Jordi Badia (AxA) ha firmado en Poblenou un bloque de 68 viviendas, la mayoría de unos 60 metros cuadrados, que se entregan estos días
Publicado en La Vanguardia el 17 de febrero de 2020
Algunos edificios están bien educados. Sus autores quisieron que fueran respetuosos con el entorno en el que iban a levantarse, sin renunciar a su propia voz. Bien educado no significa llamativo ni espectacular ni formalmente sorprendente, atributos que en los últimos tiempos se han asociado a la arquitectura más difundida. Significa lo contrario. La buena educación de un edificio es compatible con una vida discreta. Significa ser atento y sociable.
Jordi Badia ha firmado en Poblenou un bloque de 68 viviendas, la mayoría de unos 60 metros cuadrados, que se entregan estos días, aunque se terminaron hace ya un año. Este edificio de volumen predeterminado y dos cuerpos –uno de once niveles y otro de seis– podría ser un paradigma de arquitectura bien educada. Un primer rasgo de ello se aprecia en la selección del material: ladrillo, en consonancia con la tradición industrial decimonónica de la zona, aunque algo más oscuro. Otro es el suave “aplastamiento” –así lo denomina Badia– de algunos cantos, que le da un aire sutilmente más amable, a diferencia de los bloques que lo circundan, estrictamente rectilíneos. Otro es un deseo de transparencia en la planta baja, parcialmente logrado en los pasajes que la atraviesan de fachada a fachada, en el centro y los extremos del edificio, y simulado en el resto mediante un revestimiento de vidrio. Otro son las ventanas horizontales, a menudo casi continuas, en la tradición del movimiento moderno, que dan luminosidad a los interiores.
La buena educación se demuestra en cualquier circunstancia. También cuando, como aquí ocurre, la parcela atribuida por el Patronat Municipal de l’Habitatge parece garantizar la impunidad, además del anonimato: estas viviendas no tienen acceso directo por la calle, se sitúan entre arbustos y frutales en un patio de manzana que, a su vez, está en el corazón de una supermanzana, y son pues casi invisibles para el paseante distraído, y no digamos para el automovilista. Badia podría haberse explayado quizás un poco más, buscando la potencia formal de su aplaudido, y cercano, Can Framis. Pero no lo ha hecho. Al contrario, ha primado la relación con las construcciones vecinas. Y si en el tramo inferior de una de las fachadas laterales, de sección un tanto escultórica, ha optado por un muro ciego es porque en él no quiso poner ventanas, sabedor de que ese muro estará expuesto a una futura construcción colindante.
En línea con el neurocirujano Henry Marsh, cuyas memorias se titulan Ante todo no hagas daño , Badia suele indicar a sus estudiantes que una de las primeras obligaciones de la arquitectura es “no estorbar”. Aquí les ha ilustrado con un caso práctico.