¿Qué efectos tendrán las supermanzanas? ¿Se ha hecho una simulación rigurosa?
Publicado en La Vanguardia el 3 de agosto de 2021 | Foto: Xavier Cervera
El reciente debate en el Col·legi d’ Arquitectes sobre las supermanzanas y su implantación en el Eixample se inició con la presentación de Salvador Rueda, centrada en los objetivos e indicadores del llamado urbanismo ecosistémico, con una aparición, en el minuto final, del esquema físico de la supermanzana. Como estábamos en la casa de los arquitectos, hice notar que convendría valorar precisamente el dibujo.
A mi entender, los objetivos expuestos sobre la protección de la salud, la reducción de los vehículos y la polución o la mejora del verde no llevan necesariamente al modelo de supermanzanas. El salto desde la teoría en el dibujo es considerable. Porque la discusión no está en el qué, sino en el cómo. Claro está que hay que reducir el número de vehículos. Pero los mismos objetivos –que no se discuten– pueden alcanzarse con otros modelos. Por ejemplo, el iniciado el 1986-1992, periodo en el que la ciudad hizo un salto cualitativo en parques y equipamientos, protagonismo para los peatones y espacios de convivencia. Un modelo urbano cuya columna vertebral fue la defensa de los residentes sin debilitar el potencial del Eixample.
Hay al menos dos condiciones que la posible implantación de supermanzanas en el Eixample tendría que cumplir. La primera es el mantenimiento de usos mixtos, evitando la excesiva terciarización y garantizando un umbral mínimo de residentes, pero también la pérdida de su potencial organizador de la ciudad y el territorio; es decir, manteniendo el equilibrio global y local.
Esta condición es esencial. No tienen tanta importancia los colorines, New Jersey, e inventos del “urbanismo táctico” –cuya provisionalidad no justifica la descuidada ejecución–, como los efectos que a medio plazo pueda tener el nuevo rumbo sobre el peso y el valor –urbano, social, económico– del Eixample. ¿Cuáles serán los efectos de las supermanzanas sobre la continuada pérdida de residentes o sobre la radicación de las actividades, instituciones y equipamientos que, más allá del turismo, definen la fortaleza del Eixample? ¿Se ha hecho una simulación rigurosa? ¿Se han examinado las experiencias europeas?
La segunda condición es el mantenimiento de la regularidad, la isotropía de la malla, la jerarquía viaria y el orden urbano que garantiza la potente imagen formal del Eixample, y que define la calidad del apoyo a las actividades. El modelo 5-10-5 (acera-calzada-acera), único en el mundo, ha funcionado siempre y en toda circunstancia. Como advirtió Manuel de Solà-Morales, en el 2008 “es una idea de Ciudad (…) la que la trama de soporte del Eixample garantiza. Y por ello manipular este apoyo es tan peligroso. Cuando hemos visto algunas calles desfiguradas en su sección acera-árbol-acera, por atención a criterios inmediatos, hemos visto perder su pertinencia a una idea unitaria y debilitar su valor de soporte extensivo, genérico”. Palabras oportunas que, desgraciadamente, su autor no puede hoy ampliar.
Finalmente querría hacer notar la incidencia que una determinada configuración de supermanzanas puede tener sobre el plan del Eixample implícito en el catálogo del patrimonio del año 1986, el área central protegida del cual incluye la configuración del espacio público –dimensionado, ritmo y proporción, urbanización y arbolado– en tanto que elemento de alto valor patrimonial.