El catalán de 93 años es el creador de la TMC, con la que impuso la idea de que “una lámpara debe alumbrar y no deslumbrar”
Publcado en El País el 13 de agosto 2024 | Anatxu Zabalbeascoa
El diseñador Miguel Milá (Barcelona, 1931) ha muerto este lunes, en un “hospital de Bilbao, cuando se encontraba de vacaciones con su hija Micaela y su nieto José”, ha informado Mercedes Milá, sobrina del fallecido. “Estaba tranquilo, se fue cantando habaneras”, ha añadido José María Milá. Decir que, con 93 años, le falló el corazón es casi blasfemo. Atribuirle defectos a un órgano capaz de aguantar alegre y productivo nueve décadas, de sobrevivir una Guerra Civil, de celebrar casi todos los premios —del Compasso d’Oro al Nacional del Diseño, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes o la reciente medalla de su propia ciudad—; pensar que flojea un corazón dispuesto a resistir modas y a ingeniárselas para dejar un puñado de diseños que conviven por igual en casas de hijos, padres y nietos es faltarle a la verdad de la vida.
El corazón y el ingenio de Milá dieron para mucho. También su sentido del deber, y del honor, cuando hablaba de su familia. O de sus maestros. Entre los suyos, su padre, el conde de Montseny, le dejó un legado: “Sé útil y te utilizarán”, que él supo ampliar. Entre sus maestros de Achille Castiglioni aprendió la cantera que podían ser las ferreterías mucho antes de que los minimalistas pusieran de moda los neones. Lo suyo no era visual, el objetivo de Milá, “prediseñador industrial”, como le gustaba llamarse, era reparador. O rescatador, porque cuando comenzó a construir sus muebles en España no existía apenas la industria, sus manualidades no se llamaban diseño y él trabajaba como un científico, a base de prueba y error en busca de la solución más sencilla: una arandela de plástico para sujetar una lámpara (TMM), o una escalera de caracol que podía ensamblar el usuario en su casa (M57 de DAE).
El ADN de sus trabajos está en su mirada pausada de hermano pequeño —comenzó trabajando para su hermano Alfonso y para Federico Correa—, de niño de posguerra que abandona su casa escondido en un camión y de joven tartamudo que funda una empresita, Trabajos Molestos, para cobrar un duro por ir a rellenar el mechero al estanco, y se acostumbra a trabajar con lo que tiene a mano. También el encuentro con el ingenio internacional, el de los países nórdicos, y la celebración del Mediterráneo. Esa fue otra clave Milá: “Más evolucionario que revolucionario”, afirmaba que solo sabía hablar de las cosas que le pasaban. Y eso ha sido su trabajo: lo que le ha pasado. Milá rara vez aceptaba un encargo. Proponía, cuando tenía una idea. Y tuvo la primera en los años sesenta, cuando dibujó una lámpara para que su tía Nuria Sagnier, hermana pequeña de su madre, “que se dedicaba a escribir sobre un único tema: Wagner”, pudiera trabajar en su despacho. Esa luminaria terminaría a por convertirse en la TMC, un diseño —Delta de oro Adi-FAD de 1961— que lleva 67 años demostrando que “una lámpara debe alumbrar y no deslumbrar”.
Más que hacer de todo, Milá supo elegir muy bien qué no hacer. Ni sucumbió a la posmodernidad, “la moda es lo que pasa de moda. Te quita personalidad, es un error pensar que te la da”, ni se dejó tentar por la tecnología innecesaria: “Los objetos que complican no me interesan. El diseño debe ayudar”.
Así, su trayectoria es un auténtico carpe diem del diseño. No es que tratara de aprovechar el momento, su decisión fue trabajar con lo disponible en cada instante y en cada lugar. Y a él le tocó una España empobrecida por la guerra y la falta de diálogo con una tradición mediterránea sabia que aunaba buen vivir con sobrevivir. Fue ahí donde él se puso a indagar. Le interesaban los artesanos capaces de inventar cosas indispensables para la vida diaria. Era de reciclar y de no desperdiciar, de no cambiar lo que funciona “quien progresa es el que sabe conservar lo bueno y no el que intenta destruir todo lo anterior para hacerlo de nuevo”.
Con 93 años, tuvo ocasión de ser pionero —suyo y de André Ricard fue el primer Premio Nacional de Diseño en 1989—, de retirarse y de regresar triunfante. Milá sabía que envejecer bien es potenciar tus valores. También que diseñar es ordenar. Por eso llevaba años poniendo orden entre sus cosas. En las últimas décadas: los homenajes, entrevistas, documentales, libros y exposiciones se han sucedido. Él acudía alegre, acompañado de su inseparable Cuqui para repetir su ideario sacado del mundo del toreo: “Clásico es lo que no se puede hacer mejor” y defender el confort, en una época visual “la calidad no entra por los ojos”. Sabía que el mejor diseño acompaña y no molesta. Que algo se haga presente a diario sin jamás molestar es diseño. Es el mejor diseño. Milá consiguió hacerlo.