implícita una crítica a su globalización. Así, los siete proyectistas que han intervenido en la neo-palladiana Burlington House, donde tiene su sede la Royal Academy, han recurrido a la verdad de los materiales, a la sensación de los espacios y sus iluminaciones o han trabajado las ideas, e incluso la fantasía, pero, todos han evitado las experiencias meramente visuales que han caracterizado el glamour arquitectónico de los últimos tiempos. De ahí que esta exposición además de tratar de acercar la arquitectura a los profanos desde su esencia, indique a los expertos una idea de renovación: el abandono del espectáculo para recuperar los sentidos.
El resultado es diverso. Algunos proyectistas, como las irlandesas Grafton Architects, hacen arquitectura con una cubierta que consigue que el espectador experimente tanto la luz como la sombra. Otros, como Eduardo Souto de Moura, explican que su intervención no es arquitectura. “Se ha quedado en escultura”. El Pritzker portugués explica que “el espacio no existe sin límites”. Y eso ha destacado él, recreando dos umbrales en hormigón extrafino. “La arquitectura requiere continuar lo que otros han hecho”, plantea. Y su intervención subraya las capas de historia del edificio de la academia.
El chino Li Xiaoding cita a Lao Zi -“lo importante es el contenido, no el contenedor”- y recrea un laberinto de bambú como el que rodea la biblioteca que levantó en Liyuan. En su intervención no hay objeto arquitectónico. Los bambús que dirigen el paseo provocan una experiencia olfativa evocando al bosque.También el japonés Kengo Kuma -que se refiere a su obra en términos de género: espacio maternal envolvente y paternal impenetrable- busca asociar aroma y obra pero su instalación de bambús trenzados se queda en ornamento: el exceso de estímulos no consigue construir un espacio.
Por su parte, el africano Diébédo Francis Kéré ha levantado un refugio con paneles de plástico que los visitantes pueden alterar o completar. El proyectista de Burkina Faso formado en Berlín defiende la autoconstrucción pero logra mejores resultados trabajando con el barro que con el plástico. También la intervención del estudio chileno Pezo von Ellrichshausen tiene un aire primitivo, básico y sin embargo monumental, secreto, más cerca del descubrimiento paulatino que del efecto inmediato. Cuatro columnas de pino encierran escaleras que conducen a un prisma desde el que uno experimenta, a la vez, la grandiosidad y el detalle del edificio.
En las últimas décadas, la arquitectura ha resultado fundamental en la reformulación de las artes. ¿Eso convierte esta muestra en arte? ¿Cambia algo si juzgamos las intervenciones como arte o arquitectura? La sensación, como alternativa para la sorpresa, es la tónica dominante en una muestra que aboga por lo sutil para acercarse a lo perdurable y defiende la continuidad frente a la ruptura.
Goodwin admite que el conocimiento aumenta el disfrute, pero defiende la experiencia arquitectónica como descubrimiento citando a Winston Churchill “damos forma a los edificios y luego ellos nos dan forma a nosotros”.
El arquitecto portugués Álvaro Siza la ha puesto allí para hablar del origen más básico de la arquitectura: el nacimiento de la columna. Algo de eso -de lo más elemental de esta profesión- tiene la exposición Sensing Spaces que podrá visitarse hasta el seis de abril. Sin embargo, la muestra es también la manera más elevada de explicar la arquitectura. No trata de describir sino de hacer sentir los espacios, la luz y los límites, es decir, los elementos fundamentales de este arte útil que, precisamente por serlo, está irrenunciablemente ligado a un contexto económico y social que lo condiciona y que desaparece en una sala de exposiciones.
Tradicionalmente las muestras sobre arquitectura aburren a los profanos porque no se exprimen en ellas los elementos determinantes de la disciplina: el espacio y la luz. Las exposiciones abundan, en cambio, en detalles constructivos que alejan al espectador de la experiencia arquitectónica, de las sensaciones que esta disciplina es capaz de producir. Es obvio que la manera de experimentar la arquitectura es visitándola y, en ese sentido, tal vez se trate de una disciplina no “museable”. Con todo, que los manuales de su historia hasta hace pocas décadas se concentraran en el juicio de fachadas, secciones y plantas por encima de explicar la experiencia espacial intrínseca a la disciplina ha hecho pensar a la comisaria Kate Goodwin que la arquitectura podría explicarse de otra manera. ¿Cómo transmitir el influjo que ejerce en la vida de la gente?
Que el grupo elegido para representar que es hoy la arquitectura sea periférico lleva implícita una crítica a su globalización. Así, los siete proyectistas que han intervenido en la neo-palladiana Burlington House, donde tiene su sede la Royal Academy, han recurrido a la verdad de los materiales, a la sensación de los espacios y sus iluminaciones o han trabajado las ideas, e incluso la fantasía, pero, todos han evitado las experiencias meramente visuales que han caracterizado el glamour arquitectónico de los últimos tiempos. De ahí que esta exposición además de tratar de acercar la arquitectura a los profanos desde su esencia, indique a los expertos una idea de renovación: el abandono del espectáculo para recuperar los sentidos.
El resultado es diverso. Algunos proyectistas, como las irlandesas Grafton Architects, hacen arquitectura con una cubierta que consigue que el espectador experimente tanto la luz como la sombra. Otros, como Eduardo Souto de Moura, explican que su intervención no es arquitectura. “Se ha quedado en escultura”. El Pritzker portugués explica que “el espacio no existe sin límites”. Y eso ha destacado él, recreando dos umbrales en hormigón extrafino. “La arquitectura requiere continuar lo que otros han hecho”, plantea. Y su intervención subraya las capas de historia del edificio de la academia.
El chino Li Xiaoding cita a Lao Zi -“lo importante es el contenido, no el contenedor”- y recrea un laberinto de bambú como el que rodea la biblioteca que levantó en Liyuan. En su intervención no hay objeto arquitectónico. Los bambús que dirigen el paseo provocan una experiencia olfativa evocando al bosque.También el japonés Kengo Kuma -que se refiere a su obra en términos de género: espacio maternal envolvente y paternal impenetrable- busca asociar aroma y obra pero su instalación de bambús trenzados se queda en ornamento: el exceso de estímulos no consigue construir un espacio.
Por su parte, el africano Diébédo Francis Kéré ha levantado un refugio con paneles de plástico que los visitantes pueden alterar o completar. El proyectista de Burkina Faso formado en Berlín defiende la autoconstrucción pero logra mejores resultados trabajando con el barro que con el plástico. También la intervención del estudio chileno Pezo von Ellrichshausen tiene un aire primitivo, básico y sin embargo monumental, secreto, más cerca del descubrimiento paulatino que del efecto inmediato. Cuatro columnas de pino encierran escaleras que conducen a un prisma desde el que uno experimenta, a la vez, la grandiosidad y el detalle del edificio.
En las últimas décadas, la arquitectura ha resultado fundamental en la reformulación de las artes. ¿Eso convierte esta muestra en arte? ¿Cambia algo si juzgamos las intervenciones como arte o arquitectura? La sensación, como alternativa para la sorpresa, es la tónica dominante en una muestra que aboga por lo sutil para acercarse a lo perdurable y defiende la continuidad frente a la ruptura.
Goodwin admite que el conocimiento aumenta el disfrute, pero defiende la experiencia arquitectónica como descubrimiento citando a Winston Churchill “damos forma a los edificios y luego ellos nos dan forma a nosotros”.