Publicat el diumenge 13 d’abril del 2014 a El Periódico
Arquitectos, diseñadores y personalidades del mundo de la cultura aportan ideas al debate sobre el futuro de la centenaria plaza de torosPublicado el domingo 13 de abril del 2014 en El Periódico
Arquitectos, diseñadores y personalidades del mundo de la cultura aportan ideas al debate sobre el futuro de la centenaria plaza de toros
Con la misma incertidumbre con que se aguardaban las faenas del inefable Curro Romero, capaz de la mayor genialidad y de la faena más sonrojante. Con idéntica capacidad de sortear la indiferencia. Así se perfila el incierto futuro de la centenaria plaza Monumental, un zombi desde la abolición de los toros. Rareza y pedazo singular e imprescindible de la historia de Barcelona, para unos. Icono anacrónico y parche estético en el futuro de la ciudad, según otros.
Debate agitado y poliédrico, con la misma carga simbólica de las actuaciones del Faraón de Camas. Controversia en la técnica, discrepancia en el arte, asperezas sobre el proceder. Polémicas caídas del cielo. El mismo cielo que enfrenta a quienes taparían el coso para consagrar el edificio a un uso lo más polivalente posible con quienes mantendrían el ruedo al descubierto. A la primera opción se apunta el promotor musical Gay Mercader, casi 40 años después de traer a los Stones a la plaza. «Con el Palau Sant Jordi, la Monumental queda desfasada para los espectáculos. Pero a cubierto y con una logística más sofisticada volvería a ser alternativa», afirma.
ZONA EN AUGE / Una alternativa que descarta el arquitecto Daniel Mòdol, autor del rediseño socialista para las Glòries descartado por CiU. Destaca la pertinencia de atinar con el destino de la Monumental, al estar en la zona «con mayor auge de Barcelona», pero, aunque contempla un futuro ligado a la cultura, prescindiría de la faceta del espectáculo: «No faltan espacios en la ciudad más aptos para este fin», arguye.
Tampoco coincide con Mercader el urbanista Jordi Garcés, al preferir conservar el redondel abierto al cielo. Tan abierto como el destino que le daría, «ya que no puede tener su uso original», algo que lamenta «profundamente». «Si la gente viera el escenario desde la arena apreciaría toda su belleza», aduce. Por eso, espera que sea un espacio «de la gente de la calle», para que lo puedan «disfrutar». «Como un parque, aprovechando su disposición radial, con la gente transitando del entorno al centro», sugiere.
Su colega Juli Capella coincide en la pretensión de no tocar ni un elemento que no sea «el horrible vallado posterior que impide disfrutar de las vistas del edificio». Apela a la necesidad de preservar una arquitectura «absolutamente insólita». «Es un pedazo de historia petrificada, mucho más que un edificio, y el intento de cambiar cualquier parte sería una animalada», proclama. Si cuajara algún proyecto que no respetara su aspecto, preferiría «poner una bomba y consagrar un espacio verde a la ciudad». «Antes un jardín que el Frankenstein de Las Arenas», zanja.
Voz discrepante la de Jordi Rogent, quien fuera jefe de Patrimonio del ayuntamiento. Apuesta por una solución híbrida para la estructura, con techumbre y «mínimamente acondicionado para mantener el vacío central y, al máximo, la diafanidad de los espacios que lo rodean». Rogent espera no contemplar «nunca más» una corrida allí, pese a que admite la dificultad de redefinir un espacio concebido para una función tan específica. Recuerda que el Grupo Balañá, propietario de las instalaciones, las tiene «más que amortizadas», y espera que no se sobreexploten, y «se aprovechen las esquinas» para ubicar otras actividades sin «malograr» su imagen de circunferencia.
Una forma que la hace «singular», recuerda Josep Parcerisa, director del Laboratori d’Urbanisme de Barcelona. «Aparte de las plazas y del panteón de Roma, bien pocos edificios tiene forma de tambor», dice. Se devana los sesos para rentabilizar el espacio y propone un lugar polivalente donde organizar fiestas populares y conciertos, y hasta se atrevería con «bautizos de testigos de Jehová» y funciones de circo.
NO APTA PARA EL CIRCO / Un extremo que no aprueba Carlos Raluy, que cree que es «demasiado grande» para acoger a su compañía, aunque jamás la readaptaría, reivindicando su valor como «reclamo turístico». En el polo opuesto, Aïda Gascón, directora en España de Anima Naturalis, pone voz a la corriente rupturista y no le importaría que se derribara para «modernizar el espacio y adaptarlo a la sensibilidad y el skyline de la Barcelona del siglo XXI». Imposible: es un edificio catalogado y calificado como equipamiento para uso cultural, lúdico o deportivo. Propiedad para más información del Grupo Balañá, que es quien decidirá. A menos que alcance algún tipo de acuerdo con el ayuntamiento.
Con la misma incertidumbre con que se aguardaban las faenas del inefable Curro Romero, capaz de la mayor genialidad y de la faena más sonrojante. Con idéntica capacidad de sortear la indiferencia. Así se perfila el incierto futuro de la centenaria plaza Monumental, un zombi desde la abolición de los toros. Rareza y pedazo singular e imprescindible de la historia de Barcelona, para unos. Icono anacrónico y parche estético en el futuro de la ciudad, según otros.
Debate agitado y poliédrico, con la misma carga simbólica de las actuaciones del Faraón de Camas. Controversia en la técnica, discrepancia en el arte, asperezas sobre el proceder. Polémicas caídas del cielo. El mismo cielo que enfrenta a quienes taparían el coso para consagrar el edificio a un uso lo más polivalente posible con quienes mantendrían el ruedo al descubierto. A la primera opción se apunta el promotor musical Gay Mercader, casi 40 años después de traer a los Stones a la plaza. «Con el Palau Sant Jordi, la Monumental queda desfasada para los espectáculos. Pero a cubierto y con una logística más sofisticada volvería a ser alternativa», afirma.
ZONA EN AUGE / Una alternativa que descarta el arquitecto Daniel Mòdol, autor del rediseño socialista para las Glòries descartado por CiU. Destaca la pertinencia de atinar con el destino de la Monumental, al estar en la zona «con mayor auge de Barcelona», pero, aunque contempla un futuro ligado a la cultura, prescindiría de la faceta del espectáculo: «No faltan espacios en la ciudad más aptos para este fin», arguye.
Tampoco coincide con Mercader el urbanista Jordi Garcés, al preferir conservar el redondel abierto al cielo. Tan abierto como el destino que le daría, «ya que no puede tener su uso original», algo que lamenta «profundamente». «Si la gente viera el escenario desde la arena apreciaría toda su belleza», aduce. Por eso, espera que sea un espacio «de la gente de la calle», para que lo puedan «disfrutar». «Como un parque, aprovechando su disposición radial, con la gente transitando del entorno al centro», sugiere.
Su colega Juli Capella coincide en la pretensión de no tocar ni un elemento que no sea «el horrible vallado posterior que impide disfrutar de las vistas del edificio». Apela a la necesidad de preservar una arquitectura «absolutamente insólita». «Es un pedazo de historia petrificada, mucho más que un edificio, y el intento de cambiar cualquier parte sería una animalada», proclama. Si cuajara algún proyecto que no respetara su aspecto, preferiría «poner una bomba y consagrar un espacio verde a la ciudad». «Antes un jardín que el Frankenstein de Las Arenas», zanja.
Voz discrepante la de Jordi Rogent, quien fuera jefe de Patrimonio del ayuntamiento. Apuesta por una solución híbrida para la estructura, con techumbre y «mínimamente acondicionado para mantener el vacío central y, al máximo, la diafanidad de los espacios que lo rodean». Rogent espera no contemplar «nunca más» una corrida allí, pese a que admite la dificultad de redefinir un espacio concebido para una función tan específica. Recuerda que el Grupo Balañá, propietario de las instalaciones, las tiene «más que amortizadas», y espera que no se sobreexploten, y «se aprovechen las esquinas» para ubicar otras actividades sin «malograr» su imagen de circunferencia.
Una forma que la hace «singular», recuerda Josep Parcerisa, director del Laboratori d’Urbanisme de Barcelona. «Aparte de las plazas y del panteón de Roma, bien pocos edificios tiene forma de tambor», dice. Se devana los sesos para rentabilizar el espacio y propone un lugar polivalente donde organizar fiestas populares y conciertos, y hasta se atrevería con «bautizos de testigos de Jehová» y funciones de circo.
NO APTA PARA EL CIRCO / Un extremo que no aprueba Carlos Raluy, que cree que es «demasiado grande» para acoger a su compañía, aunque jamás la readaptaría, reivindicando su valor como «reclamo turístico». En el polo opuesto, Aïda Gascón, directora en España de Anima Naturalis, pone voz a la corriente rupturista y no le importaría que se derribara para «modernizar el espacio y adaptarlo a la sensibilidad y el skyline de la Barcelona del siglo XXI». Imposible: es un edificio catalogado y calificado como equipamiento para uso cultural, lúdico o deportivo. Propiedad para más información del Grupo Balañá, que es quien decidirá. A menos que alcance algún tipo de acuerdo con el ayuntamiento.