El estudio español que capitanea Fermín Vázquez (B720) inaugura en São Paulo un rascacielos ventilado que apuesta por dividir la vida entre el espacio interior y el exterior también en las alturas.
Publicat el dimarts 13 de març de 2018 a El País. Anatxu Zabalbeascoa
Los rascacielos recientes se cierran al espacio exterior. Al tiempo que acercan las vistas, separan el cuerpo. Sus muros cortina de vidrio los blindan contra los vientos, los protegen frente a los accidentes y favorecen la rotundidad de su huella, su marca arquitectónica. Pero se pierden las brisas, la expresión fragmentada y la historia: no siempre fue así.
Es cierto que las alturas han aumentado y que levantar sólidos prismas resuelve con un único gesto y pocos materiales muchas cuestiones estructurales, de seguridad, mantenimiento y de marca formal. Sin embargo, los primeros rascacielos levantados en São Paulo abrían sus ventanas a refrescar sus interiores. El edificio Martinelli, que fue el primer rascacielos levantado en Brasil, lleva el nombre de su dueño y arquitecto y aumentó de 12 a 30 plantas tras una primera inauguración en 1929. También el Altino Arantes, conocido como Banespa, deja pasar las brisas aunque, en 1947, fuera el rascacielos más alto del mundo fuera de EE UU, y viera cómo Plínio Botelho do Amaral alteraba sus planos para asemejarse al Empire State de Nueva York. Ambas torres pioneras de São Paulo, hablan de un idioma más cercano a las viviendas habituales, con una parte interior y otra exterior, o a una arquitectura permeable, de país tropical, simplemente apilada en altura. ¿Es eso posible? ¿Se puede vivir en altura sin habitar enclaustrado? ¿Cuál será el modelo para densificar las viviendas urbanas? Las 25 plantas del primer edificio que ha levantado Fermín Vázquez en São Paulo demuestran que la idea de apilar ordenadamente lo mejor de la vivienda a ras de suelo no es una mala opción de futuro.
Es la próspera clase media alta de la capital económica de Brasil la que demanda densificar los centros y no alejarse a vivir en la periferia. Por eso, en las 25 alturas de esta torre caben 123 apartamentos y un zócalo con zonas comunes donde se aloja la recepción, un gimnasio, una sala social, una piscina cubierta y un restaurante.
Vázquez apostó por las grandes terrazas para lidiar con las limitaciones volumétricas que imponía la normativa. No quería un rascacielos monótono ni estridencias gratuitas para construirle un carácter artificioso a su torre. Quería que esa “personalidad” naciera del propio edificio. Por eso recurrió al color y buscó dibujar una torre esbelta. “Quería la singularidad de los buenos modales”, explica.
Por eso, en las fachadas norte y sur, los balcones son profundos para evitar la excesiva radiación solar, mientras que las que dan a este y oeste, las más expuestas en el clima de São Paulo, están protegidas por una fachada ventilada de piezas cerámicas esmaltadas (el color) de gran formato. Ese revestimiento se convierte en celosía al llegar a los balcones laterales preservando la intimidad, manteniendo la ventilación y conservando la forma homogénea del edificio.
El cliente pidió una torre expresiva y coloreada. Y el equipo de Vázquez supo complacerle y darle sentido al color y a las decisiones arquitectónicas en un ejercicio marcado por ambos, el lugar y el conocimiento arquitectónico.