Alumnos de la escuela de diseño Elisava plantan 150 sillas en el paseo para mostrar su trabajo y facilitar la (difícil) comunicación entre turistas y vecinos.
La iniciativa, que se lleva a cabo de forma anual desde hace 27 años, en esta edición se enmarca en el proceso ‘cooperativo’ de repensar la transitada calle.
Publicat el dissabte 10 de març de 2018 a El Periódico. Helena López
Karima y Mahnoor, de 13 y 11 años, viven en el mismo edificio del Raval. Cruzan cada día la Rambla para ir al cole. Cuatro veces al día, para ser exactos. A las nueve, a las 12, a las tres y a las cinco. Este viernes a las 12, en uno de sus cotidianos paseos de vuelta a casa para el almuerzo, han encontrado el paseo cambiado. 150 sillas de madera, de diseño, repartidas por Santa Mònica, dispuestas para que el transeúnte las disfrute a su antojo. Puestas al sol de esta soleada mañana casi primaveral. Para que se las hagan suyas (y, con ellas, la Rambla).
-¿Qué le falta, a la Rambla?- les pregunta una de las universitarias que dinamiza la ‘performance’ organizada por Elisava desde hace 27 años.
-¿A la Rambla? ¡Nada! ¡Si tiene de todo! ¡Tiendas y el McDonalds! – resumen las niñas encantadas.
-¿Nada? ¿Seguro? – insiste, profesional, la estudiante.
– Bueno, sí. Semáforos en los cruces. Aquí hay un semáforo, y va muy bien, pero allí, y en el otro cruce, solo un paso de cebra, y a veces cuesta cruzar. Tendría que haber más semáforos- prosiguen las sonrientes niñas, quienes explican orgullosas que también pasean por la Rambla los fines de semana, para bajar al Maremagnum.
La estudiante de Elisava anota con interés en una libreta las respuestas de las pequeñas.
Este año, la tradicional acción, ‘Cadires a La Rambla’ se enmarca dentro del proyecto cooperativo de transformación del espacio público iniciado en el paseo, reconvirtiendo la acción en ‘Converses a la Rambla’.
Sin un tornillo
A pocos metros de Karima y Mahnoor, dos señoras disfrutan del sol sobre dos de las sillas diseñadas y construidas por los alumnos de la primero de la escuela de diseño, como Núria Cardona y Marta Ferré, de 19 y 18 años, “con el reto de estar hechas con madera de un centímetro de grosor y acoplando las piezas sin ningún elemento de fijación”. “Vivimos lejos y venimos aquí solo a pasear, así que no nos afecta mucho lo que hagan”, responden con sinceridad. “¿Si creemos que es un lugar seguro? De día, que es cuando bajamos nosotras, sí. Vas siempre con el bolso, delante, bien cogido, eso sí, pero como en todas partes en las que hay aglomeraciones”, continúan las mujeres, a quien las sillas les han venido como agua de mayo, ya que llevaban rato andando, y en en el kilómetro que separa la calle de Tallers y Santa Mònica no hay un triste banco público.
Un poco más allá, de pie, Sílvia Villabona le cuenta a otra de las dinamizadoras que ha venido desde Olot. “Llegué a Catalunya hace 20 años para casarme y me fui directamente a Olot. Recuerdo que los primeros años, venía a Barcelona a sentarme en la Rambla, a ver a la gente pasar. Era como mirar una película sobre la vida en la ciudad, y sentía que yo, al irme paseando por ella, era como si me metiera en el film”, relata la mujer. “Pero hace mucho tiempo que ya no lo hago. Ahora la vida pasa mucho más rápido por aquí, y parece que solo se escucha ruido de maletas”, continúa. Quizá también tiene que ver que en la parte baja del paseo no haya donde sentarse, a no ser que se haga en una de las muchas terrazas, pasando por caja.
Punto de encuentro real
La idea de sumar el clásico ‘Cadires a la Rambla’ al actual proceso de discusión sobre el paseo nace de Danae Esparza, jefa de estudios de la escuela de diseño. “Propuse aprovechar esta actividad para convertirla en punto de encuentro entre vecinos y turistas. Hay pocos espacios en los que los vecinos puedan compartir con los visitantes el malestar que la gestión del turismo genera entre los vecinos”, señala Esparza. La idea gustó y redactaron las 16 preguntas del cuestionario, en tres lenguas, para compartirlo con turistas y vecinos y ver qué visión tiene cada uno del lugar.
El proceso cooperativo ‘Les Rambles’ en el que este año se ha enmarcado la ‘plantada’ de sillas surge de la propuesta que el equipo kmZero -formado por arquitectos, sociólogos, economistas, geógrafos, historiadores…- hizo en el concurso internacional convocado por el Ayuntamiento de Barcelona para dinamizar y remodelar el paseo con el que la ciudadanía tiene una relación de amor-odio. “Este es un proceso cooperativo entre técnicos, ciudadanía y administración para poner en marcha una propuesta de urbanización y rediseño mediante una metodología innovadora, superando la participación clásica”, señala la arquitecta Itziar González, su ideóloga, quien también se plantea repetir la experiencia de las sillas con más asiduidad.