Sus cualidades son la inmediatez, la economía y la reversibilidad, que son a la vez sus puntos débiles
Según el geógrafo y urbanista David Harvey, “la libertad en la ciudad es mucho más que un derecho a lo que ya existe. Es el derecho a cambiarnos nosotros mismos, cambiando la ciudad según el deseo de nuestro corazón”. Precioso, pero eso resulta casi imposible. El planeamiento urbano es un mastodonte, lento, farragoso y rígido. Son planes a largo plazo, que cuestan mucho de configurar y más de cambiar. Y además son costosísimos. Por lo que transformar la ciudad está siempre altamente restringido.
Todos hemos visto como pasaban años para arreglar un mísero rincón del barrio. Ante esta pesada inercia, la vitalidad de una ciudad como Barcelona ha inventado salidas. De hecho, Bohigas se lanzó en los 80 a encargar plazas, calles y pequeñas mejoras urbanas –con abundantes críticas– ante la imposibilidad de acometer grandes transformaciones. Por otro lado, el urbanismo efímero ha existido siempre, desde montar una fiesta mayor, a las casetas de ferias de libros y juguetes o la iluminación navideña. Las acciones -no lo llamemos urbanismo- sobre el espacio público han sido una constante con muy diversos resultados.
Y hace una década esa actividad se bautizó como Urbanismo Táctico; sus cualidades son la inmediatez, la economía y la reversibilidad, que son a la vez sus puntos débiles. Por eso el tanteo del tactismo sirve como termómetro para dos cuestiones: sondear y medir el acierto o no de la propuesta y generar un debate abierto. Esto es lo que por fin está sucediendo en Barcelona, con la excusa del covid, después de años de pasividad. Por fin ahora todo el mundo se interesa por lo que pasa en la calle y opina. Bravo. Aunque sea para ciscarse en ello. Bienvenido sea pues el debate generado. Servirá para que el Ayuntamiento deshaga los errores cometidos, pero sobre todo para que aproveche los aciertos, también notorios, y los consolide con mejor calidad. Y para avanzar en diálogo con los ciudadanos, instituciones y oposición.
Lo importante es que todo tactismo se inscribe en una estrategia, y esta a su vez en un objetivo global de ciudad que es lo que se persigue. Eso es lo verdaderamente importante más allá del color de las pinturas o si los elementos urbanos son feos o bonitos. El nuevo urbanismo municipal prioriza a la persona, atiende a la movilidad, la dignificación y disfrute de lo público, y la salud de sus habitantes. Un proyecto sólido con el que es difícil estar en desacuerdo.
Barcelona debe cumplir con sus compromisos de reducción de contaminación y aumento de verde. Y para ese horizonte complejo necesita herramientas ligeras en manos cualificadas, y luego también maquinaria pesada de mentes claras. Lo que se va ensayando ha de dar pie a nuevas soluciones sistémicas y sanadoras. Pero necesitamos acciones y no más discursos de ciudades idílicas. El Ayuntamiento ha sintonizado con el ‘zeigeist’ de los tiempos que corren y se ha arriesgado. Lo importante es que se ejerza el urbanismo, sea táctico, estratégico o cuántico, que también existe.