La arquitectura tiene la responsabilidad de poder dotar de la capacidad narrativa que ayuda a entender parte de nuestra historia
Publicado en Metrópoli el 18 de julio de 2021
Estos días hemos podido ver como se derribaba el edificio donde estaba ubicado la sucursal de la cooperativa La Flor de Maig, situado en la esquina de las calles Marià Cubí con Sagués. La Sociedad Cooperativa La Flor de Maig, nació en Poblenou en el año 1890, y tuvo un rápido crecimiento e implantación. En pocos años abrió siete sucursales, convirtiéndose en una de las cuatro cooperativas más importantes de Catalunya, favoreciendo el desarrollo asociativo de la clase obrera catalana. Una cooperativa con una actividad muy dinámica, con diferentes acciones culturales además de una importe acción social de asistencia a la vejez, a la invalidez y a las mujeres embarazadas. La intencionalidad era cubrir las necesidades básicas de las clases trabajadoras.
La sede de La Flor de Maig de la calle Sagués, fue la sucursal número 6, y durante años constituyó un espacio de encuentro para el asociacionismo del barrio. El edificio, de corte clásico con un balcón corrido que discurría por toda la fachada en esquina, constaba de una tienda de la cooperativa en planta baja, y un gran bar en el piso superior. Pero a principios de los años 50 la cooperativa cesó sus actividades quedando el edificio vacío, para más tarde ubicarse una carpintería y más adelante el bar de copas Universal.
La picota ha sido implacable, ha borrado cualquier recuerdo de lo que fue un lugar de encuentro de la ciudadanía, provocando la pérdida patrimonial que sin duda una acción así comporta. Desde el consistorio apuntaban el poco interés arquitectónico que tenía el edificio, aunque lo que sí es cierto, que subrayaban el valor sentimental de la memoria de un espacio donde la participación colectiva y el voluntariado fue durante unos años la base de una fuerte presencia social.
Indiscutiblemente la cooperativa La Flor de Maig forma parte de la memoria colectiva. Porque en definitiva, con su historia nos aporta conocimiento, y nos permite recordar el pasado, de aquello que ya no está presente. Un proceso que sirve para establecer un tejido emocional social que habitualmente está muy ligado con el lugar del recuerdo. El psicólogo y sociólogo Maurice Halbwachs en el siglo pasado, definía la memoria colectiva como el conglomerado de recuerdos y de memorias que atesora y destaca la sociedad en su conjunto. Mirar hacia atrás y poder interpretar la historia según los acontecimientos más significativos del pasado, determina una parte importante de lo que se entiende como el patrimonio cultural de una sociedad. La arquitectura en muchos casos, tiene esta responsabilidad al poder dotar de la capacidad narrativa que ayuda a entender parte de nuestra historia. Por esto el lugar es tan importante, y vemos en este caso, cuando la excavadora arranca las vivencias de tantos años de asociacionismo, desoye la importancia histórica que tiene la arquitectura como lugar donde reposa la memoria.
El Catálogo de Protección que preserva aquellos edificios de la ciudad, que por sus especiales características arquitectónicas hacen que sea necesario su conservación, tendría que hacer posible también, el preservar aquellos lugares donde pudiera prevalecer el recuerdo de las que en su día fueran las aspiraciones y actividades ciudadanas, porque a fin de cuentas también están dibujando nuestra historia.
Desgraciadamente en esta ocasión también es verdad… que rápido se puede perder la memoria.