Desconocíamos que el Ayuntamiento considere que la ciudad ha perdido el primer lugar peninsular en diseño
Publicado en La Vanguardia el 4 de julio de 2020
Mira por dónde, el calendario se acaba de mostrar severo, o más bien sarcástico, con Barcelona. Con pocos días de diferencia se ha anunciado la creación de un cartel que tiene que proporcionar una identidad moderna y competitiva de la ciudad, y al mismo tiempo se ha recordado la figura del eminente cartelista y diseñador gráfico Milton Glaser, autor del rediseño de La Vanguardia el año 1989. Ver al lado el cartel dedicado a Bob Dylan y el pobre resultado de la estrategia diseñada por la Barcelona que viene, invita a hacer comparaciones. Aunque no vienen demasiado al caso por la sencilla razón que, sin que nadie se ofenda, lo único que tiene de cartel la proclama “Barcelona tiene mucho poder” es el formato. Nada más. Aspectos como la originalidad de la idea, la elegancia de las formas, la armonía de los colores, el rigor de la composición o la acertada elección y disposición de la tipografía, características básicas de un buen cartel, en este caso están del todo ausentes. Hasta el punto que de presentarlo a examen en una de las veintitantas escuelas de diseño de Barcelona (contra el par que como mucho malviven en Madrid) no creo que pasara de un aprobado.
Eso con respecto al cartel. Pero si de lo que hablamos es de poner en sintonía universal la imagen de una ciudad en forma de cartel o logo, el sarcasmo del calendario todavía es más cruel. Milton Glaser, recientemente fallecido, es autor de una obra de identidad visual que se hizo famosa en todo el mundo. La genial fórmula gráfica propuesta para volver a muscular la ciudad de Nueva York (I love NY) no ha sido solo admirada pollos profesionales del diseño y la comunicación visual de todas partes, sino también por los concejales de tantos modestos ayuntamientos del mundo, como podrían ser Mollerussa o Torremolinos, pongamos por caso, cuya creatividad se limitó a fusilar con indignidad el hallazgo del magistral diseñador norteamericano.
Al poner de relieve esta coincidencia infausta no pretendo criticar al autor del proyecto, aunque definirse como “director creativo” (por mor del cartel la ciudadanía lo ha confundido con un simple diseñador gráfico) pone en bandeja aquello que decía Brossa de los que hacían ostentación del oficio, menospreciando los diseñadores o cartelistas. Les advertía, con guasa, que la creatividad es una cualidad —en todo caso un don— y de ninguna manera una especialidad profesional de la publicidad, “la gran mentirosa” según el poeta.
Hay otra consideración a hacer, esta de cariz ético. De acuerdo que Barcelona ya hace años que ha perdido el primer lugar en la edición secular de libros en favor de Madrid. Lo que desconocíamos es que el Ayuntamiento de Barcelona considere que también hemos perdido el primer lugar peninsular en diseño (gráfico e industrial) también en beneficio de la capital del Estado. ¿Cuando les hace falta creatividad, lo tienen que ir a encontrar en Madrid ahora? ¿En un país en el que las autoridades, todas sin excepción, se llenan la boca sin descanso de la Barcelona que es un centro de creatividad incomparable? ¿De qué nivel de creatividad hablan, si a la hora de hacerla efectiva no hay nadie lo bastante competente en todo el territorio catalán para hacer frente dignamente?
He citado las escuelas de diseño de Barcelona, algunas de ellas con un montón de años de ejercicio lo bastante solvente, y tendría que añadir instituciones culturales más que centenarias, como el Foment d’Arts i Disseny (FAD), o las que velan por la calidad del diseño (Fundación BCD) o conservan el patrimonio histórico del diseño acumulado en siglos, como el Museu del Disseny.
En atención a tantos profesionales catalanes de prestigio contrastado (que son mayoría abrumadora en los Premios Nacionales de Diseño concedidos en Madrid por el Ministerio de Industria y el BCD), me duele que el Ayuntamiento de la ciudad se haya tomado esta cuestión con tan poca sensibilidad, a solo tres años de celebrar los veinticinco de aquella Barcelona’92, tan bien servida en diseño y creatividad. Pero también me duele por el flaco favor que eso hace a la memoria de un diseñador gráfico (sin el título de director creativo) y a su obra más emblemática, proyectada justamente para poner al día una ciudad con una originalidad y creatividad que, por lo que se ve, no se compra ni se vende. Que se tiene o no se tiene.