Publicado el jueves, 19 de junio del 2014, en LA VANGUARDIA
La villa Florida, en el tramo superior de la calle Muntaner, ocupa una pequeña manzana. Esta finca, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, Publicado el jueves, 19 de junio del 2014, en LA VANGUARDIA
La villa Florida, en el tramo superior de la calle Muntaner, ocupa una pequeña manzana. Esta finca, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, fue en el XX escuela de puericultura y ahora es un centro cívico. Durante muchos años su parte trasera, colindante con la calle Sant Gervasi de Cassoles, estuvo cerrada por una tapia de hasta seis metros de altura, que contenía el jardín trasero de esta residencia: probablemente, una de las fachadas menos amables de la ciudad. Allí se inaugura hoy la biblioteca Joan Maragall, con cerca de 3.000 metros cuadrados construidos.
Los autores del proyecto arquitectónico tenían, entre otras, dos opciones. Una era proyectar un bloque convencional sobre el jardín. Otra, intentar crear trama urbana, atenuando la diferencia de cota entre la villa Florida y la calle de Sant Gervasi. Han optado por esta última solución. Y lo han hecho diseñando un edificio semienterrado, de volumen muy singular, que en planta recuerda vagamente una mano de cuatro dedos, o una garra, por cuyos intersticios se abren espacios públicos, accesos, escaleras o patios ingleses que aportan luz natural a los interiores.
Esta vocación ciudadana del proyecto de BCQ, despacho que dirigen David Baena y Toni Casamor, quizás no se aprecie a primera vista. Los distintos cuerpos no son ortogonales, remiten a la volumetría de monumentos antiguos o búnkers, y el color arenoso elegido para pintarlos no abunda en la ciudad. Sin embargo, rinden servicio a esa idea de transición entre cotas que persigue el proyecto. Y, en todo caso, las dudas que pueda despertar el exterior no se reproducen en el interior: los ámbitos de relación son espaciosos, los de lectura son cómodos y a menudo muy tranquilos, el revestimiento de losas de arcilla da buenos resultados tanto en términos de evocación como acústicos, y la luz que entra, incluso hasta los niveles inferiores, gracias a las cristaleras abiertas entre los dedos del nuevo edificio, atenúa mucho la sensación de hallarse bajo tierra.
En suma, una biblioteca singular que recupera espacio público en un emplazamiento urbano complicado.
fue en el XX escuela de puericultura y ahora es un centro cívico. Durante muchos años su parte trasera, colindante con la calle Sant Gervasi de Cassoles, estuvo cerrada por una tapia de hasta seis metros de altura, que contenía el jardín trasero de esta residencia: probablemente, una de las fachadas menos amables de la ciudad. Allí se inaugura hoy la biblioteca Joan Maragall, con cerca de 3.000 metros cuadrados construidos.
Los autores del proyecto arquitectónico tenían, entre otras, dos opciones. Una era proyectar un bloque convencional sobre el jardín. Otra, intentar crear trama urbana, atenuando la diferencia de cota entre la villa Florida y la calle de Sant Gervasi. Han optado por esta última solución. Y lo han hecho diseñando un edificio semienterrado, de volumen muy singular, que en planta recuerda vagamente una mano de cuatro dedos, o una garra, por cuyos intersticios se abren espacios públicos, accesos, escaleras o patios ingleses que aportan luz natural a los interiores.
Esta vocación ciudadana del proyecto de BCQ, despacho que dirigen David Baena y Toni Casamor, quizás no se aprecie a primera vista. Los distintos cuerpos no son ortogonales, remiten a la volumetría de monumentos antiguos o búnkers, y el color arenoso elegido para pintarlos no abunda en la ciudad. Sin embargo, rinden servicio a esa idea de transición entre cotas que persigue el proyecto. Y, en todo caso, las dudas que pueda despertar el exterior no se reproducen en el interior: los ámbitos de relación son espaciosos, los de lectura son cómodos y a menudo muy tranquilos, el revestimiento de losas de arcilla da buenos resultados tanto en términos de evocación como acústicos, y la luz que entra, incluso hasta los niveles inferiores, gracias a las cristaleras abiertas entre los dedos del nuevo edificio, atenúa mucho la sensación de hallarse bajo tierra.
En suma, una biblioteca singular que recupera espacio público en un emplazamiento urbano complicado.