La ‘gentrificación’ internacionaliza las barriadas de Río, pero amenaza a muchos vecinos incapaces de afrontar los preciosLa ‘gentrificación’ internacionaliza las barriadas de Río, pero amenaza a muchos vecinos incapaces de afrontar los precios
Publicado el domingo, 30 de Noviembre de 2014 en EL MUNDO
GERMÁN ARANDA | Ya no hay quien se resista a las favelas de Río de Janeiro, o al menos a las que están cerca de los principales barrios turísticos de la ciudad. Gringos, como se conoce aquí al extranjero, y curiosos las frecuentan diariamente, pero también se vienen instalando, cada vez más, jóvenes de clase media e inmigrantes de todo el mundo que eligen el encanto y los precios más accesibles de las humildes barriadas. Tras ellos, llegaron las inversiones privadas, hoteles, restaurantes y especulación inmobiliaria, imponiendo unos precios que asfixian a muchos habitantes y llevándoles, en muchos casos, a abandonar su barrio de toda la vida en lo que se conoce como «expulsión blanca».
La gentrificación, fenómeno que convierte barrios populares en lugares cool y caros, ha llegado a las favelas de Río y amenaza con cambiarlas para siempre. Hasta el futbolista David Beckham ha sucumbido a sus encantos: pagó un millón de reales (unos 330.000 euros) por una casa en la favela de Vidigal. A la derecha de las vistas panorámicas, se destaca una enorme palmera que se eleva sobre las casuchas de ladrillo, siempre a medio hacer, siempre queriendo crecer más, un piso más, un alojamiento más para la familia o para alquilarlo. A la izquierda, en el otro extremo de la foto, y muy a lo lejos, el Cristo Redentor coronando una de las montañas que forman una sinuosa línea única ante tus ojos. Y entremedio, la vida en todos sus matices, los niños jugando con cometas en la comunidad, más lejos los rascacielos frente a la playa de Ipanema y su respectivo mar. Un batido de sensaciones irresistible que se llama Vidigal y donde sus vecinos desde hace tres años ya no tienen que convivir con el terror del narcotráfico armado.
Desde noviembre de 2011, los que ostentan armas en Vidigal son los agentes policiales, gracias al proyecto de las UPP –Unidades de Policía Pacificadora–, que intenta expulsar al narcotráfico armado para que el Estado controle el territorio en vez de enfrentarse a él en operaciones puntuales que suelen generar muchas muertes. Aunque esta pacificación afronta frecuentes crisis con tiroteos y torturas policiales en favelas como Cantagalo o Alemao, las más cercanas a las playas cariocas mantienen sus altos precios de alquiler y siguen atrayendo a los turistas.
El caso de Vidigal es el más exponencial de esta gentrificación y también el más tranquilo. No se han registrado grandes episodios de violencia en los últimos años y la relación de los ciudadanos con la policía no es tan tensa. En lo alto de Vidigal vive Mara Araujo, de 37 años, cuyo alquiler de su casa con dos habitaciones ha pasado de 300 reales (100 euros) a 900 (300) en un solo año. Y es una privilegiada, pues en internet ese precio es ya el que piden por sencillas habitaciones en la misma favela. «Estuve a punto de irme, pero el resto de la ciudad está igual de caro», lamenta Mara, que además asegura que sus hijos «no van a ser igual de felices aquí que en ningún otro lugar». Si se fueran a los barrios más baratos debería gastar horas en el transporte público para llegar a Leblon, donde trabaja como empleada doméstica. Durante la entrevista, sus dos pequeños juguetean con el perro chow-chow de su amiga Helen, que tiene una casa por la que durante el pasado Mundial le ofrecieron 180.000 reales (60.000 euros), cuatro veces lo que pagó. Dijo que no.
Al lado de sus residencias hay ya dos hostales y un novísimo hotel, el Mirante do Avrao, que ofrece habitaciones de semilujo a 400 reales (unos 130 euros) la noche. Copropietario del lugar, Conrado Denton asegura que se quedó «maravillado» cuando llegó a conocer Vidigal hace tres años. «El gobernador y el alcalde me dijeron que estaban creando un modelo de barrio que iba a ser copiado en otras comunidades. Aquí la pacificación supuso un cambio enorme y se puede pasear a cualquier hora sin ningún problema», afirma.
Su realidad como inversor, así como la de los centenares de jóvenes alternativos de los barrios bien que frecuentan las fiestas de Vidigal o sus recién llegados estudiantes y extranjeros, dista mucho de la de los moradores, que se ven asfixiados por el precio de la compra o el alquiler en un barrio en el que hasta hace poco era posible vivir con un salario mínimo, hoy en día de 724 reales (unos 240 euros). La asociación de vecinos de la favela organiza debates en los que los vecinos hablan sobre la cantidad de amigos que han abandonado el barrio y lo difícil que es seguir allí. Participa también Theresa Williamson, urbanista y creadora de la ONG Comunidades Catalisadoras, que estimula el debate y las soluciones urbanas entre los vecinos.
«Las favelas son todavía el principal stock de vivienda a precio accesible. Hay muy poca vivienda pública y su calidad muchas veces es peor que la de las favelas», advierte. Una pregunta flota en el aire húmedo de la ciudad: ¿A dónde irán los casi un millón y medio de habitantes de favelas de Río que no pueden pagar un alquiler en la ciudad si los precios siguen subiendo también en las afueras?
Foto portada extraida de EL MUNDO | Terraza en las favelas de Río de Janeiro, Brasil | GERMÁN ARANDA
Publicado el domingo, 30 de Noviembre de 2014 en EL MUNDO
GERMÁN ARANDA | Ya no hay quien se resista a las favelas de Río de Janeiro, o al menos a las que están cerca de los principales barrios turísticos de la ciudad. Gringos, como se conoce aquí al extranjero, y curiosos las frecuentan diariamente, pero también se vienen instalando, cada vez más, jóvenes de clase media e inmigrantes de todo el mundo que eligen el encanto y los precios más accesibles de las humildes barriadas. Tras ellos, llegaron las inversiones privadas, hoteles, restaurantes y especulación inmobiliaria, imponiendo unos precios que asfixian a muchos habitantes y llevándoles, en muchos casos, a abandonar su barrio de toda la vida en lo que se conoce como «expulsión blanca».
La gentrificación, fenómeno que convierte barrios populares en lugares cool y caros, ha llegado a las favelas de Río y amenaza con cambiarlas para siempre. Hasta el futbolista David Beckham ha sucumbido a sus encantos: pagó un millón de reales (unos 330.000 euros) por una casa en la favela de Vidigal. A la derecha de las vistas panorámicas, se destaca una enorme palmera que se eleva sobre las casuchas de ladrillo, siempre a medio hacer, siempre queriendo crecer más, un piso más, un alojamiento más para la familia o para alquilarlo. A la izquierda, en el otro extremo de la foto, y muy a lo lejos, el Cristo Redentor coronando una de las montañas que forman una sinuosa línea única ante tus ojos. Y entremedio, la vida en todos sus matices, los niños jugando con cometas en la comunidad, más lejos los rascacielos frente a la playa de Ipanema y su respectivo mar. Un batido de sensaciones irresistible que se llama Vidigal y donde sus vecinos desde hace tres años ya no tienen que convivir con el terror del narcotráfico armado.
Desde noviembre de 2011, los que ostentan armas en Vidigal son los agentes policiales, gracias al proyecto de las UPP –Unidades de Policía Pacificadora–, que intenta expulsar al narcotráfico armado para que el Estado controle el territorio en vez de enfrentarse a él en operaciones puntuales que suelen generar muchas muertes. Aunque esta pacificación afronta frecuentes crisis con tiroteos y torturas policiales en favelas como Cantagalo o Alemao, las más cercanas a las playas cariocas mantienen sus altos precios de alquiler y siguen atrayendo a los turistas.
El caso de Vidigal es el más exponencial de esta gentrificación y también el más tranquilo. No se han registrado grandes episodios de violencia en los últimos años y la relación de los ciudadanos con la policía no es tan tensa. En lo alto de Vidigal vive Mara Araujo, de 37 años, cuyo alquiler de su casa con dos habitaciones ha pasado de 300 reales (100 euros) a 900 (300) en un solo año. Y es una privilegiada, pues en internet ese precio es ya el que piden por sencillas habitaciones en la misma favela. «Estuve a punto de irme, pero el resto de la ciudad está igual de caro», lamenta Mara, que además asegura que sus hijos «no van a ser igual de felices aquí que en ningún otro lugar». Si se fueran a los barrios más baratos debería gastar horas en el transporte público para llegar a Leblon, donde trabaja como empleada doméstica. Durante la entrevista, sus dos pequeños juguetean con el perro chow-chow de su amiga Helen, que tiene una casa por la que durante el pasado Mundial le ofrecieron 180.000 reales (60.000 euros), cuatro veces lo que pagó. Dijo que no.
Al lado de sus residencias hay ya dos hostales y un novísimo hotel, el Mirante do Avrao, que ofrece habitaciones de semilujo a 400 reales (unos 130 euros) la noche. Copropietario del lugar, Conrado Denton asegura que se quedó «maravillado» cuando llegó a conocer Vidigal hace tres años. «El gobernador y el alcalde me dijeron que estaban creando un modelo de barrio que iba a ser copiado en otras comunidades. Aquí la pacificación supuso un cambio enorme y se puede pasear a cualquier hora sin ningún problema», afirma.
Su realidad como inversor, así como la de los centenares de jóvenes alternativos de los barrios bien que frecuentan las fiestas de Vidigal o sus recién llegados estudiantes y extranjeros, dista mucho de la de los moradores, que se ven asfixiados por el precio de la compra o el alquiler en un barrio en el que hasta hace poco era posible vivir con un salario mínimo, hoy en día de 724 reales (unos 240 euros). La asociación de vecinos de la favela organiza debates en los que los vecinos hablan sobre la cantidad de amigos que han abandonado el barrio y lo difícil que es seguir allí. Participa también Theresa Williamson, urbanista y creadora de la ONG Comunidades Catalisadoras, que estimula el debate y las soluciones urbanas entre los vecinos.
«Las favelas son todavía el principal stock de vivienda a precio accesible. Hay muy poca vivienda pública y su calidad muchas veces es peor que la de las favelas», advierte. Una pregunta flota en el aire húmedo de la ciudad: ¿A dónde irán los casi un millón y medio de habitantes de favelas de Río que no pueden pagar un alquiler en la ciudad si los precios siguen subiendo también en las afueras?
Foto portada extraida de EL MUNDO | Terraza en las favelas de Río de Janeiro, Brasil | GERMÁN ARANDA