El modelo de las plazas duras, que ganó fama para la ciudad en los ochenta, queda atrás
El modelo de las plazas duras, que ganó fama para la ciudad en los ochenta, queda atrás
Publicat el 8 de febrer de 2014 a La Vanguardia
Hace treinta años la plaza de los Països Catalans, firmada por Albert Viaplana y Helio Piñón, ganó el FAD. Este premio vino a distinguir un modelo de intervención urbana entonces novedoso, el de las plazas duras, que en años olímpicos fue seña de identidad barcelonesa. Eran plazas huérfanas de vegetación (a veces, porque estaban sobre una losa que no admitía plantaciones), fueron concebidas con criterios arquitectónicos, y se ejecutaron en días de poco dinero y mucha urgencia histórica. Por entonces, en el Ayuntamiento regía la idea de que el uso de césped en la ciudad era insostenible y rozaba la frivolidad política.
Ha llovido mucho desde entonces. Las cosas han cambiado. El actual Ayuntamiento cree que ha sonado la hora de la ciudad verde y digital. Y ayer ganó el concurso de la remodelación de Glòries el proyecto Canòpia urbana, obra de la Agence Ter de París y de la joven arquitecta y paisajista local Ana Coello de Llobet, con poca obra propia, pero con un currículum que pasa por Harvard y por los estudios de Martha Schwartz y Peter Walker. Un miembro del jurado definió tal proyecto como un nuevo paradigma de intervención urbana y una relectura transformadora del paisajismo. Otro dijo que era una apuesta por un modelo verde de ciudad. Un tercero, que la vegetación ayudaría a definir arquitectónicamente los espacios de Glòries, por lo que debía considerarse estructural y no ornamental (esto último parecía una respuesta a Josep Antoni Acebillo, antiguo responsable de la arquitectura municipal, que afirmó que la reforma de Glòries debía ser algo más que “plantar unos arbolitos”). Y Olivier Philippe, de la Agence Ter, redondeó el discurso agregando que “Barcelona está entre mar y montaña pero últimamente se ha mineralizado. Esta es la oportunidad para invertir la tendencia. Glòries renacerá y se convertirá en motor de la transformación de la ciudad en un ecosistema natural vanguardista”.
El futuro de Glòries, que es la gran asignatura pendiente del plan dibujado por Ildefons Cerdà en el siglo XIX, pasará pues por una reforma en la que se funden los conceptos de plaza y parque, donde se soterra Gran Vía, y donde Diagonal y Meridiana se cruzan en superficie como vías verdes y peatonales, bajo un palio de vegetación. El jurado, pese a su diversidad, lo eligió unánimemente. De forma “espontánea y no consensuada”, detalló uno de sus miembros, cuando se le expresó sorpresa ante tanta concordia. Barcelona ha pasado del gris al verde.
En términos urbanísticos, este cambio es importante porque renueva el modo de diseñar la ciudad. Barcelona estuvo en la cresta de la ola urbanística durante los ochenta y los noventa, y luego ha vivido de rentas. El Ayuntamiento socialista halló en este ámbito una caudalosa fuente de reconocimiento, no sólo aquí -con las discrepancias de rigor-, también en el mundo, donde cosechó premios mayores.
Y, en términos políticos, el cambio que anuncia Glòries no es menos considerable. La actual administración convergente empezó su andadura urbanística con mal pie. Las iniciativas que puso en marcha suscitaron a veces incredulidad, o tuvieron desarrollos muy limitados. A menudo se le ha reprochado su afición a trazar líneas de trabajo a largo -quizás demasiado largo- plazo, en detrimento de dar solución a los problemas pendientes con la debida diligencia.
La elección de ayer supone un cambio en esta tendencia. Quizás por ello, sus promotores insistieron en que se trataba de un plan “ilusionante”. Y no sólo eso: el plan también fue calificado de “innovador” y de “muy favorable a los intereses de los ciudadanos”.
En fin, diríase que estamos asistiendo al despuntar de una nueva era dorada del urbanismo barcelonés. Ojalá sea así. Por el bien de Glòries, que lleva demasiados años esperando una solución digna. Por el bien de la ciudad. Y por la conservación de su buen nombre, que se forjó con excelentes aportaciones locales, y ahora confía un punto crucial como es Glòries a un equipo con notable presencia extranjera. Nada raro en un mundo globalizado. Pero sí un dato significativo, y motivo por el que Philippe se apresuró a subrayar que “en nuestro equipo hay muchos catalanes y, aunque yo no lo soy, mi abuelo sí lo fue”.
Publicado el 8 de febrero de 2014 en La Vanguardia
Hace treinta años la plaza de los Països Catalans, firmada por Albert Viaplana y Helio Piñón, ganó el FAD. Este premio vino a distinguir un modelo de intervención urbana entonces novedoso, el de las plazas duras, que en años olímpicos fue seña de identidad barcelonesa. Eran plazas huérfanas de vegetación (a veces, porque estaban sobre una losa que no admitía plantaciones), fueron concebidas con criterios arquitectónicos, y se ejecutaron en días de poco dinero y mucha urgencia histórica. Por entonces, en el Ayuntamiento regía la idea de que el uso de césped en la ciudad era insostenible y rozaba la frivolidad política.
Ha llovido mucho desde entonces. Las cosas han cambiado. El actual Ayuntamiento cree que ha sonado la hora de la ciudad verde y digital. Y ayer ganó el concurso de la remodelación de Glòries el proyecto Canòpia urbana, obra de la Agence Ter de París y de la joven arquitecta y paisajista local Ana Coello de Llobet, con poca obra propia, pero con un currículum que pasa por Harvard y por los estudios de Martha Schwartz y Peter Walker. Un miembro del jurado definió tal proyecto como un nuevo paradigma de intervención urbana y una relectura transformadora del paisajismo. Otro dijo que era una apuesta por un modelo verde de ciudad. Un tercero, que la vegetación ayudaría a definir arquitectónicamente los espacios de Glòries, por lo que debía considerarse estructural y no ornamental (esto último parecía una respuesta a Josep Antoni Acebillo, antiguo responsable de la arquitectura municipal, que afirmó que la reforma de Glòries debía ser algo más que “plantar unos arbolitos”). Y Olivier Philippe, de la Agence Ter, redondeó el discurso agregando que “Barcelona está entre mar y montaña pero últimamente se ha mineralizado. Esta es la oportunidad para invertir la tendencia. Glòries renacerá y se convertirá en motor de la transformación de la ciudad en un ecosistema natural vanguardista”.
El futuro de Glòries, que es la gran asignatura pendiente del plan dibujado por Ildefons Cerdà en el siglo XIX, pasará pues por una reforma en la que se funden los conceptos de plaza y parque, donde se soterra Gran Vía, y donde Diagonal y Meridiana se cruzan en superficie como vías verdes y peatonales, bajo un palio de vegetación. El jurado, pese a su diversidad, lo eligió unánimemente. De forma “espontánea y no consensuada”, detalló uno de sus miembros, cuando se le expresó sorpresa ante tanta concordia. Barcelona ha pasado del gris al verde.
En términos urbanísticos, este cambio es importante porque renueva el modo de diseñar la ciudad. Barcelona estuvo en la cresta de la ola urbanística durante los ochenta y los noventa, y luego ha vivido de rentas. El Ayuntamiento socialista halló en este ámbito una caudalosa fuente de reconocimiento, no sólo aquí -con las discrepancias de rigor-, también en el mundo, donde cosechó premios mayores.
Y, en términos políticos, el cambio que anuncia Glòries no es menos considerable. La actual administración convergente empezó su andadura urbanística con mal pie. Las iniciativas que puso en marcha suscitaron a veces incredulidad, o tuvieron desarrollos muy limitados. A menudo se le ha reprochado su afición a trazar líneas de trabajo a largo -quizás demasiado largo- plazo, en detrimento de dar solución a los problemas pendientes con la debida diligencia.
La elección de ayer supone un cambio en esta tendencia. Quizás por ello, sus promotores insistieron en que se trataba de un plan “ilusionante”. Y no sólo eso: el plan también fue calificado de “innovador” y de “muy favorable a los intereses de los ciudadanos”.
En fin, diríase que estamos asistiendo al despuntar de una nueva era dorada del urbanismo barcelonés. Ojalá sea así. Por el bien de Glòries, que lleva demasiados años esperando una solución digna. Por el bien de la ciudad. Y por la conservación de su buen nombre, que se forjó con excelentes aportaciones locales, y ahora confía un punto crucial como es Glòries a un equipo con notable presencia extranjera. Nada raro en un mundo globalizado. Pero sí un dato significativo, y motivo por el que Philippe se apresuró a subrayar que “en nuestro equipo hay muchos catalanes y, aunque yo no lo soy, mi abuelo sí lo fue”.